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España, aparta de mi este cáliz

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Luis Fernando Medina
19 de mayo de 2015 - 02:00 a. m.
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Por estos días hace cuatro años los turistas que visitaban Madrid se encontraron en la Puerta del Sol con algo más interesante e irrepetible que una jarra de sangría:

una de las movilizaciones ciudadanas espontáneas más tumultuosas de los últimos años, el famoso 15-M o movimiento de los “Indignados” como luego se le conoció en todo el mundo. La plaza se llenó a reventar, durante varios días con sus noches con toda clase de asambleas, campamentos y discusiones. Las consignas en contra del gobierno, de los partidos políticos dominantes, de la política económica vigente y de la ideología hegemónica hacían gala de un radicalismo casi inédito. De hecho, resulta sintomático que el mismo nombre de “Indignados” era tomado del libro de Stephane Hessel. Dicho de otra manera, era tal el hastío con las expresiones políticas vigentes que el texto guía era escrito por un diplomático retirado, octogenario, que hacía ya más de una generación no había tenido nada que ver con el poder.

Cinco días después se celebraron las elecciones regionales y ganó el Partido Popular, representante de la derecha española más tradicional. Como si fuera poco, meses después el mismo partido ganó una comodísima mayoría absoluta en las elecciones nacionales, mayoría que hasta el día de hoy le permite imponer su agenda desde un Olimpo al cual no llegan ni las protestas ciudadanas ante ciertas medidas socialmente costosas ni las diligencias judiciales ante los enormes escándalos de corrupción. A mí, que tengo el vicio de buscar paralelos históricos de cualquier evento, el asunto me recordaba los movimientos estudiantiles que estallaron en el legendario campus de Berkeley a finales de los 60s, en la misma California que votaba por Nixon para presidente y por Reagan para gobernador. Mucha movilización, mucha protesta, pero pocos cambios.

Pero, según todas las encuestas, que difieren en otros temas, este domingo, día de las elecciones regionales, se verá el comienzo de lo que puede ser un terremoto político en España con pocos precedentes: el principio del fin del bipartidismo. Las encuestas coinciden en que los dos partidos históricos de la democracia española, el Partido Popular y el Partido Socialista, están en porcentajes muy cercanos a los de otros dos partidos nuevos: Podemos y Ciudadanos. Visto desde Colombia, en principio el asunto no parecería ser de mucho calado. El bipartidismo colombiano, mucho más robusto y longevo que el español, terminó por morir de senectud y con entierro de pobre a comienzos de este siglo. Pero en el caso español hay dos cosas notables. Primero, parece que será mucho más rápido el proceso ya que en un solo ciclo electoral se puede precipitar y, en segundo lugar, ocurrirá, a diferencia de lo que pasó en Colombia, sin haber cambiado para nada las reglas electorales.

Sería un poco temerario establecer nexos directos entre aquel ya lejano estallido del 15-M y el panorama político actual. No hay duda de que Podemos ha tratado de encauzar desde el comienzo el espíritu de rechazo al sistema político vigente que hizo eclosión en aquellas jornadas. Pero un partido no es una asamblea callejera, lo cual se ha traducido en más de un dolor de cabeza para el liderazgo de Podemos. Mantener una organización política permanente, con capacidad para competir en elecciones y pelear los votos calle por calle es una labor mucho más complicada que llenar una plaza por unos días. Aún así, a pesar de las enormes dificultades, Podemos será muy seguramente el tercer partido político de España la semana entrante. Para no complicarnos la vida ni abusar del espacio de una columna, digamos que el cuarto partido, Ciudadanos, es la respuesta de las élites económicas a Podemos, un Podemos de derecha si se quiere.

En una democracia no es normal que las principales marcas electorales entren en tal fase de desprestigio que un par de recién llegados puedan disputarles la primacía en solo dos años. Pero es que los tiempos que corren en España no son normales. No es solamente la crisis económica, a pesar de su innegable profundidad y duración. La crisis ha dejado en evidencia la falta de reflejos de los partidos tradicionales. Ambos comparten responsabilidades en haber creado el modelo económico de crecimiento desmesurado del sector financiero y la especulación inmobiliaria, aunado a una entrega de la autonomía monetaria al entrar a la zona euro. Por eso mismo, ninguno de los dos partidos se ha atrevido a cuestionar aquellos pilares fundamentales.

“Si no puedes convencerlos, confúndelos,” dicen algunos retóricos. En vista de la debacle que se viene, el Partido Popular, que ya ha intentado confundir por todos los medios, especialmente a la hora de discutir responsabilidades judiciales, ha añadido una nueva máxima: “Si no puedes confundirlos, atemorízalos.” Así, su candidata a la alcaldía de Madrid, la inefable Esperanza Aguirre, dijo en estos días que si ganaba Podemos, estas serían las últimas elecciones en libertad en España. Castrochavismo a la española. Bien pensado, es una maniobra política genial. Es sabido que el PP necesita el poder como el caminante del desierto necesita el agua, como el náufrago necesita su balsa, como el corrupto necesita su inmunidad parlamentaria. Pero doña Esperanza, que conoce muy bien a Colombia, se habrá percatado de que necesita un Plan B y parece que lo acaba de encontrar: ser asesora de campaña del Centro Democrático. 

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