En estos días en una conversación de whatsapp un amigo me dijo: “lo ético para mí es saber a quién le servimos”. Yo le repliqué: “para mí lo ético es el sentido humano y humanizador que tiene que estar, sin excepción, presente en los fines y en los medios”.
No se trata con este referente coloquial e informal de dar lecciones de moral, menos de ética, sino de introducir una reflexión que lectoras y lectores sabrán desarrollar a su manera.
En política no se puede ser ingenuo, pero tampoco tan malicioso y retorcido que todo esté precedido por el axioma, tan común: “piensa mal y acertarás”. Ello, en lugar de evitar lo inhumano, solo contribuye a expandirlo y hacerlo más terrible aún.
En la sociedad líquida en que vivimos, donde todo se volvió desaforado intercambio mercantil, hasta la normatividad natural de la conciencia se ha diluido, es decir, el mercado ha hecho perder el sentido de lo humano aún en la política. El pragmatismo más crudo y rampante campea a sus anchas: “it is good if it works”, “es bueno si funciona”, recuerdo ahora que decía William James en los albores del siglo XX.
Pues bien, este pragmatismo absoluto, que es la anomia total de la conciencia, no el sano sentido práctico de la vida, está conduciendo hic et nunc, aquí y ahora, en la Colombia que comienza la tercera década del siglo XXI, a una verdadera catástrofe humana y social y de la naturaleza, a través de la cual nos estamos haciendo parte de la crisis civilizatoria planetaria.
Esas pautas para pensar, hacer y relacionarse con los demás, que hoy se imponen de la manera dicha constituyen, en mi lectura, reglas vitandas, es decir, ideas nefastas que es preciso desechar y superar para que sobreviva y salga a flote un fresco, renovador, impetuoso sentido de lo humano. Todo ocurre en la dilatada esfera del sentido común.
Tales reglas vitandas están codificadas en un conocido libro de Robert Green y Joost Elffers, Las 48 leyes del poder (Espasa, 2000), del cual tomo las que, a mi juicio, contienen una mayor capacidad de alerta en la convulsa y confusa sociedad colombiana del último día de agosto que es hoy. Reflexión y comentarios sobre ellas a cargo de lectoras y lectores. Aquí van.
“Mantener las manos limpias en apariencia: Hay que parecer un ejemplo de civismo y eficiencia; las manos nunca deben verse contaminadas por equivocaciones o malas acciones. Hay que mantener una apariencia inmaculada y utilizar a otros como chivos expiatorios y cabezas de turco para ocultar la propia implicación” (Ley 26, pág. 115).
“Mantener a los demás en un estado de terror: Los humanos son animales de costumbres con una necesidad insaciable de reconocer algo en las acciones de los demás. Si somos predecibles, damos a los demás una sensación de control. Demos la vuelta a la situación: hay que ser deliberadamente impredecibles. Un comportamiento que parece no tener consistencia ni objetivo mantendrá a la gente desconcertada y se agotará tratando de entender cada movimiento. Llevada al extremo, esta estrategia puede intimidar y aterrorizar” (Ley 17, pág. 79).
“Aprender a hacer que la gente dependa de nosotros: Para mantener la independencia hay que lograr que los demás nos necesiten y nos quieran. Cuanto más se cuente con nosotros, más libertad tendremos. Si la gente depende de nosotros para su felicidad y prosperidad no habrá nada que temer. No debemos enseñarles lo suficiente para que puedan valerse sin nosotros” (Ley 11, pág. 55).
Muchas cosas se han oído recientemente indicadoras de que estas son las reglas que predominan en la forma de pensar, sentir y actuar de influyentes personajes y gobernantes. ¿Son también las que habitan en el sentido común de mucha gente? Ahí está el objeto de la reflexión. ¿Qué hay en la caja de herramientas de nuestro sentido común: medios de construcción o medios de destrucción, aún de autodestrucción, o los hay para ambas finalidades, o son ambiguos? Lectoras y lectores tienen la palabra.