Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
El 2019 se va y ha dejado como personaje del año el malestar juvenil frente a la situación en general y su desconfianza hacia el futuro. Se trata de dos elementos que antes de ser criticados deben ser analizados desde la necesidad de entender qué estamos dejando de hacer como sociedad para generar tanta incertidumbre entre aquellos que ya se han hecho sentir con vehemencia en las calles y las redes sociales, y que además tendrán que manejar el destino de nuestro país en el futuro cercano.
Lo primero es comprender la llamada promesa incumplida. A nosotros, ahora cuarentones, y a nuestros hijos nos educaron bajo la consigna de que si éramos buenos estudiantes, nos graduábamos de la universidad y procedíamos honestos en el trabajo, sería suficiente para tener éxito en la vida, pero la verdad es que muchos de los que siguieron ese camino a duras penas lograron mantener el estatus de vida que alcanzaron sus padres con mucha menos educación y formación académica. ¿Qué estuvo mal? ¿A dónde se fue ese compromiso?
Segundo, es importante entender la frustración a la que conduce el espejo consumista de las redes sociales. Los hoy superconectados millennials, e increíblemente otros mayorcitos, viven en constante comparación con el estatus de vida de los demás. El infinito desfile de fotografías vía Instagram y Facebook que muestran momentos y personas perfectas dan la ilusión de que la mayoría está pasando mejores momentos que los propios, lo que ha popularizado un imaginario de universo ideal prácticamente inalcanzable frente a lo realmente complejo que es vivir en el mundo de hoy.
Tercero, los jóvenes están rendidos a la cultura del dinero fácil sin contemplación alguna; no por su culpa, sino por una histórica convivencia. Música, televisión, cine y deportes rinden homenaje infinito a las fortunas esporádicas capaces de tenerlo todo y dilapidarlo como si no hubiera mañana. Los carteles de la toga y los hermanos Moreno han hecho que en Colombia sea más influyente Epa Colombia que cualquier científico nacional.
Cuarto, la inequidad rampante. Pocos con mucho y muchos con poco. Aunque creo profundamente en la economía abierta, soy consciente de que no importa nada crecer nominalmente como nación si no se están mejorando los indicadores sociales del conjunto. Los más jóvenes sienten que la tarea de cerrar esta brecha está abandonada y muchas veces absorbida por la corrupción.
Y quinto, los más jóvenes tienen más clara la importancia de cuidar nuestro planeta que todos en la sociedad. Finalmente, la idea de que esta Tierra en la que estamos todos es la única que tenemos ha calado en sus habitantes. Las nuevas generaciones entendieron que el intercambio de desarrollo económico versus naturaleza es más profundo que una transacción económica en el tiempo.
Por lo tanto, la clave para 2020 será el saber diferenciar estas preocupaciones y fenómenos para enfrentarse a las manifestaciones, marchas y tendencias que seguramente serán protagonistas el próximo año.
De tener empatía y saber diferenciar estas preocupaciones legítimas de otros fenómenos dependerá mucho el éxito de Iván Duque y su gobierno hacia delante. Será determinante que el mandatario, hombre joven, de buenas maneras e intenciones, sepa conectar con estos sentimientos y pase a segundo plano las voces cercanas que le hacen creer que se trata únicamente de algo personal, foráneo y malévolo.
El mandatario está en la capacidad de comprender lo que ya le están mostrando los autodenominados líderes del Comité del Paro, que con su absurda lista de pedidos revelan que sus verdaderas intenciones no son los jóvenes, sino mermelada y una soterrada agenda política radical. Presidente, quíteles la bandera de las marchas a los trasnochados de siempre y diferéncielos del mensaje legítimo de los más jóvenes; si no lo hace, Petro, el Eln y otros vetustos intereses de siempre secuestrarán a nuestras juventudes y, con ello, el futuro del único país que tenemos.
