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La Unidad de la Izquierda y la Cuadratura de las Urnas

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Luis Fernando Medina
18 de marzo de 2014 - 04:00 a. m.
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A estas alturas ya está dicho prácticamente todo sobre las elecciones pasadas.

No es fácil porque algunos de los eventos más sobresalientes aún es imposible saber qué significan. Cualquier cosa que se diga a estas alturas sobre los 19 senadores del así llamado Centro Democrático es provisional ya que la suerte del uribismo está atada a la del proceso de paz, igual que hace 13 años. Mientras el proceso del Caguán estuvo en marcha, Uribe se mantenía en el sótano de las encuestas, peleando cabeza a cabeza con el margen de error. El proceso colapsó y todos sabemos lo que ocurrió. Ahora también. Si se logra el acuerdo con las FARC, el uribismo quedará abocado a una acción de retaguardia. En cambio si el proceso fracasa, volverá a ser la formidable fuerza política de la década anterior.

Pero si por el lado de la derecha el problema es que aún no se puede estar seguro de mucho, por el lado de la izquierda el problema es el opuesto: ya todo el mundo está seguro de las conclusiones. La izquierda retrocedió, la izquierda está dividida, si la izquierda no se une va a seguir retrocediendo: tres puntos en los que es fácil ponerse de acuerdo y que ahora se repiten por doquier. Pero lo raro es que, con algunos matices, estos tres puntos hubieran servido para escribir cualquier artículo de periódico sobre la izquierda colombiana en los últimos veinte años. Excepto en las elecciones del 2006, cuando el Partido Liberal estaba en estado comatoso, en un episodio que duró unos quince minutos, la izquierda ha estado siempre dividida.

En Colombia solemos atribuir las causas de la división a la guerrilla. Algo hay de cierto pero no conviene exagerar. En España no hay guerrilla y la izquierda está dividida. En Francia a cada rato se divide; en el 2002 esas divisiones sacaron al socialista Lionel Jospin de la segunda vuelta, beneficiando al ultraderechista Le Pen. En Alemania el Partido Socialdemócrata prefiere apoyar al gobierno de Angela Merkel antes que hacer una coalición con Die Linke. Aunque está en el poder, la izquierda venezolana está dividida e incluso hay alguna que otra facción de izquierda en la oposición.

La derecha también se divide. El Partido Popular español ha tenido divisiones internas de siempre y en estos días son particularmente visibles con el deterioro de las relaciones entre Rajoy y Aznar. En Francia es ya de texto la división entre la derecha ``borbónica'' y la derecha ``orleanista,'' una división que, como sus nombres lo indican, data de los tiempos de la Revolución Francesa. Por estos días el Partido Republicano de Estados Unidos está aquejado por la división que le representa el Tea Party.

La división en sí no es problema. Hay partidos que son capaces de sobrevivir e incluso gobernar con profundas divisiones. En Colombia los dos partidos, el Liberal y el Conservador, estuvieron divididos todo el siglo XX y eso no les impidió ser fuerzas dominantes.

Pero en la izquierda esas divisiones se suelen manifestar de una manera que impide la colaboración entre facciones. El problema es ya tan de vieja data y tan extendido geográficamente que debe tener algunas causas que van más allá de la coyuntura de cada país. Por eso voy a proponer una hipótesis muy motivada por el caso colombiano, pero que creo puede servir más allá.

En cualquier democracia del mundo existen, aparte del poder de los votos, los poderes fácticos. Se trata de instituciones que operan al margen de las elecciones y que sin embargo determinan los límites de lo que se puede proponer, elegir e implementar democráticamente. El peso de esos poderes fácticos y la identidad de sus actores puede cambiar de un país a otro, pero siempre existen. Generalmente los grandes capitales constituyen un poder fáctico. Pero también pueden serlo en algunos casos el ejército, o la Iglesia, o incluso otros países (usualmente, pero no siempre, los Estados Unidos).

Los poderes fácticos de la izquierda tienen su origen en la movilización política. El caso paradigmático son los sindicatos pero otros movimientos sociales pueden cumplir también ese papel. Esto implica que a la izquierda le toca hacer doble labor: conseguir votantes para mantener su órgano electoral funcionando, pero también movilizar sectores fuera de las elecciones que mantengan el tono de su músculo político.

Cuando esta dualidad funciona bien la izquierda resulta fortalecida. Así lo demuestra la edad de oro de la socialdemocracia europea cuando todo partido importante de izquierda, fuera en Inglaterra, Francia, Alemania o Suecia, armonizaba sus labores electorales con su ala sindical. Pero a veces esto genera conflictos ya que el tipo de tácticas, de discurso o incluso de ideología que sirven para ganar votos no sirven para las luchas sindicales, agrarias, indígenas y demás. 

En Colombia este conflicto ya se volvió ritual postelectoral. La famosa división entre ``radicales'' y ``moderados'' que tanto le encanta señalar a los periodistas es en buena medida la división entre sectores procedentes del mundo sindical y los movimientos sociales por un lado y sectores que buscan captar votos entre las capas medias urbanas por el otro. Pero por eso mismo resulta ingenuo creer que algún día se va a producir una unidad plena entre ambos sectores. Es inevitable que cada uno conserve su identidad, su discurso y sus tradiciones. Lo que la izquierda necesita es que ambas identidades trabajen en forma complementaria.

Para eso el primer paso, minúsculo pero esencial, es entender que en política se necesitan las dos cosas. Conozco a mucho izquierdista ``moderno'' al que le desespera el discurso tradicional (``mamerto'' que llamamos en Colombia) de muchos sectores de izquierda. Entiendo por qué; a mí también me pasa a veces. Pero la tal ``izquierda moderna'' no puede hacer nada sin bases sociales. Puede que a punta de discursos refrescantes y candidatos fotogénicos la izquierda gane porcentajes de dos dígitos en las elecciones. Pero a la hora de presionar por reformas, a la hora de lograr leyes y decretos es necesario que las bases se activen. El estado del bienestar no salió de la cabeza de algunos tecnócratas ilustrados sino que se ganó a pulso en las luchas sociales de los sindicatos y movimientos sociales, sindicatos y movimientos que a veces usaban una retórica ``mamerta.''

En aras de la ecuanimidad, debería decir que los ``radicales'' deben entender que la vida no se puede ir todo el tiempo en luchas a la intemperie sino que también hay que ganar elecciones. Y que para ganar elecciones hay que saber atraer votantes. Algunos de esos votantes profesan ideas de izquierda pero viven una realidad muy distinta a la de los sindicatos y movimientos sociales de modo que hay que atraerlos con un lenguaje distinto. Otros ni siquiera son muy ideológicos y no andan tras de consignas altisonantes sino que simplemente quieren una opción electoral que parezca limpia (¡ah! y que sepa gobernar...).

Pero aunque no tengo datos, sospecho que el perfil sociológico de lectores de esta columna está más del lado de los ``modernos'' y ``moderados'' que del de los ``mamertos'' y ``radicales.'' Entonces termino recordándoles algo especialmente importante en el caso colombiano: con sus innegables defectos, que los tienen, aquellos ``mamertos'' le han puesto el pecho a las balas, tienen muertos, desaparecidos y exiliados. Así que no se van a ir tan fácilmente. Mejor buscar la forma de trabajar con ellos. 

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