Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Las lecciones y perspectivas de lo que ocurre en Estados Unidos dependen de la capacidad del sistema político para resolver los problemas convertidos en sustento de la amenaza populista, y no de lo que haga o deje de hacer quien los ha multiplicado en su propio beneficio, como intentará en su segundo juicio.
Si el ascenso del populismo en EE. UU. —un modelo de estabilidad en su régimen político— hace pocos años parecía improbable o una teoría extravagante, las maniobras dictatoriales de Trump completan un cuadro que revela agotamiento del sistema político, insuficiencia para tramitar e incluir las necesidades de nuevos sectores y su evidente desactualización. Detrás de un Trump mal perdedor subsiste el 43 % de su inamovible electorado, núcleo duro de sus 74 millones de votantes, y, con él, problemas sin resolver y nuevas realidades sin incorporar al sistema político, como ocurre en otras partes del mundo.
¿Hacia dónde pensaban que se dirigía, o se dirige, Donald Trump? Su andanada contra instituciones, principios y valores fue notable desde que irrumpió para “salvar” al Partido Republicano. Ante lo ocurrido nadie debería sorprenderse: el expresidente Obama, un cronista y protagonista autorizado de nuestro tiempo, confirma en su libro Una tierra prometida, publicado en diciembre, que en democracia —un proceso siempre en construcción— la disrupción entre impacto de las redes sociales, el sistema político y las realidades de la globalización, que dejaron sin trabajo a millones de estadounidenses al trasladar ramas enteras de la producción mundial, tiene y tendrá consecuencias. Una de ellas ha sido la “resurrección” del populismo a la que hemos asistido en Estados Unidos, como en Brasil, México y otras latitudes.
A la influencia de la deslocalización de la producción mundial se refiere Obama en los siguientes términos: “En mi opinión, una combinación de la globalización y las revolucionarias nuevas tecnologías había ido modificando de forma esencial la economía estadounidense durante al menos dos décadas. Los fabricantes habían trasladado su producción al extranjero, aprovechando la mano de obra barata y la posibilidad de traer productos económicos para que los vendieran las grandes tiendas especializadas, contra las que los pequeños negocios no podían competir. En los últimos años internet había hecho desaparecer puestos de trabajo en oficinas y, en algunos casos, hasta industrias completas.”
Al referirse al impacto de la tecnología, el abuso de las redes mediante la manipulación de datos y la actividad política, refiere: “Lo que no llegué a valorar del todo fue lo dúctil que llegaría a ser esa tecnología, lo rápido que sería absorbida por intereses comerciales y empleada por los poderes más establecidos, la facilidad con la que podría usarse no solo para unir a las personas sino también para distraerlas o enfrentarlas, y cómo algunas de esas mismas herramientas que un día me habían llevado a la Casa Blanca se acabarían volviendo en contra de todo lo que yo representaba”.
¿Serán la tecnología y el desarrollo de la ciencia un problema? Se trata de su abuso y su capacidad para crear universos paralelos mediante la transformación, en la mente de los ciudadanos, de la realidad objetiva, impunemente. ¿Verdades alternativas o cuestión de perspectiva? Simplemente mentiras que pueden conducir a polarización y confrontaciones violentas, como hemos visto en Estados Unidos.
De lo anterior se puede deducir que la pesadilla vivida por la democracia ha estado tan diagnosticada y prevista como el asalto de la turba trumpista al Capitolio. La polarización no es un fenómeno “natural” de nuestros tiempos, un resultado espontáneo de nuestra convivencia con las redes. Se trata de una estrategia deliberada utilizada para promover opciones políticas a cualquier costo. El mismo viejo conocido populismo utilizando las nuevas tecnologías y las posibilidades de unas redes sin referencias ni reglas. Su incorporación y reconocimiento en el sistema político y legal ha tardado más que sus nefastas consecuencias.
El ascenso de Trump fue posible, también, porque se lo permitieron las mismas empresas que decidieron unilateralmente silenciarlo ahora, abriendo un debate que no se refiere a la libertad de expresión sino la capacidad de dos empresas para disponer, a su arbitrio, de ella, como ha sostenido la canciller Merkel.
Con Trump ha fracasado el enclaustramiento y retorno al proteccionismo, habiendo, por ahora, descartado, por el método de ensayo y costosos errores, la aplicación del enfoque transaccional usado en economía, en la política y las relaciones entre naciones. La lógica que mueve a inversionistas y consumidores, el interés individual, no puede gobernar las relaciones entre Estados ni situarse por encima de interés general al interior de los mismos. Se trata del interés público y no de obtener ganancias negociando al menudeo, como intentó gobernar el señor Trump.
