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La economía no debería alterarse con el cambio de ministro, aunque el cambio mismo constituya una señal de improvisación, faltando tan poco para terminar un mandato. Pero no se trata de la economía. Se refiere a la mala política y las luchas por el poder.
Con notorias dificultades fiscales los ministros de Petro, hasta ahora, pueden mostrar un balance responsable, como si la economía tuviese una dinámica diferente a la de la confrontación, los insultos y las amenazas que han caracterizado al gobierno en la esfera política, o la ideologización del sistema de salud. Las reglas de la economía y su cada vez mayor capacidad de medir, proyectar y establecer escenarios, han hecho posible universalizar metodologías y lenguajes. Riñendo con la especulación y “la carreta”, las matemáticas y el cálculo ayudan.
Las finanzas públicas son la base del funcionamiento del Estado. Hacen posible planear, ejecutar y controlar el gasto y la inversión pública. Su situación es un claro indicador de la salud de la economía. Colombia ha consolidado, mediante un esfuerzo constante de décadas, unos sistemas de planeación y presupuesto a la altura de los de cualquier país del mundo, desde el punto de vista técnico y legal. En términos económicos hemos logrado una notable solidez institucional; un patrimonio “invisible”, fundamental para la vida de los colombianos.
Como consecuencia del funcionamiento y respeto de esas reglas, entre las que destaca la independencia de la junta del Banco de la República, el país ha logrado cumplir sus compromisos internacionales; el empleo se ha logrado estabilizar; la inflación - pese a una reacción negativa por establecer en su dinámica- se ha logrado controlar y la balanza de pagos, ha hecho posible una tasa de cambio más o menos estable, hasta ahora.
Pero ello no puede tapar el desbarajuste administrativo que hemos observado, reconociendo que el actual gobierno ha contado con verdaderos expertos en áreas tan importantes como Hacienda -Ocampo– o Planeación -Jorge Iván González- solo para desaprovecharlos. La interacción entre los planes de desarrollo y el Marco Fiscal, que desemboca en superávit o déficit, depende en gran parte de la sincronía entre esas entidades.
Todo indica que la renuncia del recién llegado ministro Guevara se relaciona con diferencias sobre un decreto de aplazamiento de gastos en medio de una difícil situación fiscal. La calidad de un ministro de Hacienda se puede medir -entre otras virtudes- en su capacidad de negarse a las veleidades de los presidentes. El gobierno sabía que el presupuesto estaba desfinanciado. Los ingresos esperados, según el Marco Final de Mediano Plazo del exministro Bonilla, no llegaron. El anuncio de embargar facturas -una inédita medida- por 5,7 billones, anunciado la semana pasada, llega tarde y no se ha hecho realidad.
Ante la situación no quedaba y no queda alternativa diferente a recortar gastos o aumentar los ingresos, una misión casi imposible para el nuevo ministro. Es complicado, en las actuales circunstancias políticas, que una nueva reforma tributaria se pueda tramitar. Más ante una evidente desconexión administrativa y financiera de un gobierno centrado en “el futuro” y no en el periodo en que le correspondió gobernar. Sectores de oposición sindican al gobierno de promover las movilizaciones y la próxima campaña electoral utilizando recursos públicos.
Todos esperamos, por el bien de Colombia, que en el nuevo ministro se imponga la razón a la pasión. Que pueda honrar la tradición y le vaya bien. Si la economía colombiana se logra mantener -si ello es posible- al margen del nivel de degradación de la pugna política y el tono de autoritarismo que han adquirido los discursos presidenciales, y de la campaña presidencial de 2026, seguramente lo logrará. Si se politiza tendremos un desastre muy superior a lo que ocurre con el sector de salud.
