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La propuesta del electo presidente para reducir su tamaño y hacerlo más eficiente ha sido utilizada como promesa electoral desde hace siglos, sin que sus beneficios puedan certificarse o convertirse en dogma en el largo plazo. Trump se encuentra creando un Departamento de Eficiencia Gubernamental, con el liderazgo del ambicioso multimillonario Elon Musk -el primer amigo de los Estados Unidos ahora-, quien se ha comprometido a utilizar la tecnología y cazar a los mejores talentos para conseguirlo. ¿Lo logrará?
Los seres humanos hemos invertido tiempo y esfuerzos resolviendo el asunto. Luego de Adam Smith y su teoría de la mano invisible que, en su opinión, debe regular la asignación de recursos de la sociedad y no el Estado, Friedrich Hayek argumentó que la intervención estatal impide la eficiencia de los actores económicos. Su ideal de una economía sin planificación central se complementó con las ideas de Milton Friedman para converger en los gobiernos de Ronald Reagan y la señora Thatcher, en un modelo que parecía funcionar –debe decirse a medias- hasta que la crisis del 2008 lo puso en evidencia, desnudando problemas que explican en buena parte la reacción que condujo al electorado hasta los dos gobiernos del presidente Obama y el de Biden.
Si el fracaso del socialismo soviético sirvió como argumento para vetar a la planificación central, no puede decirse lo mismo de la administración, la planeación y la prospectiva, en general, áreas en las que Musk se ha demostrado experto. Aunque el tamaño del Estado supone una relación directa con los niveles de impuestos, deben observarse cada sociedad y cada caso en particular. No pueden situarse en el mismo plano el fracasado experimento soviético con los logros de sociedades que, como Corea del Norte y Taiwán, haciendo uso de planeación concertada, han conseguido logros inocultables, respetando la libertad de empresa, la democracia y los derechos humanos. Hoy es imposible gobernar con éxito macro organizaciones sin planeación estratégica; situacional y análisis de escenarios.
Tal ha sido el espíritu del modelo conocido como la Nueva Gestión Pública, que ha permitido, con la participación del sector privado, niveles de eficiencia y éxito contra la corrupción inobjetables. Los modelos de gobierno conocidos como “Gobierno Electrónico” y después “Gobierno Abierto”, han permitido a las naciones disfrutar mayores niveles de progreso y beneficios mediante la participación de la ciudadanía en el diseño y ejecución de políticas, y el uso creciente de la innovación tecnológica.
Pragmatismo mejor que fundamentalismo. El tamaño del Estado es un asunto político -se toman decisiones sociales terminantes- y económico. El nivel de su intervención convertido en herramienta de gobierno, desde el punto de vista Keynesiano, puede determinar los niveles de empleos e ingresos, así como su distribución. Pero es, sobre todo y desde cualquier ideología, un asunto de administración y eficiencia social. La ciencia –en la perspectiva del reciente Nobel de economía- lo viene demostrando. Se trata de optimizar el funcionamiento del estado, pero no de “estatizar”, como principio fundamentalista, o desaparecerlo.
Los intereses que como contratista estatal pueda tener el señor Musk no descalifican los aportes que la capacidad de innovación a su disposición, puedan realizar a un problema milenario. Pero si desde la teoría de la Elección Pública James Buchanan argumentó, sin faltarle razón, que los políticos solo se preocupan por sus propios intereses y por lo tanto debe reducirse el tamaño del Estado al mínimo necesario, no podemos olvidar que sin políticas expansionistas o un estado más activo, crisis como las de 1930 o 2008 apenas se estarían solucionando.
