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En un momento en que la economía colombiana comienza a mostrar resultados que hoy muy pocos países tienen, el entorno internacional ―al que estamos interconectados y de cuya evolución dependemos― se complica cada día. Los datos de crecimiento en Estados Unidos en el segundo trimestre señalan el inicio de un periodo recesivo confirmando que, por cuenta de la inflación, la fiesta de la reactivación se termina y la economía comienza a padecer el guayabo. El gobierno que llega debe ajustar los tiempos de reformas y aumento del gasto para que coincidan, positivamente, con las necesidades y tiempos del difícil periodo que se avecina. Será en 2023 cuando la economía necesite una mayor expansión del gasto e inversión del estado.
Nuestra economía ha reaccionado a la pandemia vigorosamente. La perspectiva de crecimiento del PIB proyectada por el Fondo Monetario Internacional se ha ajustado hasta el 6,3% la semana pasada mientras el mundo alcanzará apenas la mitad. Habiendo hecho su parte el incremento de precio del petróleo, las políticas de estímulo, debe reconocerse, han funcionado mejor que en muchos países. La línea impartida desde la OCDE, debe decirse, también nos ha ayudado.
Pero el entorno internacional es complicado. La inflación desatada en el mundo tiene distintos orígenes, como la interrupción de las cadenas de suministro y las restricciones a la oferta ocasionadas por la pandemia. Las guerras; la económica entre China y USA, primero, y la invasión rusa, después, amenazando a todos con el inicio de la desglobalización y aumentando una incertidumbre que ha motivado la apreciación del dólar. La respuesta en que han coincidido todas las instituciones y países, la restricción a la demanda mediante el aumento en las tasas de interés nos está conduciendo a una recesión, digamos, prevista y en alguna medida promovida a nivel mundial, conociendo que el remedio puede resultar peor que la enfermedad. Un escenario en que los gobiernos, y el que llega a Colombia no es una excepción, verán condicionada su capacidad de operación e intervención.
La manera en que nos afectará una inminente recesión mundial depende, en parte, de lo que hagamos para prevenirla y contrarrestarla, partiendo de las circunstancias en que nos encontramos. Pese a las notables cifras de crecimiento de Colombia y a un incremento del 10% en el índice de confianza del consumidor, ya un 63% de encuestados por el DANE afirman que no tienen las mismas posibilidades de hace un año de comprar ropa, zapatos ni alimentos y el 76,9 % dice que no se encuentra en condiciones de ahorrar. Los efectos de la inflación se sienten con fuerza convirtiéndose en el principal enemigo de los hogares y la economía colombiana, por ahora. En el horizonte se ve venir la recesión.
El gobierno entrante, que requiere confianza y certidumbre para mantener empleo e inversión, se encuentra comprometido a continuar en el ajuste fiscal y tiene sobre la mesa una tan elusiva como indispensable reforma tributaria que, entre otros objetivos, le permitirá cumplir el compromiso político con amplios sectores de la población. Desde un punto de vista propositivo, esos dos objetivos pueden convertirse en herramientas o en problemas, dependiendo, entre otras variables, de sus magnitudes y sentido de oportunidad. El aumento del gasto público, ante un escenario recesivo, puede ser un formidable argumento anticíclico y su utilización una oportunidad, mucho más en 2023 cuando la economía lo necesitará y tendrá menos efectos inflacionarios. Es cuestión de tiempos. Veremos.
