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Entretenidos como estamos con las elecciones y el cambio de gobierno, problemas como el desbordado incremento de precios han pasado a un segundo lugar. La trepada del “mercado” ―un increíble 25,3% en alimentos ―supera por mucho los indicadores de inflación publicados. La estabilidad de precios, un patrimonio “invisible” aunque inadvertido para la mayoría de la población, depende de circunstancias de orden internacional pero también internas. Más allá del fenómeno mundial, atribuido a la reacción postpandemia y a la guerra económica desatada por la invasión rusa, existen variables sobre las que podemos actuar antes de “acostumbrarnos” a vivir con una enfermedad que destruye la economía, los empleos y las vidas.
Sabemos que la inflación es el peor de los impuestos, aunque los gobiernos populistas, siempre excedidos en gastos, la han considerado un mal menor. La experiencia ha demostrado que las escalas móviles de salarios ―su incremento a la par de la inflación ― son tan dañinos como inútiles. Lo ocurrido en Venezuela en años recientes ilustra bien el fenómeno, como sucede hoy en Argentina, donde llegó al 55,1% en marzo. Aunque suene impopular ¿Hasta qué punto el incremento del mínimo hasta un millón de pesos ha contribuido a la inflación?
En Colombia estamos impresionados y con toda razón encendemos las alarmas al alcanzar un 8,53%, la cifra más alta desde julio de 2016. Si ahora pensamos que la economía y el empleo funcionan de “regular” a mal, es difícil imaginar lo que ocurriría si los precios continúan creciendo. Aunque sabemos que los primeros meses del año son propicios a las alzas, resultará difícil revertir la tendencia si tenemos en cuenta un escenario internacional complicado que hasta ahora nos comienza a impactar.
La actual inflación internacional ha estado relacionada con la disfunción en las cadenas internacionales de suministros generada por la reacción de las economías a la pandemia y, más recientemente, a los efectos de la guerra en los mercados de materias primas y energía. En Estados Unidos ha llegado al 8,5%, en España al 9,8%, en Rusia al 8,4% y en Venezuela al 284%. En todas partes la inflación tiene tendencia a empeorar por el veto a la energía rusa en Estados Unidos y la Unión Europea.
Nuestra inflación, debe recordarse, comenzó con la interrupción de las cadenas de suministro en los paros, a la que desde entonces se imputó el incremento de precios de los huevos, para citar un caso. La escasez de oferta de productos básicos, como la papa, tiene relación con los bajos precios de hace unos meses que lastraron la oferta, el impulso a la demanda y el aumento de inversión y gasto que nos permitió comenzar a salir de la recesión pandémica. En las actuales cosechas todavía no se siente el aumento propiciado por las restricciones en el mercado de fertilizantes ocasionado por la guerra, lo que sí ocurre con los precios del trigo y los granos. Los incrementos en el precio del pan, las carnes y, prácticamente, toda la canasta familiar se siente hoy duramente en los bolsillos de los colombianos.
Para superar la situación necesitamos una combinación de medidas de parte de diferentes actores, siendo la subida en las tasas de interés apenas un paso en la dirección necesaria. El aumento en los precios del petróleo, tan importante para la balanza de pagos, no ayuda propiamente a contener la inflación. Un gobierno “de salida” debe moverse rápidamente estimulando las siembras, financiándolas con bajas tasas de interés y garantizando las condiciones de compra. Mientras tanto no debemos tener dudas de importar lo que resulte necesario, para lo que se requiere comprensión y solidaridad de gremios y cultivadores que deben ser, temporalmente, subsidiados. Si la economía se deteriora nos fregamos, aunque elijamos al mejor “salvador”.
