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Digamos la verdad: ni Uds. ni yo estamos listos para dejar el tema del fútbol. La Selección Colombia acaba de regresar del Mundial y el campeonato no se ha terminado todavía. Puestos a decir verdades, debo confesar que toda mi vida he sido un "tronco" y que aunque me encanta el fútbol solo lo disfruto de espectador así que mejor me guardo mis excelentes análisis tácticos para comentarlos con mis amigos. Pero el fútbol, el Mundial y esta Selección son tan generosos que nos dan hasta para entusiasmarnos un poco hablando de economía política. Ténganme paciencia y me explico.
A estas alturas ya todo está dicho sobre la excelente presentación de la Selección. Fueron un ejemplo al ganar y al perder, en lo individual y en lo colectivo, dentro y fuera de la cancha. Esta Selección llegó mucho más lejos, jugó mucho mejor, logró muchas más cosas que la Selección de los años 90s. No es cuestión de individuos. Entre los jugadores de aquella época había grandes talentos, incluso había algunos que podrían ser mejores que quienes los han reemplazado en el equipo de ahora. La diferencia está en otros factores, en especial el profesionalismo, la capacidad de concentrarse bajo presión en lo que se está haciendo, de sustraerse a influencias externas perniciosas.
El hecho inescapable del fútbol colombiano de los 80s y 90s es que era un mundo capturado por la mafia. El contraste entre las dos épocas es, entonces, una ilustración de lo que para mí siempre ha sido uno de los grandes enigmas del narcotráfico: genera enormes recursos económicos pero luego esos recursos no se traducen en desarrollo sostenido.
Esto es un punto bastante claro para los colombianos. Pero yo he oído a más de un economista extranjero decir con aire pontificio que, por supuesto, el hecho de que la economía colombiana haya tenido por décadas un crecimiento aceptable se debe a los enormes recursos que recibe del narcotráfico.
Como estamos con la euforia del Mundial, no nos pongamos a hablar de cifras, que además pueden resultar muy equívocas. Así pues, dejemos de lado por ahora los efectos macroeconómicos del narcotráfico (en especial su terrible efecto sobre las exportaciones legales) y concentrémonos en otros efectos. No conozco estudios rigurosos al respecto pero parece haber un patrón muy curioso: las mafias, no solo las mafias colombianas sino también las de otros países, suelen ser bastante ineptas a la hora de operar negocios legales. Aún si dejáramos de lado las consideraciones morales, en términos fríamente económicos resulta que las mafias son muy mal negocio para la sociedad. El tal dinero fácil no solamente no es fácil sino que tampoco es dinero.
Todo colombiano, especialmente si vivió lo que fueron los 80s, recuerda innumerables "lavaderos" de dólares. Edificios de lujo, concesionarios automovilísticos, hatos ganaderos, hasta restaurantes o clínicas, en fin, en cualquier sector de la economía legal podía un buen día aparecer un negocio asociado con enormes inversiones financiadas con el narcotráfico. Casi nunca esos negocios se han convertido en empresas sostenibles que hagan contribuciones de largo plazo a la economía colombiana. Posiblemente uno de los negocios legales más exitosos que haya creado el narcotráfico en Colombia sea la cadena de droguerías La Rebaja. Pero, independientemente de su éxito, no es exactamente un potente motor de desarrollo económico. En el fútbol los carteles de la droga financiaron equipos formidables. Pero, como lo demuestra el bajo nivel del campeonato colombiano, nada de eso se tradujo en estructuras duraderas.
El desarrollo económico de largo plazo no es solo cuestión de inyectar sumas astronómicas de dinero, que es lo que logran las mafias. El desarrollo económico necesita también generar saberes técnicos, meritocracias, inversiones de largo plazo, criterios de responsabilidad de la empresa ante el resto de la sociedad, en fin, cantidades de elementos que no se pueden simplemente comprar con un maletín lleno de dólares. Todos esos elementos son muy difíciles de crear para una organización que está dedicada a esquivar la ley, a intimidar la justicia, a violar los códigos, a nombrar gente en función de su lealtad y no de su pericia, a pensar más en cuántos dólares lavar que en cuál es la forma más sensata de utilizarlos y así sucesivamente.
El problema no es solo de Colombia. En Italia, por ejemplo, las mafias operan en el sur, la zona más atrasada del país, y nunca han sido capaces de generar crecimiento económico. Antes bien, cuando se meten a algún negocio legal o semilegal, el resultado es pésimo como lo muestran los repetidos escándalos que ha habido en Nápoles con la recolección de basuras.
Por eso para quienes vivimos la época de los 80s este Mundial tiene un simbolismo especial. A veces da la impresión de que, así como en el fútbol se logró romper con tantos patrones autodestructivos, en otras áreas, si hacemos las cosas bien, puede llegar a pasar lo mismo.
Habiéndose quitado de encima la influencia de las mafias, el fútbol es ahora más profesional y más exitoso. Lo mismo puede llegar a pasar en otras áreas aunque, por supuesto, será muchísimo más difícil. El campo colombiano es uno de los casos más importantes. Tras años de operación, el paramilitarismo, punto de confluencia de mafias y terratenientes, ha dejado una estela de destrucción nefasta: millones de desplazados, despojo de tierras, concentración de latifundios e ilegalidad de títulos. Pero aparte de los dramas horrendos que este proceso ha generado, tanta concentración de tierras no ha servido para generar una agricultura o una ganadería productivas. Por el contrario, se trata de uno de los sectores más vulnerables de la economía colombiana. Por supuesto, el atraso del campo colombiano tiene causas muy complejas. Pero llama la atención que décadas de afluencia de dinero mafioso no han servido para que se generen islotes de productividad, tecnología y buenas prácticas. Las mafias no saben de eso.
Por eso, y por muchas otras razones, he sido un entusiasta defensor del actual proceso de paz. No es perfecto, por supuesto. Ningún proceso lo es. Pero si se toma en serio, si es verdad lo que se está planteando, va a ser la oportunidad para normalizar la propiedad sobre la tierra, para erradicar los cultivos de coca (o por lo menos un alto porcentaje de ellos) y lograr que los conflictos políticos se tramiten por vías legales sin depender de estructuras mafiosas. Suena demasiado bello para ser verdad. Yo ya estoy preparado para que nos llevemos unas cuantas decepciones una vez culmine el proceso, si es que culmina. Pero por lo menos será la oportunidad de intentarlo. Podríamos empezar a ver que la sociedad y la economía colombianas liberan las mismas energías creativas que tanto han beneficiado a su fútbol.
Y ahora, si me permiten, termino aquí. Tengo que volver a ver el gol de James Rodríguez contra Uruguay.
