“Estoy aquí para hacer sonar la alarma. Nuestro mundo nunca ha estado más amenazado. Nos enfrentamos a la mayor cascada de crisis de nuestra vida”. La visión del secretario general de la ONU en su asamblea, le hace ver como la mala conciencia de los países más poderosos. Pocas veces tenemos la oportunidad de contrastar, tan claramente, las diferencias entre razón y anarquía; entre lo que deberíamos y podemos ser, frente a lo que lo que somos como especie.
Estando los problemas de la humanidad diagnosticados suficientemente, en la era del conocimiento y la inteligencia artificial, su preocupación se refiere a conseguir un mínimo de gobierno sobre los asuntos comunes a todos, el interés colectivo, que trascienda política interna de los países, declaraciones y discursos. En palabras de Guterres se trata de que “el sistema multilateral actual es demasiado limitado en sus instrumentos y capacidades, en relación con lo que se necesita para una gobernanza eficaz de la gestión de los bienes públicos mundiales. Está demasiado fijado en el corto plazo. Tenemos que reforzar la gobernanza mundial”.
Pero no todo se encuentra por hacer: el funcionamiento, diagnóstico y perspectiva de la ONU han tenido un hito en los Objetivos de Desarrollo Sostenible promulgados en 2015.Un “llamado universal para poner fin a la pobreza, proteger el planeta y garantizar que todas las personas gocen de paz y prosperidad para 2030″. En resumidas cuentas se trata de la esencia y unos mínimos del “deber ser”. Un programa de gobierno global básico que, como en el caso de Colombia, se ha incorporado a los planes de desarrollo nacional y locales como referente obligado y que debería ser un filtro, en época de elecciones, de los programas presidenciales.
La cruda realidad, sin embargo, ilustra sobre un momento en que las naciones se encuentran divididas frente a temas cruciales como ingresos, paz, clima, género, acceso al conocimiento y una notoria ruptura generacional, potenciados en la pandemia, que ha puesto de presente la enorme desigualdad mundial en el acceso a la salud y la vida en un momento crítico, como en el caso de la disponibilidad de vacunas.
En la superficie nuestros problemas actuales se revelan, al igual que en el pasado, como conflictos entre naciones. Los intereses de Estados Unidos, China y Rusia, en directa relación con sus capacidades económicas y militares. Dentro de ellos los ciudadanos, y sus necesidades, se expresan de manera diferente en las democracias y en las dictaduras. Más allá, los conflictos pendientes de resolver entre intereses públicos y privados son responsables de buena parte del caos que tiene a la humanidad en riesgo latente.
La pregunta, como en los inicios del capitalismo, sigue siendo la misma: En una sociedad cuyo principio de progreso se relaciona con el esfuerzo y los beneficios individuales ¿Quién se ocupa de lo que pertenece a todos, incluidos los problemas? La respuesta no es otra que el mismo Estado mediante los instrumentos de la democracia- el “peor sistema salvo por los demás- y la resolución de diferencias mediante la política en lugar de la violencia. Los problemas globales son complicados y crecientes, haciendo necesario recordar a los pesimistas y críticos del sistema por principio, que capitalismo y democracia, con sus defectos, han hecho posible atender las necesidades de una población que pasó de 1000 a 7.500 millones en apenas 200 años.
La gestión de los bienes y problemas públicos mundiales siguen siendo la pata coja del sistema. Requieren de un mínimo de gobernanza, como ha clamado Antonio Guterres. Solidaridad, inclusión y los Objetivos de Desarrollo Sostenible incorporados de manera preeminente y con capacidad coercitiva en todas las constituciones. ¿Parece un sueño? Más bien una bandera del tipo de política que a todos conviene.