A apenas ocho meses de la elección de alcalde no sabemos si tendremos segunda vuelta; la mayoría de precandidatos no tienen experiencia exitosa en gestión pública, en la ciudad o en sus problemas, ni cuentan con partidos sólidos que garanticen su gobernabilidad. En esas circunstancias es difícil esperar que las cosas mejoren para la ciudadanía en la administración que viene.
La lista de precandidatos que se empieza a decantar no invita, propiamente, al optimismo: políticos de viejo y nuevo tipo con imagen nacional pero ninguna experiencia en gestionar una megaciudad y alguno con experiencia, pero calamitosa; otros cuyo único mérito es, precisamente, su novatada y poca “contaminación” con lo que la ciudadanía identifica como mala política, y otros que quieren la vitrina del proceso solamente para promocionarse y aspirar después a metas diferentes. Pareciéramos condenados, de nuevo, a escoger el menos malo.
Ninguno tiene tras de sí un partido sólido que le acredite y a casi todos los caracterizan sus eclécticas posturas. ¿Quién responderá institucionalmente por sus actos? Se ha vuelto costumbre que se hacen elegir y luego se retiran del partido o movimiento que les eligió o estos sencillamente se acaban. Transfuguismo; mala política que sigue usufructuando la pésima memoria ciudadana.
Completando el escenario, las reglas de juego, a meses de la elección, son inciertas: no sabemos si tendremos doble vuelta con lo que las consultas interpartidistas, que probablemente se realizarán en mayo, tendrían mayor e inusitada importancia y podrían definir al ganador.
Se trata de la administración de una ciudad con una población, tamaño y presupuesto superiores a más de 90 países; la que recibe el mayor número de migrantes y en la que se han presentado los más grandes escándalos de corrupción del país. ¿Hay derecho a seguir improvisando?
Mientras la ciudad necesita un equipo e instituciones de gobierno que la proyecten, de manera consistente con su importancia, crecimiento y desafíos, no aparece en la baraja de precandidatos quien pueda asumir ese reto. El peso de emociones y sentimientos en las más recientes decisiones electorales de los colombianos, por encima de razones, se podrá observar de nuevo en Bogotá. En lugar de preguntarnos por el más calificado, con capacidad para proponer y ejecutar un nuevo modelo de ciudad, les encasillamos entre “izquierdas y derechas”. En consecuencia, votaremos. Mal.
Un breve análisis de tendencia y arrastre revela que si no tenemos segunda vuelta los problemas de gobernabilidad persistirán. Bogotá necesita de quien la gobierne capacidad política para asumir impostergables reformas de gran calado que incluyan la modernización de su infraestructura, pero sobre todo de su estructura legal e institucional, y capacidades de gobierno.
El estatuto orgánico, importante en su momento, luego de 25 años acusa obsolescencia. Tiene casi la misma edad del último megaproyecto real de la ciudad, el programa Ciudad Bolívar, que desarrolló vías, hospitales y colegios en las seis localidades más necesitadas, y que apenas pudo terminarse en la administración de Jaime Castro. Luego de ello lo más significativo puede ser el metrocable que, en buena hora, atiende la parte alta de Ciudad Bolívar.
¿Soluciones al problema del transporte y construcción de nuevas vías? Bien poco o, prácticamente, nada. ¿Metro? Luego de una gran discusión entre elevado y subterráneo, las propuestas de Petro y Peñalosa se parecen en que después de sus gobiernos no tenemos nada. Seguimos en rénder. ¿Seguridad? El déficit en el pie de fuerza se mantiene mientras discutimos sobre percepción de inseguridad o realidad ¿Participación ciudadana en las decisiones públicas y en la ejecución del gasto público? La ciudadanía es invisible.
En ausencia de una ciudadanía activa y organizada, de partidos sólidos que extiendan garantías para gestionar la ciudad, el profesor Sergio Fajardo, el exalcalde Petro y el expresidente Uribe serán decisivos electores. Toca confiar en que no se equivoquen esta vez.
