Se ha vuelto una moda hacer parte del paro y se ha convertido en algo altamente incorrecto hacer una mirada crítica sobre lo que realmente está pasando. Sin embargo, creo que como ciudadanos debemos, en pro de nuestra nación, mirar este episodio con objetividad, responsabilidad y valentía.
Primero hay que decir que se hace necesario aplicarle un colador al río cada vez más turbio de quejas y pretensiones que acompañan las manifestaciones, ya que con el paso de los días aparecen nuevas y más radicales ideas, como por ejemplo reactivar las negociaciones con el Eln o eliminar el Esmad. Esto último, una propuesta que las Farc intentaron fallidamente incluir durante las negociaciones del proceso de paz. Desconcertante.
Nadie que quiera realmente a Colombia puede estar de acuerdo con la corrupción, la muerte de líderes sociales, la inequidad y la necesidad de más y mejores oportunidades. Hasta ahí acompañaría las manifestaciones. Pero eso no significa que no me dé cuenta de que pareciera que aquellos que ahora se han autodenominado líderes del paro están empezando a sacar las verdaderas exigencias que tenían escondidas debajo de la ruana y que poco o nada tienen que ver con las protestas iniciales. ¿Usaron a los estudiantes y a la población en general para tal fin? ¿Azuzaron a legítimos inconformes y preocupados para usarlos como escudos humanos para la defensa de turbios ideales políticos de unos pocos? Eso se llama cobardía, eso es una estafa.
Colombia es una democracia, y si el deseo es imponer un modelo económico y social diferente al actual, sus promotores tienen que demostrar que cuentan con la suficiente voluntad popular de hacerlo a través de los votos. No se les puede seguir volteando la cara a los designios de las mayorías, expresados mediante elecciones o referendos, de la misma manera en que se hizo desconociendo los resultados del plebiscito, para imponernos doctrinas propias o importadas. Colombia no es una dictadura ni una oclocracia.
Creo que los mensajes realmente válidos del paro se han hecho sentir; el país no está más dispuesto a ser gobernado con corrupción, roscas, soberbia y exclusión. Maravilloso. Pero también creo que las manifestaciones deben parar cuando se abren las mesas de diálogo y se empieza a afectar el bienestar de la mayoría. Ese es el orden de las cosas.
El costo del paro hasta ahora ha sido altísimo. Los desmanes han dejado por lo menos una persona muerta y cerca de 400 uniformados lesionados. Según Fenalco, se pierden cerca de $150.000 millones al día por el cese de actividades económicas, y según Transmilenio, por lo menos el 70 % de sus estaciones han sido vandalizadas. Terrible.
Si el paro no se detiene en diciembre, lo que se viene para las pymes será devastador; el último mes del año, para las micro, pequeñas y medianas empresas, que representan en Colombia el 35 % del PIB y emplean casi al 80 % del país, significa las ganancias del ejercicio anual. Si no venden, muchas quebrarán y miles se quedarán sin empleo.
Entonces, ¿es el paro un ejercicio para todos o es un caballo de Troya para incrustarnos lo que no se aceptó en el rechazado proceso de paz, alimentar políticamente los deseos de Gustavo Petro, negociar con el Eln y revivir a unos trasnochados líderes sindicales? Vale la pena preguntarse todo esto sin ser parte del corito celestial de las redes. Abramos los ojos y empecemos a decirnos las cosas como son.