Una reforma tributaria estructural es algo así como un nuevo modelo de desarrollo económico: una frase hecha que, si hace décadas quiso decir algo, hoy en día no suele decir mucho. Para ponerle sustancia a la discusión, quizá podríamos pensar en qué tipo de reforma tributaria se necesita para que el recaudo de impuestos en nuestro país se parezca más al del país promedio de la OCDE, tanto en el nivel del recaudo (alto) como en la manera en que se logra (con impuestos progresivos). Las recomendaciones de la comisión de expertos en beneficios tributarios convocada por el Gobierno esbozan una hoja de ruta para lograrlo, y si algo es claro es que la meta no se va a lograr de un año para el otro.
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En Colombia pagamos en impuestos alrededor del 19 % del PIB, frente al 34 % de la OCDE. Para llegar allá y para hacerlo con un sistema tributario progresivo, necesitamos que toda reducción en el impuesto a la renta de las empresas se reemplace por impuestos a las personas naturales de más altos ingresos —en su mayoría rentistas de capital— antes que por más impuestos a consumidores y asalariados. Sólo después de que los más ricos estén aportando de manera conmensurada con su capacidad es justificable pedirle a la clase trabajadora más solidaridad con el Estado. Pese a eso, en lo hasta ahora “socializado” por el Ministerio de Hacienda, nada se ha dicho de cómo gravar más las ganancias ocasionales y las rentas no laborales, que son las categorías tributarias en las cuales caen los ingresos de las personas más ricas del país. Las propuestas del Gobierno giran, como es ya usual, alrededor de más impuestos para asalariados y consumidores. Esperemos, por supuesto, que el proyecto de ley haya recogido algunas de las críticas y que sea mejor que los anuncios que lo precedieron, para que pese a los pronósticos merezca ser llamado una reforma tributaria estructural.