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Veo cada vez con más frecuencia cómo la dictadura de las redes se impone en el periodismo nacional. Lo vengo viviendo a diario hace años, pero solo hasta ahora entiendo lo nocivo y evidente que se está convirtiendo este fenómeno. Al principio era solo una experiencia etérea y temporal, pero ahora sus efectos son inconfundibles.
La vida me ha dado la oportunidad de liderar recientemente proyectos de radio y televisión, y he visto cómo mis colegas y yo nos venimos abajo con los comentarios de redes sociales. Hacer una transmisión en vivo leyendo mensajes en tiempo real es lo más parecido a estar en el Coliseo romano, con la diferencia de que el público está en tu contra y a la espera de que te despedacen los leones. Terrorífico.
Más allá de la asonada virtual capaz de derrumbar a cualquier ser humano, y más a nosotros los “ególatras periodistas”, lo realmente peligroso es que es evidente que las redes sociales están imponiendo agenda en los medios tradicionales de comunicación. Doblemente terrible.
Cuando un periodista o un director de medios deja que la manada tuitera imponga su agenda, está abandonando su trabajo. No tiene ningún valor que una persona dedicada a este oficio se convierta en un notario de los deseos de las masas y deje de lado toda su formación y experiencia a cambio de una lista de tendencias. Si lo hace simplemente estafa a su medio y, lo que es más importante, a su público, al que debe servir más allá de la búsqueda de la popularidad, el rating o los likes. Por lo general, el buen periodismo es un asunto solitario generador de incomodidades.
El negocio virtual es así de sencillo: entre más usuarios en redes, más ingresos por publicidad para la plataforma. Y para lograr más usuarios e interactividad, entre más polémica, indignación y sangre, mucho mejor. Simple: Facebook, Twitter e Instagram no están en el negocio de la responsabilidad. Al contrario, se nutren del escándalo y el descontrol.
En Colombia hay cerca de 3,7 millones de cuentas en Twitter, de las cuales menos de un millón están activas y de esas un alto porcentaje pertenece a robots; hacerles caso a las redes significa, en la mayoría de las oportunidades, rendirse al deseo de quienes pagan, se lucran o se aprovechan de ellas. Es hora de hacer un alto en el camino y entender que las mayorías y el mundo real van más allá de las pantallas que nos tienen embobados.
