Está en marcha la conspiración para crear un gobierno mundial. Como toda conspiración, al comienzo solo unos pocos la ven, y son considerados locos.
Luego, a medida que la evidencia va aumentando, se suman voces respetables pero, si la historia ha de tener suspenso, esas voces llegan cuando ya casi es demasiado tarde. Esta vez la alarma se disparó, posiblemente a tiempo, gracias a una indiscreción de uno de los conspiradores que cometió la estupidez de revelar el plan en un "best seller".
El libro de Thomas Piketty, "El Capital en el Siglo XXI", ha sido uno de los más exitosos del año, tanto que yo, que siempre llego tarde a las modas, aún puedo divertirme encontrando reseñas y reacciones aunque ya han pasado meses desde que se publicó. En particular, me ha divertido últimamente la reacción alarmada de algunos (por ejemplo Deirdre McCloskey) ante una de las pocas propuestas concretas de Piketty: la creación de un impuesto global sobre la riqueza. Impuesto!! Global!! Sobre la Riqueza!! Todos los demonios en una sola frase: intervencionismo estatal, ansias globales de poder, aplastamiento de la iniciativa individual.
No me interesa discutir aquí si Piketty tiene razón en todo lo que dice (tengo muchos reparos) o si su propuesta es realista (parece que no) o buena (parece que sí). Lo que me llama la atención es que en este debate estridente entre un socialdemócrata moderado y sus críticos libertarios todos corremos el riesgo de olvidar un punto obvio: el tal gobierno mundial no es una conspiración de izquierda sino que es producto de la misma globalización que tanto entusiasma a los libertarios.
Perdemos tanto tiempo hablando sobre la dicotomía entre intervencionismo estatal y libre mercado que se nos suele olvidar que los mercados modernos son una creación de los Estados. ¿No es acaso la Corte de Apelaciones de Nueva York una parte del Estado norteamericano? Claro que lo es. Y es allí a donde han acudido los "fondos buitres" de la deuda argentina para que les garanticen los pagos a los que creen tener derecho como parte del proceso de libre movilidad del capital. ¿No son acaso los Estados los que definen las patentes? Claro que sí. Y es ante ellos ante quienes hacen "lobby" las grandes empresas que buscan definir a su favor los derechos de propiedad intelectual.
En pocos sitios es tan aguda esta relación paradójica entre Estado y mercado como en el sector financiero. En las últimas dos décadas se ha disparado la movilidad del capital. Supuestamente respondiendo a las señales del mercado, supuestamente en busca perpetua de la asignación más eficiente de los recursos, los grandes conglomerados financieros son capaces hoy en día de transferir billones de dólares y de euros a través de miles de kilómetros de distancia en cuestión de segundos.
¡Un momento! ¿Billones de qué? De dólares y euros. Es decir, papeles emitidos por la Reserva Federal de Estados Unidos y el Banco Central Europeo y que están respaldados por la capacidad del estado americano y de los estados europeos de recaudar impuestos. Si Estados Unidos o los países europeos dejaran de recaudar impuestos, esos trozos de papel valdrían tanto como el confeti.
Pero, y esta es la parte más interesante, si no existieran esos trozos de papel, los grandes conglomerados financieros tendrían que emitir sus propios trozos de papel y, lo que es más difícil, buscar la forma de hacerlos creíbles. Cualquiera puede ir a la carnicería más cercana y, si tiene suerte, convencer al carnicero de que le acepte un papel firmado como forma de pago. Con un poco más de suerte, el carnicero logrará que le acepten ese mismo papel para pagar otras cosas. Es decir, cualquiera puede crear dinero. Pero no cualquiera logra que ese dinero sea creíble y que lo acepten a miles de kilómetros de distancia. Para eso se necesita respaldo, es decir, la capacidad de tener los recursos necesarios cuando el acreedor los pida y en una forma que al acreedor le sirvan. Yo, que vivo de hablar y escribir, tal vez podría comprar mis cosas a punta de papeles firmados por mí. Pero el día que mis acreedores vinieran a cobrar, seguramente no se conformarían con mis peroratas y mis escritos. (A veces ni yo mismo me los aguanto). Por eso, los sistemas financieros modernos funcionan con dinero emitido por Estados. Los Estados tienen un flujo permanente de ingresos (impuestos) que es suficientemente grande, estable y diversificado como para poder firmar papeles prometiendo enormes pagos a futuro. Solo los Estados tienen el respaldo necesario para generar toda la liquidez y todos los activos de bajo riesgo para que funcione un sistema financiero verdaderamente internacional. Si los bancos privados quisieran funcionar con su propio dinero necesitarían muchísimo más capital del que tienen, y aún así tendrían que crear mecanismos de consolidación de activos demasiado costosos. No hay peor enemigo de la globalización que los fanáticos de la "banca libre".
De modo que el gobierno mundial ya se está creando, no como resultado de una conjura de izquierdistas sino como resultado de la misma globalización. Son los Estados los que han creado los instrumentos financieros básicos. Son los Estados los que han garantizado la convertibilidad de dichos instrumentos. Son los Estados los que han negociado las reglas del juego, los tribunales y las cortes donde se deciden las inevitables disputas. Propuestas como la de Piketty, o como la tasa Tobin sobre las transacciones financieras internacionales no son un intento exótico de crear nuevos y siniestros poderes sino simplemente fórmulas que, reconociendo que la economía mundial se debe a los Estados, les permita a éstos captar parte de la riqueza que han contribuido a generar para el beneficio de sus ciudadanos.