Publicidad

A setenta años del cataclismo

Sigue a El Espectador en Discover: los temas que te gustan, directo y al instante.
Luis Fernando Medina
05 de mayo de 2015 - 03:46 a. m.
Resume e infórmame rápido

Escucha este artículo

Audio generado con IA de Google

0:00

/

0:00

Veinticinco mil muertos. Cada día. Durante seis años.

Uno de cada cinco polacos. Tres de cada diez bielorrusos. Seis de cada diez judíos de Europa. Siete de cada diez prisioneros de guerra soviéticos. Muertos en trincheras, fusilados, calcinados, de hambre, de fiebre tifoidea, gaseados a escala industrial. Desde Londres y París en el Occidente hasta Nanking y Tokio en el Oriente. Desde el Ártico hasta las regiones tropicales de Asia. Estas son solo algunas de las cifras del horror con las que quienes nacimos después de 1945 tratamos medianamente de asomarnos a lo que pudo significar la Segunda Guerra Mundial cuyo final en el teatro europeo se conmemora esta semana (el teatro asiático continuaría unos meses más). Es imposible captar la magnitud o el significado de este cataclismo en una columna, o en un libro. Coja el lector cualquier libro de historia de cualquier país del mundo, incluso de los de América Latina que escapó prácticamente indemne, y encontrará un capítulo que comienza en 1945.

De todos los jefes de estado que participarán en las celebraciones esta semana, solo dos, Barack Obama y David Cameron, pertenecen al mismo partido al que pertenecían sus antecesores hace 70 años (Franklin Delano Roosevelt y Winston Churchill, respectivamente). No ocurre así con Angela Merkel ni con Vladimir Putin. Debido a símbolos como este resulta tentador ver estos 70 años como el triunfo inevitable de la democracia liberal sobre los totalitarismos del siglo XX.

No es así como se veían las cosas en aquel entonces. Desde que Mussolini llegó al poder en Italia en 1922, más de un miembro del Establishment político europeo se planteó la posibilidad de buscar un modus vivendi con el fascismo. Por aquel entonces Churchill elogiaba abiertamente a Mussolini. El miedo a la revolución social, avivado por el estallido de múltiples agitaciones bolcheviques empezando por Rusia en 1917 y la misma Alemania en 1918, junto con el trauma dejado por el desangre de la Primera Guerra Mundial, hacían que muchos sectores políticos supuestamente moderados fueran indulgentes con aquella nueva ultraderecha militarista. La incuria de Gran Bretaña y Francia ante el rearme alemán, en flagrante violación al Tratado de Versalles, reflejaba la complacencia con que muchos tradicionalistas veían la posibilidad de que Hitler destruyera de una vez por todas a la Unión Soviética, logrando lo que ellos no pudieron hacer en 1920. Las mismas vacilaciones llevaron a Gran Bretaña a su decisión de tañer la lira mientras la República española ardía bajo los aviones facilitados por los nazis.

Esto contribuye a explicar aquellos niveles de letalidad que desafían la imaginación de quienes vinimos después, en virtud de los cuales la Segunda Guerra Mundial costó cinco veces más vidas que la Primera, ocurrida solo veinte años atrás. La Segunda Guerra Mundial fue algo más que un conflicto geopolítico. Fue también una guerra civil transnacional por lo que la inmensa mayoría de sus víctimas fueran civiles. El nazismo de Hitler, mucho más racista y expansionista que el fascismo de Mussolini, garantizaba que prácticamente cualquier régimen europeo que se cruzara en su camino tendría tarde o temprano que ir a la guerra con él. Pero aún así, cuando llegó la guerra, ésta no siguió los cauces normales de un conflicto entre países con las líneas de batalla claramente delineadas. El ejército nazi encontró en los países que ocupaba sectores de ciudadanos que simpatizaban y estaban dispuestos a colaborar con él. Casi sin proponérselo, Hitler, el más nacionalista de los líderes, se colocó brevemente a la cabeza de una multinacional política e ideológica con sucursales en sitios tan dispares como España, Francia, Finlandia o Ucrania. La razón es brutalmente sencilla: en aquellos años todo estaba en juego. No solamente estaban en juego las fronteras nacionales, que venían a ser lo de menos, sino qué tipo de sociedad sería posible a futuro, si una construida sobre los valores de la “libertad, igualdad y fraternidad” o una en la que primaran las identidades basadas en la sangre, la tierra, la religión y las jerarquías.

A simple vista, para el lector de comienzos del siglo XXI ese caótico desfile de alianzas y enemistades puede parecer tan lejano, incomprensible e irrelevante como las luchas entre güelfos y gibelinos de la Italia medieval de Dante. Sé por experiencia lo difícil que es lograr que jóvenes menores de veinticinco años lo tomen en serio. Pero repasar esos hechos nos sirve para interrogar nuestras certezas ideológicas de ahora. El liberalismo sobrevivió y es hoy la fuerza ideológica dominante. Pero, como vimos, su historia en el siglo XX no fue simplemente una marcha lineal y triunfante sino un itinerario lleno de temores, dudas e incluso traiciones propiciadas por la evidencia de que el capitalismo de mercado estaba haciendo agua.

Si me tocara hacer un pronóstico, diría que mi generación no va a presenciar un cataclismo como el de la Segunda Guerra Mundial. No veo ninguno de los actuales conflictos entre potencias económicas avanzadas escalando hasta una confrontación total. (Aunque, claro está, con armas nucleares cualquier error de cálculo puede matar millones de personas.) La actual crisis económica en el mundo industrializado, aunque es comparable en su magnitud a la Gran Depresión que tanto contribuyó a desatar la guerra, no tiene visos de destruir las democracias consolidadas. A setenta años de los últimos combates en Berlín, tenemos el privilegio de que no necesitamos preguntarnos si algo similar puede volver a ocurrir. Pero, como ocurre con todo privilegio, debemos reconocerlo como tal, es decir, como algo que bien hubiéramos podido no tener y que es nuestra responsabilidad utilizar en bien de todos.  

Conoce más

 

Sin comentarios aún. Suscríbete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta  política.