El cambio de paradigmas, consecuencia de la globalización y la revolución científica y tecnológica, dejó obsoletos a los modelos educativos del siglo pasado. Colombia no es una excepción.
Las diferencias entre los escenarios laborales y los sistemas educativos se han agrandado tanto que en casi todos los países se producen rupturas. En España, por ejemplo, no saben qué hacer con una deserción estudiantil que supera los niveles del 30%; en Estados Unidos están aterrados por la pérdida de competitividad que los ha mandado hasta un incómodo 17 lugar entre los países desarrollados y en Colombia, por la baja calificación de nuestros estudiantes en las pruebas PISA, dificultades en el planteamiento, estructuración y resolución de problemas como consecuencia de una escasa fundamentación en matemáticas y lectoescritura, que no se corresponde con el desarrollo del país, su crecimiento y lo que hoy creemos que somos.
Existe un común denominador en estas épocas de crisis y ese es la pérdida de absorción del mercado laboral: más de 80 millones de jóvenes no encuentran trabajo y la tasa de desempleo juvenil es del 18% a nivel mundial mientras en Asia es la mitad. En Europa se puede observar la paradoja de una juventud educada que no encuentra empleo. El desplazamiento de la estructura productiva mundial, consecuencia de la globalización, a países con bajos costos laborales, alta productividad y escasos controles ambientales, ha cambiado completamente el panorama. El mundo se transformó y, sin embargo, los sistemas educativos en muchos países, entre ellos Colombia, siguen como si tal.
En este nuevo escenario resulta más que evidente la relación entre crecimiento económico y educación: Taiwán, Corea del sur y Hong Kong, líderes en la última década, lo confirman. El aumento de la inversión en educación, sin embargo, no garantiza mejora en el nivel educativo sobre todo en los países en desarrollo, ha confirmado un relativamente reciente estudio de The Economist. Eso es definitivo porque resulta difícil que cualquier país pueda mantener niveles importantes de crecimiento sin una mejora constante de su sistema educativo.
Diferentes estudios en un sin número de países, incluyendo el que ha realizado en Colombia la fundación Compartir, han encontrado que la calidad del profesorado es el factor central en todos los procesos de mejoramiento educativo. Esa “calidad” incorpora no solo su adecuada calificación si no su dignificación; el reconocimiento social a su labor y una adecuada recompensa salarial, acorde con esa importancia.
Considerando a la educación como una prioridad nacional, en Colombia, el gobierno ha anunciado un presupuesto para 2015 de casi 29 billones, el cual puede incrementarse, año tras año, en la misma proporción en que disminuyan los costos de la guerra. Buena parte de ese incremento puede invertirse, como lo ha sugerido el estudio de la fundación Compartir, en el mejoramiento de la calidad de los docentes y en su adecuada remuneración, par y paso con un cambio de paradigmas que comience con la construcción de un sistema de indicadores incorporando variables como competitividad y actualización.
De acuerdo con la Constitución, la educación es un derecho fundamental y un servicio público que tiene una función social. Está claro que el liderazgo en esta delicada materia corresponde al Estado. Pero ¿Cuál es la ruta? En esto debemos ponernos de acuerdo todos, comenzando por el ministerio y Fecode que no debe necesitar de más paros, como el convocado la semana pasada, para que se reconozca su importancia en la formulación de políticas. Debemos destacar que las asociaciones de Maestros han hecho manifiesta su voluntad de propiciar una transformación del sistema. Si todos estamos de acuerdo en la necesidad vital de actualizarlo ¿Por qué no jalar para el mismo lado?
@herejesyluis