La declaración del presidente Duque, según la cual su gobierno no negociará nuevos tratados pero mantendrá los vigentes, invita a intentar un balance de lo ocurrido con ellos. Como están las cosas a nivel mundial, tenemos pocas variables bajo control en un escenario turbulento.
Un cotejo de tratados y acuerdos de libre comercio deja, para Colombia, un sabor agridulce: Con Estados Unidos, nuestro más importante socio comercial, las exportaciones en el periodo 2012 (año en que comenzó a regir el TLC) –2016 se redujeron más de la mitad; con México, Chile y Perú, en la Alianza del Pacífico, en cambio, desde 2006 no han parado de crecer a tasas superiores al 5% anual; con la Unión Europea, a pesar de su importancia como destino exportador, se redujeron desde US$9.400 millones en 2014 hasta US$5.439 en 2017, casi la mitad.
Pero estas cifras, en bruto, han estado matizadas por variables más impactantes que los acuerdos, entre ellas la tasa de cambio. Es difícil encontrar mercados para exportaciones costosas. Paradójicamente, la devaluación que vivimos desde 2015 no impulsó nuestras ventas al exterior; no revirtió la tendencia decreciente hasta 2017. Han pesado más los precios del petróleo.
Sin la pretensión de establecer una correlación entre acuerdos y PIB, se pueden observar hechos notorios: desde 2012 la industria manufacturera incrementó su participación en el PIB, cuando se supondría la impactarían negativamente sus efectos hasta 2016 luego de una caída libre en 2008 y 2009 (-3,7%, antes del TLC), mientras las de información y comunicaciones no han parado de caer desde 2013. No aplica una regla general.
Acerca de otros efectos, la tasa de empleo apenas cambió después de 2012, pasando de 58,4% en ese año a 59,06% en 2013 para llegar a 58,7% en 2017. Estas cifras, y el desempeño de la industria manufacturera, contrario a los supuestos de arrasamiento de empleos y sectores industriales con los que en algún momento se controvirtieron los acuerdos, muestran que ha sido, más bien, independiente o indiferente a ellos. Más susceptibles de afectarse por otro tipo de hechos económicos y políticos, como la caída en los precios del petróleo, la tasa de cambio y las variaciones en la tasa de interés. El “arrasamiento”, si alguna vez tuvimos una industria competitiva en algunos sectores, pudo ocurrir antes.
Un balance de los acuerdos y sus efectos, más allá de las cifras de la balanza comercial, puede ser apresurado. Su influencia se ha visto “neutralizada” por factores más relevantes en el desempeño de inflación, capacidad de compra de salarios, utilidades y empleo. Las actividades inmobiliarias, diferentes a construcción, y las financieras y de seguros, por ejemplo, han mostrado cifras siempre positivas desde 2012.
En teoría, pero también en la práctica, la aplicación de ventajas comparativas que hace posible el comercio no trae sino beneficios por la mejor utilización de los recursos disponibles. ¿Cuánto costaría cada libra de pan elaborado con harina nacional? ¿Cuánto, el peso del vestuario en la canasta de las familias sin la importación de manufacturas chinas, país con el que no tenemos TLC? Apenas ejemplos.
¿Se ha reducido el peso del agro en nuestro PIB luego de los TLC? Contrario a lo que se murmura en la calle, amplificado por partes interesadas, el sector tiene cifras positivas desde 2012, con picos en 2013 (7,5%) y 2017 (5,6%) en pleno funcionamiento de los tratados.
¿Volver al proteccionismo? Existe una oleada populista que puede afectar el bienestar y crecimiento mundial e impactar a Colombia. Pero no es realista pensar en nuestro país decisiones de gobierno y políticas en esa dirección. El gobierno entrante parece pragmático al respecto: una política de “No más acuerdos” puede cerrar la puerta a uno con China, país que para inundarnos de sus productos no los ha necesitado. ¿Cómo sería la cosa con un TLC?
