Completamos un año creciendo por debajo del 1 %. No decrecemos, pero tampoco crecemos. Nuestras necesidades sí lo hacen. Mientras el Gobierno sigue obsesionado con las elecciones de 2026 y las pugnas políticas, una compleja coyuntura reclama su atención. Se requiere, como el Gobierno propone en sus discursos, la intervención del Estado que lidera para jalonar la demanda. Estancamiento e incertidumbre pueden ser las palabras que mejor definan la actual coyuntura.
Las cifras publicadas por el DANE sobre crecimiento en el primer trimestre son más que preocupantes. La cifra de 0,7 % para el trimestre no constituye una recesión, como en algún momento se anticipó, pero se parece mucho, si tenemos en cuenta que en marzo la economía en su conjunto decreció hasta -1,5 %. Nos han salvado el gasto del Gobierno, que pese a los bajos niveles de ejecución creció un 5,3 %, y los sectores agrícola y ganadero, que pudieron hacerlo en un 5,5 %.
La respuesta de la economía no ha sido homogénea. Mientras el sector de la construcción, que venía en recesión con cuatro trimestres cayendo, se pudo recuperar para crecer un 0,7 %, otros como las actividades profesionales y los servicios administrativos cayeron 0,2 %; la explotación de minas y canteras, -1,5 %; información y comunicaciones, -1,6 %; las actividades financieras y de seguros, -3 %. La industria manufacturera y el comercio, fuentes significativas de empleo, completan más de un año en recesión. Este panorama contrasta con las promesas de fomento del trabajo nacional realizadas en campaña por el actual Gobierno.
Luego de superar la pandemia, el escenario global en que nos movemos es ahora más complicado, por factores como la invasión rusa a Ucrania, la nueva guerra fría entre China y Estados Unidos, y la inminencia de las elecciones estadounidenses. La OCDE ha estimado un crecimiento mundial de 3,1 % para 2024, destacando como tendencias globales el control de la inflación y la recuperación del comercio. Para Colombia, sin embargo, ha vaticinado un crecimiento de apenas 1,2 % en 2024, resaltando el desplome de la inversión. Encuentra para ello razones como “la incertidumbre política y regulatoria en sectores claves, cambios administrativos que han ralentizado la cartera de proyectos de infraestructuras y vivienda, y un elevado costo del crédito”. Sobre este último, sabemos que la reducción de tasas de interés nos puede ayudar, pero la incertidumbre generada por el mismo Gobierno se ha constituido —como lo reconoce la OCDE— en un lastre para el crecimiento.
Políticas de reactivación efectiva pueden considerarse más que urgentes. A la luz de las cifras mostradas arriba no debería ser complicado focalizar préstamos o subsidios de emergencia para reanimar los sectores más afectados. Resulta indispensable detener la incertidumbre política, generada desde el mismo Gobierno por su confrontación con las instituciones y las intenciones de cambio de la Constitución y las reglas de juego. El país no puede seguir funcionando con los bandazos —constituyentes, referendos, el pleito de cada día— convertidos en regla del desempeño gubernamental. Si la cuenta de X del presidente generara, a cambio de confrontación, confianza y consistencia, la incertidumbre se reduciría y la inversión mejoraría.
Saliendo de la época de vacas gordas y recién llegado, el actual Gobierno accedió a una importante reforma tributaria que no había logrado ninguno de sus antecesores. No podemos estar hablando, tan pronto, de incumplir o cambiar las condiciones de la regla fiscal. ¿Cuáles son las razones para que debamos nuevamente endeudarnos? ¿No será más conveniente lograr alguna eficiencia —diferente a reducción— en el gasto público y, cuando menos, mostrar resultados contra la corrupción en lugar de lo que hemos observado en la Unidad Nacional de Gestión del Riesgo de Desastres?