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El presidente no conocía -sino hasta la semana pasada cuando convocó a una reunión de emergencia con la Junta de Ecopetrol- del caos en que se encontraba la empresa en manos de su protegido Roa. Tampoco sabía de lo que ocurría en la UNGRD, a unos metros de su oficina, en manos de sus históricos compañeros González y López. No sabía de la situación calamitosa en que se encuentra el sector de la salud, en manos de su amigo Jaramillo; de la crisis en las finanzas del Estado, ni de la grave situación en que se encuentra el sector energético, ni del fracaso total de la paz total.
El colmo, sin embargo, ha sucedido ahora: cuando amenazaba con el pueblo al Congreso y a todos los que no piensan como él descubrió que “su” pueblo -pese a sus reiterados llamados- otra vez no le salió. No lo sospechaba.
A pesar de la intención tardía para desmarcarse de sí mismo no se puede ocultar que la convocatoria al paro y la huelga general incluyó intervención en televisión desde China al conocerse la decisión del Congreso negando la consulta. Invitaciones de sus ministros y permanentes llamados advirtiendo que “ahora” quedaba en manos de una supuesta coordinadora con los mismos sindicalistas de siempre que representan a una minoría de trabajadores cansados ya de su propia burocracia. Pero en lugar de los millones esperados fueron apenas centenas. Difícil maquillar un fracaso de ese tamaño. El “pueblo habló”.
El presidente perdió la consulta en el Congreso por muchas razones, pero la más importante seguramente sea que desde el inicio de su gobierno se encontraba en minoría parlamentaria. Ese hecho político no puede llamarse -como lo hacen sus ministros y él mismo con escasa buena fe- bloqueo institucional. El segundo elemento es que su periodo se termina con demasiados e inocultables negativos. A decir verdad, sin nada positivo para mostrar. Tuvo a su favor la más grande reforma fiscal que se recuerde, pero ha conducido a las finanzas públicas a las puertas de la bancarrota en que ahora nos encontramos.
A Petro no le ha funcionado la lógica del miedo, confesada por su ministro Sanguino, quien reconoció públicamente la estrategia al afirmar que la reforma laboral sería aprobada por miedo a “su pueblo”. En eso ha devenido nuestra habilidad política; en la lógica del miedo y no de la razón. En particular no soy partidario de la reforma porque no conozco estudios o pruebas -realmente ninguno- de que los millones de informales tendrán más oportunidades mejorando las condiciones de quienes tienen un trabajo formal. Tampoco la fórmula según la cual al encarecerse el trabajo la economía creara más empleos y no todo lo contrario, como indican las reglas de la economía. Sí el trabajo nacional pierde -por cualquier razón- su competitividad, exportaremos menos e importaremos más, perdiendo empleos.
A estas alturas es posible que nuestro presidente -aislado como se encuentra en su jaula de cristal- no conociera tantas cosas que ocurren en Colombia. Nuestra política interior y nuestra política exterior se encuentran manos no de dos coequiperos, sino de dos enemigos confesos sin que lo hubiese notado.
Pero debe saber que el hundimiento de la consulta es el “menos peor” escenario que le puede ocurrir. La perdería –al adelantar elecciones- y de nada le valdrá decir que no sabía. El pueblo hablaría y de nuevo le indicaría hasta donde ir.
