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“El duelo es un proceso, no un estado”: Anne Grant.
Teníamos la ilusión de que con esta selección de Colombia podríamos disputar, por fin, una final de un campeonato mundial de fútbol. Sin embargo, volvió a hacerse presente un miedo profundo a la victoria en los momentos decisivos de la competencia, y eso llevó a que no se juegue la final. Queda la esperanza de volver a estar en el podio, como hace 22 años con el profesor Reinaldo Rueda, y luchar por el tercer lugar frente a la selección de Francia el sábado 18 de octubre.
Parece que, en el equipo y en el terreno de juego, hicieron falta los tres jugadores titulares: Jordan Barrera, Carlos Sarabia y el goleador Néiser Villarreal, quien venía subiendo su nivel futbolístico y aportando goles decisivos para la selección. A quienes ingresaron les faltó estar al mismo nivel o superarlos. Fuera de eso, era muy importante no caer en el comportamiento del rival en el terreno de juego para evitar expulsiones, que al final se dieron y nos perjudicaron.
También se evidenció la falta de líderes de tarea en el terreno de juego, que en los momentos cruciales del partido ayudaran a salir adelante. Futbolísticamente, no manejamos el balón ni los ritmos del partido, a excepción de una parte del primer tiempo. Algunas falencias tácticas y técnicas también se evidenciaron, y faltó trabajarlas. Pero considero que lo más importante fue la ausencia de una mentalidad de triunfo, que habrá que analizar y buscar heurísticas mentales (estrategias) para verdaderamente superarlas en todos los miembros de la selección.
El técnico Torres fue coherente en su discurso: “Fue un fracaso porque no les llevamos el título”. Eso ratifica lo mencionado.
Será muy importante que continúe un trabajo serio con las individualidades para futuras selecciones, y también en lo mental, tanto en selecciones masculinas como femeninas, ahora que se acercan el Mundial Femenino Sub-17, el Masculino Sub-17 y la Liga de Naciones para el Mundial Femenino de categorías mayores.
Queda la lucha por el tercer lugar, para conseguir la medalla de bronce.
Más allá del marcador, este torneo nos deja preguntas profundas sobre lo que significa competir, perder y crecer. El duelo no es solo por una final no jugada, sino por una oportunidad de transformación que aún está viva. Que el partido por el tercer lugar no sea solo una medalla, sino un ritual de aprendizaje, una escena en la que la selección sub-20 pueda reconciliarse con su talento, su historia y su deseo de victoria. Porque el fútbol, como la vida, también se juega en la cabeza, el corazón y el alma.
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