Las discusiones entre los senadores Bolívar y Barreras, petrismo y neopetrismo, hacen parte del curso natural y las pugnas inherentes a la actividad política. No ocurre lo mismo con las posturas, digamos oficiales, del nuevo gobierno sobre aspectos sensibles que requieren una mínima coherencia. A la incertidumbre mundial debemos añadir la que se ha generado por el cambio de gobierno, el advertido “efecto Petro”. No ayuda a superarla la multiplicidad de voces que, a nombre del gobierno entrante, anuncian, como ruedas sueltas, reformas de todo tipo, políticas encontradas y nuevos impuestos. Con urgencia necesitan un vocero.
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El escenario internacional es complicado. A una primera herencia de la pandemia, la inflación ocasionada por las interrupciones en las cadenas globales de suministros, debemos añadir la generada por el rebote de las economías, un incremento inusual de la demanda que ha exagerado los precios, sumado a los efectos de la invasión rusa a Ucrania. Como consecuencia, la inflación en Estados Unidos ya casi llega a dos dígitos, como la nuestra, y otro tanto ocurre en Europa y el mundo, que se debate ahora entre convivir con ella o restringir la demanda mediante el aumento de las tasas de interés. Siendo más difícil lograr que anunciar el control de la inflación así, puede propiciar una recesión global de graves proporciones que se empieza a sentir, también, en China. Su sola expectativa ha revalorizado al dólar, refugio predilecto de los inversionistas.
La apreciación del dólar tiene graves consecuencias en nuestra economía: el alza en las tasas de interés en Estados Unidos, nos “obliga” a hacer lo propio aquí o exponernos a una mayor fuga de capitales. El encarecimiento de los bienes importados, por otra parte, impulsará nuestra inflación y un mayor deterioro de los términos de intercambio que se verá reflejado en la balanza de pagos y una mayor devaluación. El entrante gobierno, desde ya, debe centrarse en controlar la inflación, sin afectar el crecimiento de la economía, y la devaluación, que nos puede envolver en una indeseable espiral. El mantenimiento y recuperación de la confianza, por parte de los actores económicos, debe ser su prioridad.
Los efectos de la apreciación del dólar no consiguen explicar el deterioro de nuestra moneda, rozando el 17% en apenas un mes, muy superior al de a mayoría de monedas y países, así como la caída de la bolsa. Aunque no sea tan popular decirlo ahora, el efecto Petro ―la incertidumbre y desconfianza generada por un eventual abrupto cambio de reglas y políticas― se ha sentido con fuerza. No han sido suficientes las declaraciones del designado ministro de Hacienda aterrizando desaforadas promesas de campaña, ni los trinos del mismo Petro advirtiendo a los inversionistas sobre un mal negocio al confiar en un dólar volátil que se les puede desvalorizar.
Tiene retos enormes el gobierno entrante, como contener la inflación, mantener el ritmo de crecimiento, el empleo, estabilizar las finanzas públicas y, simultáneamente, reducir la pobreza cumpliendo sus promesas de campaña. Todos pasan por mitigar la incertidumbre y propiciar confianza. La tarea de vigorizar la economía es un problema de todos y, francamente, no ayudan a resolverlo discursos altisonantes y muchas voces discordantes, como si continuáramos en campaña. Las designadas ministras de Cultura y Salud han salido a proponer, cada una, impuestos a la telefonía y las bebidas azucaradas. Esta última pareciera establecer, como principio de política, el veto a la participación privada de las EPS en la gestión de la salud. Antes de comunicar mensajes de ese tipo, en un momento de aguda incertidumbre, deberían armonizarse con el equipo de gobierno y los ministerios relacionados, como los de comunicaciones e interior ¿No son los temas de impuestos del resorte del presidente y el ministro de hacienda?
La comunicación asertiva es una importante herramienta de gobierno y su uso equivocado puede resultar en todo lo contrario. Necesitamos del presidente electo establecer un canal y un vocero. A todos nos conviene.