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¿Elecciones a la carta?

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Luis Carvajal Basto
06 de junio de 2022 - 05:00 a. m.
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Ante la “desaparición” de los partidos, las reiteradas denuncias de fraude y los inéditos resultados electorales, ¿es razonable plantear que está colapsando nuestra democracia? Todavía no. Podemos interpretar la decisión de la primera vuelta como la caducidad de las formas en que los ciudadanos se relacionan, a través de los partidos y los mismos gobiernos, en el sistema político; del modelo imperante en esa relación, corrompido por ladrones devenidos en políticos. Las mayorías han votado por perspectivas de cambio en la conducción del Estado, pero ello no significa el fracaso del sistema que, con el aumento observado en la participación, puede salir fortalecido ante una dura prueba. Como hemos sugerido desde esta columna reiteradamente, es imprescindible actualizar procedimientos y normas electorales lo que es diferente a vetar los resultados cuando a algún candidato o partido no le convienen.

El agotamiento del modelo en que se relacionan representantes y representados se identifica, directamente, con la corrupción, convertida en bandera de los dos candidatos que pasaron a segunda vuelta. El electorado ha reaccionado contra la pervertida relación entre gobiernos y Congreso, generada, entre otras razones, por el debilitamiento de los partidos que han puesto al ejecutivo en la tarea de conformar mayorías con “cualquiera” y no necesariamente, como debería ser, con sus correligionarios, al costo de distribuir los presupuestos públicos dependiendo del apoyo ―o no― en el Congreso y no de los programas o las necesidades de la gente. Una costosa y fraudulenta mediación de la que cada vez nos informamos mejor pero que en la mayoría de los casos va quedando impune. Los ladrones siguen allí, tratando de reencaucharse en los carros ganadores.

Los ciudadanos están inconformes con el modelo político, pero ello no significa que el Congreso no deba existir, como han argumentado todos los gobiernos autoritarios cuando sus contrapesos, o la sola existencia de voces diferentes, les comienza a estorbar. Tampoco que, bajo amenaza, coerción y abusos, el legislativo se deba someter a los designios del ejecutivo, convirtiéndose, para este, en una incómoda formalidad. En un periodo como el que vivimos, por el contrario, se trata de fortalecer el Congreso y los partidos en un momento en que la digitalización y las redes han menguado y alterado su función de intermediación. Todavía no es factible la democracia directa. La sola denuncia de los problemas del sistema, un sólido argumento electoral ante la insatisfacción, no es suficiente. Tampoco garantía de mejores gobiernos o cambios profundos, en sí misma, aunque ante la corrupción desbordada hemos llegado a un punto en que mucha gente no votará por el “mejor” sino por el que “toca”.

Hablando de argumentos electorales, conviene considerar unos límites y mínimos, de parte de los candidatos y sus entornos. Respetar para ser respetados al acceder al poder. El partido de gobierno perdió las elecciones en medio de persistentes e infundadas denuncias acerca de que no se realizarían y se alista para entregarlo a quien resulte ganador, como es natural en democracia.

Además de votar masivamente en la segunda vuelta, corresponde permanecer atentos a que los fundamentos de nuestro imperfecto sistema político, dentro de los que destaca el respeto a la regla de mayorías, se mantengan, aunque uno u otro candidato, entre los dos que definirán la presidencia, inevitablemente pierda la elección. No puede ser que a estas alturas se siga usando la amenaza de fraude como eslogan de campaña. Es inaceptable que solo acepten los resultados si ganan. Debería ser el primer prerrequisito para participar en la segunda vuelta, ¿no?

@herejesyluis

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