A apenas ocho meses de la elección de alcalde no sabemos si tendremos segunda vuelta; la mayoría de precandidatos no tienen experiencia exitosa en gestión pública, en la ciudad o en sus problemas, ni cuentan con partidos sólidos que garanticen su gobernabilidad. En esas circunstancias es difícil esperar que las cosas mejoren para la ciudadanía en la administración que viene.
La lista de precandidatos que se empieza a decantar no invita, propiamente, al optimismo: políticos de viejo y nuevo tipo con imagen nacional pero ninguna experiencia en gestionar una megaciudad y alguno con experiencia, pero calamitosa; otros cuyo único mérito es, precisamente, su novatada y poca “contaminación” con lo que la ciudadanía identifica como mala política, y otros que quieren la vitrina del proceso solamente para promocionarse y aspirar después a metas diferentes. Pareciéramos condenados, de nuevo, a escoger el menos malo.
Ninguno tiene tras de sí un partido sólido que le acredite y a casi todos los caracterizan sus eclécticas posturas. ¿Quién responderá institucionalmente por sus actos? Se ha vuelto costumbre que se hacen elegir y luego se retiran del partido o movimiento que les eligió o estos sencillamente se acaban. Transfuguismo; mala política que sigue usufructuando la pésima memoria ciudadana.
Completando el escenario, las reglas de juego, a meses de la elección, son inciertas: no sabemos si tendremos doble vuelta con lo que las consultas interpartidistas, que probablemente se realizarán en mayo, tendrían mayor e inusitada importancia y podrían definir al ganador.
Se trata de la administración de una ciudad con una población, tamaño y presupuesto superiores a más de 90 países; la que recibe el mayor número de migrantes y en la que se han presentado los más grandes escándalos de corrupción del país. ¿Hay derecho a seguir improvisando?
Mientras la ciudad necesita un equipo e instituciones de gobierno que la proyecten, de manera consistente con su importancia, crecimiento y desafíos, no aparece en la baraja de precandidatos quien pueda asumir ese reto. El peso de emociones y sentimientos en las más recientes decisiones electorales de los colombianos, por encima de razones, se podrá observar de nuevo en Bogotá. En lugar de preguntarnos por el más calificado, con capacidad para proponer y ejecutar un nuevo modelo de ciudad, les encasillamos entre “izquierdas y derechas”. En consecuencia, votaremos. Mal.
Un breve análisis de tendencia y arrastre revela que si no tenemos segunda vuelta los problemas de gobernabilidad persistirán. Bogotá necesita de quien la gobierne capacidad política para asumir impostergables reformas de gran calado que incluyan la modernización de su infraestructura, pero sobre todo de su estructura legal e institucional, y capacidades de gobierno.
El estatuto orgánico, importante en su momento, luego de 25 años acusa obsolescencia. Tiene casi la misma edad del último megaproyecto real de la ciudad, el programa Ciudad Bolívar, que desarrolló vías, hospitales y colegios en las seis localidades más necesitadas, y que apenas pudo terminarse en la administración de Jaime Castro. Luego de ello lo más significativo puede ser el metrocable que, en buena hora, atiende la parte alta de Ciudad Bolívar.
¿Soluciones al problema del transporte y construcción de nuevas vías? Bien poco o, prácticamente, nada. ¿Metro? Luego de una gran discusión entre elevado y subterráneo, las propuestas de Petro y Peñalosa se parecen en que después de sus gobiernos no tenemos nada. Seguimos en rénder. ¿Seguridad? El déficit en el pie de fuerza se mantiene mientras discutimos sobre percepción de inseguridad o realidad ¿Participación ciudadana en las decisiones públicas y en la ejecución del gasto público? La ciudadanía es invisible.
En ausencia de una ciudadanía activa y organizada, de partidos sólidos que extiendan garantías para gestionar la ciudad, el profesor Sergio Fajardo, el exalcalde Petro y el expresidente Uribe serán decisivos electores. Toca confiar en que no se equivoquen esta vez.