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Tres falacias guerreristas

Luis Fernando Medina

01 de junio de 2015 - 11:00 p. m.

El proceso de paz no está en cuidados intensivos pero sí que tuvo que ser internado en urgencias.

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No es para entrar en pánico. Esas entradas a urgencias no siempre son fatales e incluso pueden servir para un buen chequeo. Así que, en aras de contribuir al chequeo de rigor, hoy me voy a dedicar a tres falacias que repiten los opositores al proceso y que conviene discutir para que tengamos claro qué es lo que está en juego.

Falacia 1. “El proceso de paz ha impedido una victoria sobre las FARC que era ya inevitable.” La victoria en conflictos armados internos es un evento bastante raro. El centro para el estudio de conflictos de la Universidad de Uppsala, referente mundial en el tema, ha compilado datos sobre finalización de conflictos armados de todo tipo desde 1945. De los 354 casos sobre los que tiene información, solamente 98 han terminado con la victoria decisiva de un bando sobre el otro y de aquellos 98, una proporción muy alta son conflictos “relámpago”, por ejemplo, golpes de estado, que duran apenas unas semanas. Solo cuatro conflictos de más de diez años de duración se encuentran en esta lista (uno en Myanmar, dos en Etiopía y otro en Cambodia) y de esos cuatro, el de mayor duración es el de Cambodia (20 años). Mientras más largo un conflicto, menos probable es que termine en victoria y, para mal de nuestros males, el conflicto colombiano es uno de los más largos del mundo desde 1945.

Falacia 2. “Las negociaciones son el triunfo de la impunidad y la injusticia.” Muy seguramente cualquier acuerdo de paz que se firme incluirá una dosis de amnistías, indultos, perdones, rebajas de penas y otras medidas similares. Pero la historia y la lógica indican que la alternativa al proceso de paz está plagada de impunidades y de injusticias. En cualquier conflicto interno las fuerzas regulares también violan los derechos humanos y cometen atropellos. En Perú, cuando se asentó el polvo de los hechos resultó que Sendero Luminoso, una de las guerrillas más sanguinarias de los últimos años, era responsable de más o menos la mitad de las violaciones a los derecho humanos. El Ejército peruano cometió el resto. El gobierno de Sri Lanka derrotó recientemente a las guerrillas tamiles, pero dejando a su paso una estela de destrucción cuyas consecuencias aún se sienten. A pesar de que en el Ejército colombiano hay muchos oficiales de honor, ¿alguien duda de que, de proseguir el conflicto, habría elementos de ese mismo Ejército que perpetrarían crímenes que, con toda seguridad, quedarían impunes? Por otro lado, en cualquier sociedad decente los castigos excesivos también son injustos así que debemos preguntarnos: ¿merecen la pena de muerte todos y cada uno de los guerrilleros que caen abatidos en combate independientemente de las circunstancias en las que hayan ingresado a la guerrilla? Finalmente, el ejemplo de Cambodia ya mencionado también muestra que la guerra no protege contra la impunidad. En aquel conflicto el bando derrotado fue el Khmer Rojo, culpable de un genocidio horripilante. Décadas de combates no bastaron para hacer justicia. El Khmer Rojo se adentró en la jungla de la región fronteriza con Tailandia y allí murió de muerte natural su jefe máximo Pol Pot, sin haber nunca respondido por sus innumerables crímenes. Solo unos pocos dirigentes de aquel gobierno criminal están hoy sentenciados a cadena perpetua, cuando ya han pasado casi cuarenta años y están todos ya demasiado viejos.

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Mito 3. “Las negociaciones de La Habana se están tomando demasiado tiempo.” En este tema no existen datos sistemáticos pero si miramos algunos casos prominentes vemos que la duración de los diálogos de La Habana está más o menos dentro de lo que cabe esperarse en este tipo de conflictos. El último tramo del proceso de paz de Guatemala duró dos años, entre 1994 y 1996. Pero acercamientos y conversaciones hubo desde finales de los 80s. En Suráfrica las negociaciones para desmontar el Apartheid duraron más de cuatro años, y eso sin contar los contactos secretos con Mandela cuando éste aún estaba preso. El proceso de negociación en Irlanda del Norte también tomó más de cuatro años, otra vez, contando solamente la fase final. En todos estos casos siempre hubo hechos violentos que amenazaban con descarrilar el proceso.

Por supuesto, mientras más breve un proceso mejor y en el caso que nos ocupa todo apunta a que ya ambas partes tienen claro que le quieren apostar a la solución negociada. Así lo indican tanto el hecho de que a pesar de los hechos de violencia estén todavía negociando como los pronunciamientos que han hecho en los que dan a entender que no hay intención de volver a un conflicto frontal. Esa es una de las paradojas más dolorosas de cualquier proceso de paz: muchas veces, a pesar de que ya se sabe cuál es el resultado final, y se sabe que ya el fin de la violencia es inminente, sigue habiendo muertos de lado y lado debido a la inercia misma del conflicto. Pero esto no es razón para echar por la borda el proceso sino para pensar en cómo acelerarlo, cómo restablecer la confianza entre las partes para que no siga habiendo muertos innecesarios.

 

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