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Si la pandemia agudizó las desigualdades económicas del país golpeando más duro a los hogares de más bajos ingresos, cuyos trabajos en general eran más difíciles de llevar a cabo virtualmente, la aplicación de las vacunas la sigue resaltando. ¿Cuántos pudieron salir del país para vacunarse en Estados Unidos? Teniendo en cuenta que el viaje cuesta varios miles de dólares y asumiendo que pocos hogares están dispuestos a gastar más de un mes de ingresos en el viaje, cuando mucho un 2 % de los colombianos tienen acceso a esta posibilidad.
Incluso entre quienes esperan su turno en el país, es más fácil para los habitantes de las áreas urbanas tener acceso a las vacunas que en zonas rurales. Es más probable para los habitantes de las ciudades que para los del campo recibir las vacunas más efectivas, que usan tecnología de punta. Y entre los habitantes de las ciudades, es más fácil vacunarse pronto para quienes tienen trabajos con horarios flexibles, los mismos que se pudieron virtualizar rápidamente. Dedicarle tiempo a navegar la burocracia de la priorización y las redes sociales para correr ante la primera oportunidad de recibir la vacuna es un lujo que, como muchos otros lujos, es más fácil darse con niveles altos de ingreso.
Es cierto que las desigualdades existían desde antes de este Gobierno y que su capacidad de solucionarlas inmediatamente es limitada. Pero eso no quiere decir que la respuesta ante la pandemia haya sido óptima, ni que buscar soluciones para los problemas de vieja data tanto como para los más recientes deje de ser un asunto que deba ocupar toda nuestra energía política. Con las protestas del paro ya, al parecer, desvaneciéndose, se vuelve cada vez más cierto algo que señalaban los críticos de las manifestaciones: la mejor manera de cambiar las políticas del Gobierno frente a la desigualdad es cambiando de gobernantes a través del voto.
