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El conocimiento, la razón y los programas de gobierno siguen ausentes del debate presidencial. Las encuestas, que podrían orientarlo, no se leen, y unas redes, desbordadas por naturaleza, imponen condiciones, explotando emociones y sentimientos, las más de las veces negativos, de la gente.
Cualquiera esperaría que la elección presidencial sirviera para expresar lo mejor de nuestra experiencia e inteligencia tratando de resolver, desde el Estado, problemas mejor identificados que nunca gracias al análisis de datos. No ocurre así. La semana pasada el debate transcurrió entre la rasca de Petro y el morbo desatado por la señora Merlano, que hicieron explotar las redes, seguidos de los epítetos de “castrochavista” o “neoliberal”. Desde la trinchera de sus pasiones, cada internauta pudo satanizar a su contrario, lo que por democrático –todos pueden hacerlo o convertirse en objetivo– no deja de ser lamentable. Posverdad y populismo hacen fiestas.
La manera como se está manipulando a la opinión en 2022 es diferente al típico fraude electoral como le conocemos, aunque sus efectos sean similares. El uso de robots para enviar mensajes sigue siendo abusivo. También la identificación de gustos y costumbres, preferencias, emociones y sentimientos negativos utilizados para enviar mensajes muy precisos a través de las redes. La penalización de estas conductas no se encuentra claramente tipificada. Nuevos factores de riesgo y nuevos delitos electorales se encuentran por reglamentar. En Colombia hacemos énfasis en la publicación de encuestas, el número de vallas o la publicidad convencional. Delitos generados y financiados por formas de corrupción reconocidas siguen afectando nuestros derechos, pero en la era digital han evolucionado. La protección de la gran opinión está en manos del control que hacen Facebook y Twitter. Es decir, ninguno.
Mientras tanto, herramientas de gran utilidad para el análisis, como las encuestas, apenas se utilizan. “Puntean Petro, Hernández e Ingrid”, fueron las conclusiones adjudicadas al muy completo estudio del Centro Nacional de Consultoría, que arroja importantes hallazgos poco comentados.
La encuesta revela que Petro, a quien muchos dan como ganador, tiene una candidatura frágil. Como ocurre en todas las encuestas, también gana, pero en esta se develan fisuras profundas en la composición de su electorado. Puede afirmarse que: 1) se trata de una candidatura respaldada mayormente por jóvenes: lo apoya el 35% entre 18 y 25 años, pero solo el 20% de los mayores de 56, 2) Contrario a los que se esperaría, en los estratos bajos sus simpatías disminuyen: tiene el 31% en los altos y solo el 26% en los bajos. 3) No le va bien con las mujeres: mientras lo respalda el 34% de los hombres, solo el 20% de ellas lo hace.
La encuesta también anticipa que un eventual gobierno Petro, como le ocurre a Castillo en el Perú, no tendría gobernabilidad. Solo lograría, abstracción hecha de cifra repartidora y umbral, el 13% de los escaños, mientras el Partido Liberal y Cambio Radical, que no participan en consultas, alcanzarían el 22%. ¿Cómo jugarán en las presidenciales? Claramente esperan los resultados del 13 de marzo para hacer su movida.
Probablemente el hallazgo más importante de la encuesta se refiera a la resurrección de la polarización. Mientras en la última encuesta de cultura política del DANE el centro tenía un 39,6% de simpatizantes, la derecha un 26,7% y la izquierda el 11,7%, en la del CNC la derecha sube a 33% y la izquierda al 22%, mientras el centro cae al 17%, confirmando que, a medida que se acerca la fecha de elecciones, el debate pasional hace mejor su trabajo de polarizar. La competencia de egos del centro hace su parte y le ayuda. En eso estamos.
