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¿Feudalismo del Siglo XXI?

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Luis Fernando Medina
30 de septiembre de 2014 - 03:44 a. m.
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La noticia de la semana es que no hay noticia. La noticia es que el gobierno Santos no tiene pensado entregarle el país a la guerrilla, ni abolir el sistema de propiedad privada, ni convertir el campo colombiano en un gigantesco kolkhoz estilo soviético, ni obligarnos a todos a usar el uniforme de Mao.

Eso ya lo sabíamos, o por lo menos lo sabía cualquier persona que se hubiera detenido más de treinta y siete segundos flat a pensar sobre quién es Santos, qué intereses tiene y con quiénes gobierna. Si de verdad Santos hubiera querido entregarle el país a la guerrilla, hacía rato que se habrían terminado las negociaciones.

O de pronto la noticia de la semana es que cuando un gobierno de centro-derecha dice que está haciendo las cosas típicas de un gobierno de centro-derecha, se nos va una semana entera constatando la extrañeza que produce semejante anuncio. En ese caso, la noticia de la semana es que tenemos un país en el que el liderazgo de extrema derecha no tiene ni idea, o finge no tener ni idea, sobre qué significa ser defender el statu quo en un país como Colombia. Y si eso es así, la noticia de la semana es que la oposición de extrema derecha no está interesada en contribuir al debate democrático sino que prefiere fingir que está confundida para así confundir a sus seguidores.

O de pronto la noticia de la semana es que la derecha colombiana nunca terminó de asimilar el siglo XIX. De pronto la noticia de la semana es que estamos en la cuna ideológica del feudalismo del siglo XXI.

Me explico. Hace ya varios meses que el gobierno y las FARC anunciaron un principio de acuerdo sobre asuntos agrarios. Esta semana nos enteramos de que el acuerdo ¡oh sorpresa! dice lo que habían anunciado que decía. Es buena noticia: quiere decir que el gobierno no es tan imbécil como para preparar a la opinión pública para un acuerdo mientras negocia otro totalmente distinto. Pero aparte del alivio que produce saber eso, no había mucho lugar para la sorpresa: aunque seguramente tomó mucho tiempo y negociaciones arduas, en retrospectiva el acuerdo que está sobre la mesa es el acuerdo obvio al que podían llegar un gobierno de centro-derecha y una guerrilla campesina. La razón es muy simple: a pesar de los muchísimos desacuerdos que pueda haber entre Santos y las FARC, y hay muchos, el verdadero capitalismo necesita del Estado. Sin un Estado fuerte, un sistema de propiedad privada sobre la tierra se parece más a una colcha de retazos semifeudales que a una sociedad capitalista capaz de crecer.

Así lo entendió hace 150 años, por ejemplo, el Partido Republicano de los Estados Unidos, al que nadie puede acusar de ser un nido de socialistas peligrosos. Cuando Lincoln llegó a la presidencia se encontró con dos problemas de gruesísimo calibre: la secesión de los estados esclavistas y, menos conocido pero tan importante como aquel, enormes extensiones de tierras baldías sin desarrollar en el Oeste americano. Durante décadas había sido imposible llegar a un acuerdo sobre qué hacer con aquellos baldíos ya que los esclavistas del Sur sospechaban, con razón, que el Norte quería utilizarlos para bloquear la expansión de la esclavitud. Aunque la frase tal vez no se conocía en aquella época, Lincoln y su bancada sabían que nunca se debe desperdiciar una buena crisis y aprovecharon que los secesionistas se salieron del Congreso para lanzar algunos de los programas más agresivos de impulso estatal del capitalismo en la historia de Estados Unidos. Así, por ejemplo, con generoso apoyo de subsidios públicos se construyó el ferrocarril transcontinental y, también con inversión pública en infraestructura, se estimuló el asentamiento de granjeros en aquella vasta extensión de baldíos. El vaquero del Oeste es todo un símbolo cultural del individualismo, un ícono para libertarios que odian al gobierno y sin embargo la verdad histórica es más complicada: la clase media agraria estadounidense, uno de los pilares de la estabilidad política del sistema capitalista americano, es producto de una exitosa asociación de capital público y privado.

Con un leve retraso de siglo y medio parece que las élites del centro-derecha en Colombia están llegando a la misma conclusión. Claro, como ya no estamos en el siglo XIX, ya no se trata de incentivar a grandes masas de la población a que se vayan a ocupar las tierras baldías. Ya la mayoría de los colombianos vive en las ciudades y eso no tiene reversa. Pero sigue siendo cierto que no puede haber desarrollo agrario sin infraestructura y sin derechos de propiedad claros, sin siquiera un censo agrario que por lo menos indique quién es dueño de qué y cuántos impuestos se pueden cobrar y a quién. Francamente, hay que ser muy retardatario para creer que eso es radical.

Por supuesto, esto no quiere decir que la visión de Santos sobre el desarrollo agrario esté exenta de críticas. Una vez firmado el acuerdo vendrán las discrepancias sobre el papel de la agroindustria intensiva en capital (que tanto parece gustarle al gobierno) y la economía campesina (a la que le apuestan las FARC y sectores del movimiento social agrario). No será asunto fácil de resolver pero si tenemos suerte no va a ser necesario que nos matemos unos a otros para resolverlo. Pero por el momento, cualquiera que sea la visión que cada bando tiene, ambos están de acuerdo en que hay que ponerle fin a aquella mezcla explosiva de informalidad agraria, fragmentación y militarización del poder local y ausencia del Estado que tanto retraso y destrucción ha traído a la agricultura colombiana.

O sea que de pronto la noticia de la semana es que por fin las élites colombianas han entendido que si quieren capitalismo moderno tienen que tener un Estado moderno. Tomó tiempo pero más vale tarde que nunca. Ahora falta llevarle la noticia a 19 senadores que andan por ahí. ¿O es un solo senador con 18 micrófonos?
 

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