@herejesyluis
La declaración del presidente Duque, según la cual su gobierno no negociará nuevos tratados pero mantendrá los vigentes, invita a intentar un balance de lo ocurrido con ellos. Como están las cosas a nivel mundial, tenemos pocas variables bajo control en un escenario turbulento.
Un cotejo de tratados y acuerdos de libre comercio deja, para Colombia, un sabor agridulce: Con Estados Unidos, nuestro más importante socio comercial, las exportaciones en el periodo 2012 (año en que comenzó a regir el TLC) –2016 se redujeron más de la mitad; con México, Chile y Perú, en la Alianza del Pacífico, en cambio, desde 2006 no han parado de crecer a tasas superiores al 5% anual; con la Unión Europea, a pesar de su importancia como destino exportador, se redujeron desde US$9.400 millones en 2014 hasta US$5.439 en 2017, casi la mitad.
Pero estas cifras, en bruto, han estado matizadas por variables más impactantes que los acuerdos, entre ellas la tasa de cambio. Es difícil encontrar mercados para exportaciones costosas. Paradójicamente, la devaluación que vivimos desde 2015 no impulsó nuestras ventas al exterior; no revirtió la tendencia decreciente hasta 2017. Han pesado más los precios del petróleo.
Sin la pretensión de establecer una correlación entre acuerdos y PIB, se pueden observar hechos notorios: desde 2012 la industria manufacturera incrementó su participación en el PIB, cuando se supondría la impactarían negativamente sus efectos hasta 2016 luego de una caída libre en 2008 y 2009 (-3,7%, antes del TLC), mientras las de información y comunicaciones no han parado de caer desde 2013. No aplica una regla general.
Acerca de otros efectos, la tasa de empleo apenas cambió después de 2012, pasando de 58,4% en ese año a 59,06% en 2013 para llegar a 58,7% en 2017. Estas cifras, y el desempeño de la industria manufacturera, contrario a los supuestos de arrasamiento de empleos y sectores industriales con los que en algún momento se controvirtieron los acuerdos, muestran que ha sido, más bien, independiente o indiferente a ellos. Más susceptibles de afectarse por otro tipo de hechos económicos y políticos, como la caída en los precios del petróleo, la tasa de cambio y las variaciones en la tasa de interés. El “arrasamiento”, si alguna vez tuvimos una industria competitiva en algunos sectores, pudo ocurrir antes.
Un balance de los acuerdos y sus efectos, más allá de las cifras de la balanza comercial, puede ser apresurado. Su influencia se ha visto “neutralizada” por factores más relevantes en el desempeño de inflación, capacidad de compra de salarios, utilidades y empleo. Las actividades inmobiliarias, diferentes a construcción, y las financieras y de seguros, por ejemplo, han mostrado cifras siempre positivas desde 2012.
En teoría, pero también en la práctica, la aplicación de ventajas comparativas que hace posible el comercio no trae sino beneficios por la mejor utilización de los recursos disponibles. ¿Cuánto costaría cada libra de pan elaborado con harina nacional? ¿Cuánto, el peso del vestuario en la canasta de las familias sin la importación de manufacturas chinas, país con el que no tenemos TLC? Apenas ejemplos.
¿Se ha reducido el peso del agro en nuestro PIB luego de los TLC? Contrario a lo que se murmura en la calle, amplificado por partes interesadas, el sector tiene cifras positivas desde 2012, con picos en 2013 (7,5%) y 2017 (5,6%) en pleno funcionamiento de los tratados.
¿Volver al proteccionismo? Existe una oleada populista que puede afectar el bienestar y crecimiento mundial e impactar a Colombia. Pero no es realista pensar en nuestro país decisiones de gobierno y políticas en esa dirección. El gobierno entrante parece pragmático al respecto: una política de “No más acuerdos” puede cerrar la puerta a uno con China, país que para inundarnos de sus productos no los ha necesitado. ¿Cómo sería la cosa con un TLC?
@herejesyluis