La polarización o promoción de la confrontación, una deliberada estrategia que recaba los sentimientos y emociones más íntimos de la ciudadanía para manipular sus decisiones y conseguir réditos políticos en favor de intereses particulares, ha trascendido las disputas al interior de las naciones y condiciona hoy la democracia, el desempeño de los Estados y paraliza la política mundial.
El mensaje de lo ocurrido en la reciente asamblea de la ONU no puede ser más que pesimista: mientras el mundo enfrenta una pandemia —“enfermedad epidémica que se extiende a muchos países—” que golpea a la humanidad como un todo, las naciones proponen respuestas individuales, como si nada pasara o como si aisladamente pudieran lograr mayor probabilidad de éxito.
Estados Unidos y China, las dos economías más poderosas, parecieran indiferentes ante la amenaza global de la enfermedad. Continúan en su, hasta ahora, ininterrumpida guerra comercial a tal punto que la asamblea pareció una batalla más al interior de ella: “Las Naciones Unidas deben hacer que China rinda cuentas por sus actos relacionados con la pandemia”, dijo el presidente Trump, a lo que un pausado Xi Jinping respondió: “Cualquier intento de politización o estigmatización con este asunto (la pandemia) debe rechazarse”. Rusia, por su parte, exhibió su vacuna no probada, la que utiliza su presidente para fortalecer su posición interna y externa, mientras el mal sigue azotando al mundo.
En el “centro”, el secretario general Guterres, en una muestra combinada de razón, pragmatismo e impotencia, pudo afirmar: “Nadie quiere un gobierno global, pero tenemos que trabajar juntos”, haciendo referencia a las fragmentadas respuestas a la enfermedad por parte de las potencias, pero también a la reversa que han tenido algunos acuerdos logrados después de mucho esfuerzo en materia de comercio y medio ambiente, para citar algunas áreas que los seres humanos compartimos, haciendo indispensable un tratamiento uniforme en forma de políticas públicas de parte de los Estados. Unos mínimos que nos permitan convivir en paz y garantizar nuestra supervivencia como especie.
Pudimos observar en la asamblea de la ONU la consolidación de unos nuevos parámetros para referenciar las posturas políticas de los países, anunciada en la anterior reunión en que el epicentro fue el cambio climático y la intervención de la joven Greta Thunberg. El modelo de izquierdas y derechas, con el que algunos políticos y analistas intentan aún explicar el mundo, caducó.
A cambio de él, más allá de disquisiciones académicas, el mundo real se debate entre proteccionismo y multilateralismo, y, lamentablemente, entre malas y peores actitudes políticas que dejan ver la confrontación entre un excesivo individualismo, reforzado y sobreexplotado de manera consciente por la manipulación de la información, y el sentido social y humano que da razón a las instituciones construidas en la posguerra y explica la existencia misma de los Estados. La política exterior, como en la época de Maquiavelo, danza al compás de la política interna reducida a las maneras de afianzarse al poder a cualquier costo.
¿En qué se parecen Putin, Lukashenko, Maduro, el régimen chino y, quién lo creyera, Trump? Todos se sienten atornillados y parecen dispuestos a casi cualquier cosa para mantenerse en el poder. En los cuatro primeros casos, evidentemente, no se trata de naciones democráticas, pero sorprendió la semana pasada el presidente Trump al responder con dudas sobre la transferencia pacífica de poder en caso de perder las elecciones de noviembre: “Tendremos que ver qué pasa”, en una afirmación increíble viniendo del presidente de los Estados Unidos al intentar deslegitimar, por anticipado, un eventual resultado negativo.
La polarización se advierte en la exacerbación de las divisiones internas, en su promoción para crear agendas en la opinión pública que la “atrapan” en opuestos difíciles de conciliar. Se deja ver en los “enfrentamientos” entre gobiernos nacionales y locales frente a posturas que buscan alinear a la ciudadanía, pero también en las relaciones entre las naciones, con resultados difíciles de establecer. Hace unos años apenas, pocos pensábamos que la ONU, como ocurre ahora, pudiera convertirse en su mejor escenario.