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Como enseña el refrán, silencio e inmovilismo no son una opción frente a la dictadura. Menos en nuestro país. Cultural, geográfica, histórica y políticamente. Colombia es Venezuela.
La teoría según la cual debemos permanecer callados mientras la tiranía arrecia contra una población inerme que ha colmado las urnas y las calles, para permitir que el Gobierno gestione, junto con los de Brasil y México, una salida negociada, no puede apoyar, de ninguna manera, su permanencia en el poder. Dilatar para ganar tiempo y transformar un escenario adverso es una herramienta reconocida del manual de los dictadores. Así lo hizo Pinochet en 1980 al convocar un plebiscito y “negociar”, lo que le permitió permanecer 10 años más. También la dictadura argentina luego del desastre de las Malvinas. ¿Cuánto más se quedará Maduro negociando lo innegociable? Es una forma de darle oxígeno en un momento crítico a un régimen experto en dilatar.
La hipótesis según la cual Rusia y China abrirían un nuevo escenario de conflicto ahora en América ha condicionado, hasta ahora, a una voluble política exterior de los Estados Unidos que fracasó en el gobierno de Trump como lo ha hecho en el de Biden. Siguiendo, supuestamente, la agenda de Barbados, Maduro convocó elecciones solo para amañarlas y quedarse. Ha sido una burla. Situados en la realidad, Putin ha encontrado en Ucrania un inesperado y costoso fracaso que no tiene manera de repetir a riesgo de propiciar el colapso de su propio régimen. Por su parte, China no parece interesada en conflictos sino en mercados en los que pueda comerciar. Maduro no tiene cómo pagarle lo que le debe teniendo más posibilidades de recuperar sus préstamos e inversiones con el retorno de la democracia. La oposición, desde ahora, debe garantizar el pago de esas acreencias.
A la comunidad democrática internacional liderada por la Unión Europea y Estados Unidos, como a Brasil, México y Colombia, conviene establecer unos términos precisos de negociación sobre lo único negociable luego del resultado de las elecciones: la entrega del poder a quienes ganaron. Será difícil amenazar con otro desastre humanitario a una población desesperada al punto que gran parte de ella abandonó su país. “No tenemos miedo” grita el bravo pueblo, aunque les encarcelen por decirlo o por tener una cuenta de WhatsApp.
Se demoró más el embajador de Estados Unidos en la OEA en afirmar que “si Maduro decide hacer eso (seguir con la represión), activará a la comunidad internacional en formas que él no podría imaginarse”, que el régimen en apresar a más dirigentes. Hace rato no les creen a las amenazas. Tienen toda la experticia de Cuba. La polarización y las elecciones en Estados Unidos siguen condicionando sus cambiantes apuestas de política exterior. El momento para implementar las sanciones “inimaginables” es ahora. La democracia debe defenderse del autoritarismo comprendiendo que no se trata de un problema nacional y reclama nuestra solidaridad. Pasar a los hechos. Sanciones económicas a fondo, pero también morales y sociales. El multilateralismo tiene, como en Ucrania, un deber y una oportunidad.
En Colombia, por otra parte, además del costo asociado a convivir con el régimen, debemos considerar la experiencia del populismo devenido en dictadura en Venezuela para que aquí no ocurra. “Venimos de su futuro. Ustedes van para allá”, nos dicen a coro los millones de compatriotas venezolanos que se ganan la vida en Colombia haciendo cualquier cosa. Imposible no asumir seriamente semejante advertencia. Imposible callar.
