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¿Quiénes incluyeron la cláusula lo hicieron paraEl profesor y columnista Ramiro Bejarano, muy querido miembro del consejo editorial de El Espectador, abrió, con su columna sobre la cláusula Petro, un debate indispensable sobre los efectos que tendría, y tiene ya, su eventual llegada al gobierno. La cláusula es, en realidad, una salvaguarda contra el populismo, considerando costosas experiencias. Dependiendo de las preferencias políticas de cada quien se opina sobre su conveniencia, carácter democrático o legalidad, pero también deben considerarse antecedentes y hechos.
El populismo, una manera de practicar la política ofreciendo soluciones inmediatas y milagros a las necesidades de fanáticos enceguecidos, casi siempre en cabeza de un gran líder que establece un vínculo directo con sus seguidores, sin considerar instituciones, reglas acordadas por las sociedades ni tiempos de gobierno, ha hecho estragos en el mundo y justificado guerras y dictaduras. ¿Puede una cláusula anticipando sus efectos generar pánico económico cuando trata de alertarlo e impedirlo?
La discusión no es jurídica si no económica y en últimas, política. ¿Quienes incluyeron la cláusula lo hicieron para proteger sus intereses económicos o para advertir a los electores de los riesgos de la elección de Petro?
Entre analistas e inversores, de manera tácita o manifiesta, la cláusula ya está funcionando. En declaraciones publicadas en medios especializados se identifica como una de las causas de la trepada del dólar hasta 4.000. Por esa vía ya produce efectos en la inflación. Desde ese punto de vista el pánico económico lo han propiciado las declaraciones de Petro y no los autores de la cláusula, ante el innegable aumento del riesgo económico y político. Inversionistas y pequeños propietarios temen a los vaivenes de un eventual gobierno suyo, y por extensión quienes tienen algún empleo o fuente de ingresos.
La economía funciona fundamentada en expectativas y confianza. Propuestas como cambiar el modelo económico – con su mero anuncio como argumento – y acabar la mayor fuente de divisas que el país tiene no ayuda a mantenerlas. El prometido e irrealizable retorno a la autarquía, menos. Su probada incapacidad de ejecución en la alcaldía no avala a Petro como gobernante, aunque para muchos sea buen candidato. Como Castillo en el Perú de hoy, en la Bogotá de Petro entraban y salían altos funcionarios por docenas y los recursos no se ejecutaban, generando desconfianza en una gestión que hechos como la visita al Papa no logran opacar.
Con el propósito de ganar el candidato ha tratado de morigerar sus propuestas intentando acercar decisivos sectores de centro, como el Liberalismo, pero la gente no olvida que lo mismo hizo en su momento Chávez para ganar las elecciones, antes de cambiar la constitución, deteriorar las instituciones y conducir a Venezuela hacia la dictadura y el desastre. Los populistas suelen modifican reglas e instituciones para atornillarse al poder, argumentando un supuesto bien mayor.
La experiencia del “cambio” en Venezuela, además del desempleo y el hambre propiciados por un gobierno que también prometió acabar la corrupción, ha dado lugar a una de las mayores inflaciones del mundo y a una diáspora de 5 millones de personas, de las cuales 2 millones viven en la Colombia que Petro promete ahora cambiar. También ha dado lugar a que Venezuela ocupe el puesto 177, entre 180, en el ranking mundial de percepción de corrupción de Transparencia Internacional. En Colombia- que ocupa el puesto 87- estamos mal, pero podemos empeorar.
Siendo su ideología, su discurso revanchista, sus promesas y su talante tan parecidos a los de Chávez y Maduro, tienen razones para estar preocupados los inversionistas, pero también los pequeños propietarios cuyos únicos bienes son sus vehículos, apartamentos y casas o, sencillamente, sus trabajos. En la Venezuela antioligárquica sus bienes se han desvalorizado, en dólares, un 75% en los últimos 20 años. En Bolívares no se puede hacer el cálculo. Perdimos la cuenta de los ceros. Los más pobres debieron irse de su país.
Todo esto fue posible porque ni los contratos ni las instituciones tenían una cláusula contra el populismo. Aquí, como se ha visto, tampoco la tenemos. Nadie debe extrañarse porque el asunto se discuta, a menos que pasar de agache ante la amenaza populista se convierta, como ocurre en Venezuela, en indignante obligación.
