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La espina en el costado

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Luis Fernando Medina
24 de marzo de 2015 - 02:00 a. m.
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En inglés la “espina en el costado” es una metáfora muy común para referirse a algo que resulta incómodo y molesto para alguien aunque muy seguramente no represente un terrible problema.

Una espina en el costado no es una fractura dolorosísima que le requiera al paciente ir a urgencias. Nadie se desangra por una espina en el costado.

A quienes no somos periodistas profesionales nos ocurre que a veces nuestro trabajo se nos entrecruza con las noticias del momento de modo que en estos días me he acordado de esa metáfora pensando en tres países muy distintos: Israel, India y Colombia. Los tres países tienen algunos de los conflictos más viejos del momento. Las guerrillas colombianas cumplieron cincuenta años el año pasado, las guerrillas maoístas de la India cumplirán su medio siglo dentro de dos años, pocos meses antes de que se conmemore el cincuentenario de la Guerra de los Seis Días que dio origen a la ocupación israelí sobre la Rivera Occidental y la Franja de Gaza.

Hoy en día está claro que estos tres conflictos son básicamente espinas en el costado de sus respectivos países. Ni las guerrillas colombianas ni las de la India se van a tomar el poder. Cuando comenzó el actual proceso de paz en Colombia, muchos críticos insistían en que ya las FARC no eran un problema para el país y que ya el número de muertos causados por la guerra era menor que el número de muertos en accidentes de tránsito o cosas de esas.

Las guerrillas de la India son para la mayoría de los ciudadanos un asunto exótico del cual no hay que preocuparse. Andan por las zonas más remotas del país y su base social son simplemente las poblaciones tribales “adivasis”. Son la periferia de la periferia.

Igualmente, el electorado israelí, en su sabiduría, ha llegado a la conclusión, correcta por cierto, de que el movimiento palestino se encuentra ya contenido y confinado. Los ataques suicidas son cosa del pasado, la población israelí ya se encuentra bastante segura dentro de sus fronteras de manera que ya no hay necesidad ni siquiera de seguir fingiendo que va a haber un proceso conducente a la creación de dos estados. Lo que queda es simplemente gestionar la ocupación. La historia reciente demuestra que eso requiere una guerra asimétrica cada dos años pero, precisamente por lo asimétricas, esas guerras nunca representan una amenaza existencial al Estado de Israel.

El problema de la metáfora de la espina en el costado es que, como lo sabe cualquier fisioterapeuta, una espina en el costado lleva al paciente a mantener una mala postura y mantener una mala postura durante décadas tiene consecuencias nefastas para la salud. Caminar retorcido durante años puede afectar las articulaciones, la columna vertebral y al cabo de un tiempo el paciente, probablemente sin darse cuenta, se puede convertir en un jorobado grotesco con efectos psicológicos imprevisibles.

Grupos paramilitares privados, financiados con dineros ilegales, tolerados por los partidos políticos, en connivencia con las fuerzas del orden son solo una parte de aquella joroba deforme que ha crecido tras años de acomodarse a la espina en el costado y que le da tanto a la democracia colombiana como a la india su aspecto contrahecho y hasta repulsivo.

Personalmente, por eso nunca me ha convencido el argumento, tan común entre la derecha uribista, de que las FARC son un mero epifenómeno que se puede atender simplemente con algo de represión armada. Siempre he creído que un proceso de paz, con todo y sus defectos inevitables, es la forma de sacar de una buena vez la espina del costado para que la democracia colombiana enderece su postura y empiece a caminar erguida. Por supuesto, para eso hay que practicar incisiones y el procedimiento puede incluso requerir algo de anestesia (o justicia transicional que llaman algunos). Pero en el largo plazo es lo más saludable.

En cambio, los otros dos países aún no han llegado a esa conclusión. Está claro que en la India no va a haber ningún acuerdo político con las guerrillas maoístas con lo que está prácticamente asegurado que el conflicto de baja intensidad seguirá, seguirá la acción de grupos paramilitares, seguirán la violencia y maltrato contra la población adivasi y seguirá la tóxica mezcla de violencia, criminalidad y política que tanto ha hecho para desnaturalizar la democracia india.

En los últimos momentos de la campaña electoral israelí el victorioso Benjamin Netanyahu salió a movilizar a su electorado prometiéndole que nunca permitiría la creación de un estado palestino (con lo que se colocó en contravía de la política de Estados Unidos) y haciendo pronunciamientos alarmistas en los que advertía sobre el riesgo de que votaran los árabes en contra de su partido. No sobra olvidar que dichos árabes son ciudadanos israelíes, con derecho constitucional a elegir y ser elegidos. Es decir, para Netanyahu hay ciudadanos de segunda categoría en Israel. La “única democracia de Oriente Medio” (para usar el término que orgullosamente utilizan muchos israelíes) está hoy gobernada por un primer ministro que no cree en la igualdad del voto: otro ejemplo de cómo se desfigura y se joroba una democracia que se ha acostumbrado a retorcerse para que no le moleste la espina en el costado. 

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