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Pese a las declaraciones del ministro Ocampo, según las cuales el alza de tasas en Estados Unidos es responsable de nuestra devaluación, el gobierno debe asumir su responsabilidad y corregir. Pese a su calificada opinión, evidentemente, los mercados piensan lo contrario, como demuestra la actual tasa de cambio. Con el mismo entorno internacional, la pérdida de valor del peso es superior a la de la mayoría de los países de Latinoamérica y el mundo, una realidad imposible de desconocer.
En 2022 la inflación es una amenaza mundial. Los bancos centrales, como respuesta, han aumentado las tasas de interés de manera simultánea, por primera vez en décadas. La invasión rusa ha complicado los mercados, pero esto afecta a todos los países. ¿Por qué en Colombia nos afecta mucho más, como se puede comprobar en cualquier medición?
La respuesta es sencilla: se ha deteriorado la confianza en nuestra economía, desde el triunfo de Petro, mucho más que en otras latitudes. En un mercado abierto el precio del dólar depende de la oferta y demanda cruzada de divisas. Los inversionistas en todo el mundo, en periodos de incertidumbre y dificultad, ponen sus recursos en donde les generan mayor confianza y rentabilidad. Si a la confianza que genera la economía de Estados Unidos le sumamos una diferencia, a su favor, en las tasas de interés, tendremos un flujo de divisas hacia allí deteriorando la tasa de cambio. Es lo que explica que nuestro propio banco central deba subir las tasas. La disparada del dólar en los últimos días nos lleva a pensar que se ha quedado corto, conociendo que la reserva federal no ha parado de subirlas y, por ahora, nada hace pensar que se detendrá.
Sabemos que la subida de tasas tiende a controlar la inflación, pero genera menor inversión, menor crecimiento y desempleo. El Banco de la República, conminado constitucionalmente a detener la inflación, debe ajustarlas en lo que considere necesario haciendo un crudo balance sobre sus efectos en la economía. Si la tendencia continúa, pese a opiniones en contrario del gobierno, no tendrá más remedio que seguirlas subiendo, aunque suene paradójico, para proteger la capacidad de compra de todos y un mayor deterioro de nuestra moneda.
Si en gracia de discusión aceptáramos la presunción del ministro podemos convenir que frente a lo que hagan o dejen de hacer los demás gobiernos del mundo es poco lo que podemos hacer. Sí podemos, sin embargo, utilizar las herramientas de que disponemos para generar confianza, en lugar de dejar la impresión de “avanzar” sin ningún destino cierto, como lo perciben los mercados. Debe hacer todo lo posible para despejar la incertidumbre causada por sus ambigüedades, la inconsistencia en sus inacabadas políticas y las múltiples declaraciones encontradas de funcionarios de primer nivel, como reiteradamente hemos solicitado.
La situación que ahora padecemos fue advertida en esta columna desde antes de la posesión de Petro (Ver aquí): “Los efectos de la apreciación del dólar no consiguen explicar el deterioro de nuestra moneda, rozando el 17% en apenas un mes, muy superior al de a mayoría de monedas y países, así como la caída de la bolsa. Aunque no sea tan popular decirlo ahora, el efecto Petro ―la incertidumbre y desconfianza generada por un eventual abrupto cambio de reglas y políticas― se ha sentido con fuerza. No han sido suficientes las declaraciones del designado ministro de Hacienda aterrizando desaforadas promesas de campaña, ni los trinos del mismo Petro advirtiendo a los inversionistas sobre un mal negocio al confiar en un dólar volátil que se les puede desvalorizar”. Pese a advertencias como esta, el gobierno se ha empeñado en profundizar la desconfianza en lugar de reducirla mediante declaraciones y políticas consistentes.
Declaraciones como las del presidente no fueron suficientes entonces ni lo son en este momento. Pese a ellas, ahora, cuando la devaluación llega al 32% y el dólar se dirige hacia 6.000, el gobierno debe comenzar por reconocer sus desaciertos y enderezar el rumbo, antes de conducirnos a un mayor empobrecimiento. La semana anterior, finalmente ha designado, como también le sugerimos desde el 18 de julio en la columna citada, un vocero. La unificación de criterios y políticas debe ayudar. También debe ayudar la aprobación de la reforma tributaria, pero la reducción de la incertidumbre y la recuperación de la confianza dependen, en mucho, de las expectativas generadas; de lo que haga o deje de hacer y anunciar, comenzando por asumir sus responsabilidades y abstenerse de culpar a los demás.
