La iniciativa del gobierno para aumentar el salario mínimo hasta un millón de pesos es una decisión de política; es popular y ha sido respaldada por sectores empresariales y trabajadores. Se trata de una medida tendiente a jalonar la demanda y fortalecer la reactivación, en la línea de las políticas asumidas para confrontar los efectos económicos y sociales de la pandemia. Sus posibilidades de generar desempleo no son tan evidentes, pero sí puede serlo el incremento en la inflación que ocasione.
Con unas expectativas de inflación cercanas al 6% al terminar el año, mantener la dinámica de la demanda requería un ajuste del nivel acordado. El rebote de la economía con un crecimiento esperado cercano al 10%, luego de un fatal 2020, ha superado las expectativas y resulta objetivo y justo hacer un reconocimiento a la batería de políticas, estímulos y ayudas que el gobierno comprometió -incluido el plan de vacunación- y que en buena parte han concluido en el crecimiento inédito del PIB que hemos observado.
Una vez más, hemos comprobado que la intervención del Estado para jalonar la demanda, como en otros episodios de la historia, ha dado resultado. Gracias a ello y a una respuesta uniforme por parte de casi todos los gobiernos, aunque con diferentes herramientas y magnitudes, el mundo se mantiene a flote aún sin terminar la pandemia. Los grandes protagonistas han sido el Estado, dinamizando la economía, y la ciencia, cuyas vacunas han permitido recuperar la confianza. Colombia, al margen de interesadas consideraciones electorales, ha actuado responsablemente en las dos áreas.
Sectores empresariales han invocado, como consecuencia negativa del aumento salarial, la pérdida de empleos: al aumentar los costos laborales se podría presentar una tendencia a reducir la creación de nuevos puestos de trabajo o, sencillamente, a suprimir cuantos sean posibles para mantener el nivel de utilidades. Frente a ese argumento debemos considerar que afrontamos una situación excepcional que ha requerido y requerirá medidas excepcionales, aunque una circunstancia particular para considerar sea el alto nivel de informalidad, cercano al 50%, y la importancia que tienen las pequeñas empresas como generadoras de empleos que pagan el salario mínimo.
Los aportes del profesor David Card, ganador del premio Nobel en 2021, sobre los efectos de las variaciones del salario mínimo en el mercado laboral, indicarían que su incremento no genera necesariamente desempleo, contradiciendo la asociación esperada de incrementos salariales con mejoras en la productividad utilizados tradicionalmente. La teoría del profesor Card, sin embargo, también debe considerar que nos encontramos, de nuevo, ante una situación excepcional.
Una de las maneras en las que el incremento del salario mínimo, en las actuales condiciones de Colombia, podría generar desempleo, se refiere a la mayor pérdida de competitividad de la industria y los emprendimientos locales frente a la oferta internacional. Sus resultados están por observar, pero, prácticamente sin ninguna duda, se pueden anticipar sus efectos adversos en la inflación de no mediar un aumento de la oferta de bienes nacionales o importados.
La inflación será un efecto inevitable. Más que controlar los incrementos puntuales de precios, como establece uno de los mecanismos de concertación, la protección de la renovada capacidad de compra de los salarios se debe garantizar con una oferta correspondiente de bienes y servicios y un razonable manejo por parte de la autoridad monetaria. Estamos ante un escenario en el que la economía y los actores económicos, al estimular la demanda, deben incitar la oferta, en cuanto la experiencia ha demostrado que los mecanismos de control de precios tienen un efecto transitorio, mucho más en condiciones de monopolio, como ha ocurrido en Colombia recientemente con algunos medicamentos.
Lo peor que le podría ocurrir a nuestra economía, en síntesis, no es que el efecto del incremento salarial sea propiciar desempleo como algunos temen. En cambio, debemos referirnos a nuestra capacidad de evitar, de manera inteligente, la espiral que convierta en norma la fábula de la zanahoria y el burro, con nosotros, como asnos, persiguiendo los incrementos de precios sin alcanzarlos jamás.