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No hay derechos...

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Luis Fernando Medina
04 de febrero de 2014 - 04:00 a. m.
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A veces una anécdota ilustra más que una serie estadística.

Sobre todo si se trata de una anécdota con ribetes absurdos. Por estos días en España, sin proponérselo, el Ministro de Justicia Alberto Ruiz Gallardón nos obsequió una perla que ayuda a entender muchas cosas de los tiempos que corren. Resulta que el gobierno español está empeñado en impulsar una ley que pone nuevos límites al derecho al aborto de las españolas. Como es de imaginar, el asunto ha generado muchísima polémica y ha dado para varios ciclos de noticias. Yo no pensaba referirme al tema porque aunque tengo mis opiniones al respecto no tengo conocimientos ni atisbos distintos a los que el lector promedio pueda tener. Pero el espectáculo tuvo un entremés que ya se echó al olvido aunque a mí me dejó pensando. Los medios conocieron uno de los documentos que preparó el Ministerio dando las razones para justificar la medida y en la lista había una un tanto exótica: el estado de la economía española.

Según el Ministerio, España está enfrentada a una crisis demográfica, es decir, el número de pensionados está aumentando en proporción al resto de la población económicamente activa lo cual amenaza con volver inviable el sistema de pensiones. Entonces, siguiendo esa lógica, al restringir el derecho al aborto se podría elevar de nuevo la tasa de natalidad para revertir la tendencia.

La verdad no sé por dónde empezar. De pronto podría comenzar por recordar que la tal crisis demográfica del Primer Mundo parece ser una exageración inclusive en España donde la tasa de natalidad ha caído más que en otros países. De pronto podría meterme en la discusión de las muchísimas alternativas que hay para viabilizar el ingreso de los pensionados sin que sea necesario cambiar la natalidad. O de pronto podría preguntar hasta qué punto un cambio en la ley sobre el aborto puede llegar a incidir realmente sobre la tasa de natalidad. Pero cada que trato de organizar mis ideas al respecto, se me atraviesa una pregunta: ¿qué diablos hace el Ministerio de Justicia usando la crisis económica, con argumentos por lo demás dudosos, para argumentar sobre un tema que es en últimas asunto de derechos humanos?

Sea cual sea la postura que uno tenga sobre el tema del aborto, lo que está en juego son derechos fundamentales. De la madre o del feto, eso se puede discutir, pero derechos fundamentales. Y se supone que ya habíamos acordado que los derechos fundamentales se llaman fundamentales precisamente porque no pueden depender de otras consideraciones. Si uno cree, como parece creerlo el Ministro Ruiz Gallardón, que el feto es un sujeto de derechos, entonces debe oponerse al aborto independientemente de sus consecuencias económicas. Que mejore o empeore las pensiones es irrelevante. De lo contrario, si mañana aparece un estudio económico que muestra, ¿qué se yo?, que la prohibición del aborto empeora la situación pensional porque aumenta el tiempo que duran las mujeres fuera del mercado laboral, entonces le tocaría al Ministro cambiar su postura. Lo cual sería gravísimo porque ya entrados en gastos nos tocaría pensar si de pronto la ley de eutanasia hay que revisarla. Al fin y al cabo, aparte de aumentar la natalidad, también se puede mejorar la perspectiva pensional aumentando la mortalidad de los pensionados. (Aunque algo me dice que Ruiz Gallardón no va a contemplar esta posibilidad.)

A algunos nos había costado trabajo, pero ya nos habíamos acostumbrado a que en nombre del crecimiento económico hay que renunciar a muchas cosas que creíamos que eran conquistas históricas. ¿Impuestos progresivos? No. Desincentivan la inversión y retrasan el crecimiento. ¿Equilibrio de poderes en la negociación salarial? Tampoco. Eso vuelve inflexibles los mercados laborales, lo que también retrasa el crecimiento. ¿Políticas de pleno empleo? Ni pensarlo. Son inflacionarias y la inflación, cualquier brote de inflación, destruye la inversión y el crecimiento. ¿Garantía de derechos sociales? Populismo. Genera desequilibrios fiscales que destruyen el crecimiento. ¿Se siente ya agobiado y quiere salir gritando a la calle? Cuidado. Eso puede dañar la confianza inversionista y afectar el crecimiento.

Pero por lo visto, no basta con esos sacrificios. Siempre hay que hacer más. Se ve en todas partes. En la última campaña electoral de Estados Unidos, el entonces precandidato Newt Gingrich, encontró la fórmula para mejorar la productividad de la mano de obra en las zonas más deprimidas: reintroducir el trabajo infantil. Y no estamos hablando de un alienado mental. Estamos hablando de alguien que ha ocupado uno de los tres o cuatro cargos más poderosos de Estados Unidos (fue líder de la Cámara de Representantes, que tiene más poder que en Colombia).

Se cuenta que muchos adictos a la heroína, cuando ya no pueden mantener el vicio, comienzan a vender enseres de la casa, luego los muebles, hasta acabar vendiendo la nevera, la estufa, el lavabo y terminar viviendo en un cascarón. A pesar de estar en latitudes diferentes y de ser de cataduras diferentes, personajes como Gingrich y Ruiz Gallardón nos están anunciando que se acabaron los cubiertos de las garantías sociales, que se acabó la vajilla del consenso anticíclico en macroeconomía y que incluso se acabaron los muebles de la solidaridad social, que llegó la hora de empezar a vender derechos básicos. O bien la estufa del derecho de los niños a no trabajar, o bien el lavabo del derecho a decidir sobre el propio cuerpo o quién sabe qué otra cosa más.

Con un agravante: hay razones para creer que hay límites al crecimiento. No me refiero solo al cambio climático sino también a la tesis cada vez menos fantasiosa del "estancamiento secular" que, para ponerlo brevemente, afirma que, por razones aún desconocidas, hace ya varias décadas la economía mundial solo ha podido crecer a punta de burbujas de activos y no de verdaderos aumentos de productividad. Puede que sí, puede que no. Pero a mí esto me lleva a preguntarme si no será que llegó la hora de pensar cómo podemos mejorar la calidad de vida de nuestras sociedades así sea creciendo un poco menos, pero conservando y expandiendo los derechos que hemos conquistado, en lugar de andar persiguiendo quimeras económicas que cada vez resultan más costosas y menos alcanzables. Pero claro, eso supondría creer en derechos inalienables y por lo visto, hoy en día eso sí es cosa de alienados mentales.

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