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He sostenido en esta columna que la categoría pueblo está de regreso a las ciencias sociales y a la praxis política. No es un recurso retórico, es una realidad. Hoy he vuelto a pensar en ello ante la realización virtual del IV Encuentro del Papa Francisco con los movimientos populares bajo el lema ya consagrado de Tierra, Techo y Trabajo y ante el paro contra la desnutrición infantil y otros problemas estructurales en la Guajira.
El que regresa no es el pueblo del genérico liberal: conglomerado de individuos personas que son iguales ante la ley. No, el que regresa es el pueblo mayoría que trabaja, que no tiene trabajo o que si lo tiene no es decente sino precario. El pueblo hoy no son los iguales ante la ley sino los desiguales ante la vida.
El pueblo es el que aparece en el encuentro con el Papa: los recicladores, los campesinos sin tierra, los habitantes urbanos sin casa, las mujeres sobrecargadas con tareas del cuidado, los jóvenes sin educación, sin empleo y sin futuro, los migrantes que naufragan en el mar, o mueren en la selva, o en los pasos ilegales de las fronteras, por tratar de alcanzar el país de sus sueños.
El pueblo que regresa es la gente de distintos estratos, empobrecida y sojuzgada por el fascismo social que agencia el neoliberalismo, son los millones de víctimas que intentan tener voz y, por ello, defienden las curules establecidas en el Acuerdo de Paz y buscan incansablemente la verdad para establecer qué pasó en décadas de enfrentamiento fratricida.
El pueblo que vuelve a la praxis política es el que protagonizó la conmoción o levantamiento que sacudió al país el 21N de 2019, el 9S de 2020 y el 28A de 2021 y aún lo sigue estremeciendo en formas de inconformidad y de protesta que se recrean todos los días. El pueblo es el nuevo sujeto plural que articula las múltiples formas de resistencia a la depredación contra comunidades y naturaleza.
El pueblo al que hago referencia es el doliente de la casa común en riesgo por el cambio climático, el que mereció unos macizos párrafos en la Encíclica sobre la fraternidad y la amistad social “Fratelli Tutti” del propio Papa Francisco, a la cual dediqué hace poco (marzo) varias columnas.
Palabras del Papa resaltadas en ese momento: “Si se quiere afirmar que la sociedad es más que la mera suma de los individuos, se necesita la palabra pueblo. La realidad es que hay fenómenos sociales que articulan a las mayorías, que existen megatendencias y búsquedas comunitarias. También se puede pensar en objetivos comunes, más allá de las diferencias, para conformar un proyecto común… es muy difícil proyectar algo grande a largo plazo si no se logra que eso se convierta en un sueño colectivo. Todo esto se encuentra expresado en el sustantivo “pueblo” y en el adjetivo “popular”. Si no se incluyen –junto con una sólida crítica a la demagogia- se estaría renunciando a un aspecto fundamental de la realidad social” (157).
El pueblo está de regreso como sujeto potente de transformación. Para descalificar, frenar y frustrar ese regreso se dice, desde las más altas esferas, con sentido estigmatizante: ¡eso es populismo! Puede serlo y por eso la ciencia política está encontrando una nueva significación de populismo, un populismo republicano, progresista, que es saludable, indispensable, para la realización y la profundización de la democracia.
Muestra de ello estas líneas de Chantal Mouffe: “El populismo de izquierda… quiere recuperar la democracia con el fin de profundizarla y ampliarla. La estrategia populista de izquierda busca unificar las demandas democráticas en una voluntad colectiva para construir un “nosotros”, un “pueblo” capaz de enfrentar a un adversario común: la oligarquía. Esto requiere el establecimiento de una cadena de equivalencia entre las demandas de los trabajadores, de los inmigrantes y de la clase media precarizada, además de incluir otras demandas democráticas como las de la comunidad LGBT. El objetivo de esta cadena es la creación de una nueva hegemonía que permita la radicalización de la democracia” (Mouffe, 2018).
Claro que hay un regreso del pueblo como sujeto político plural que se expresa en movilización y que se expresa en voto. Son millones los que protestan y son millones los inconformes y alternativos que votan. Necesario que el ejercicio de la política, del liderazgo y de la iniciativa, junto con el debate incesante, den por resultado que los que se movilizan sean también los que votan. Solo de esa manera es posible que el pueblo triunfe y que haya, por fin, un gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo.
Inclusive en las circunstancias que se dan hoy en el país cuando se viene produciendo un formidable despertar ciudadano, social y popular, ya se mencionó arriba, hay que asumir que el momento constituyente en que se reconoce que estamos, el poder constituyente que despunta, el rugido del constituyente primario que se escucha, está más en la movilización que en el voto.
No que estén divorciadas, o deban divorciarse, estas manifestaciones, ya se ha dicho que hay que sincronizarlas y articularlas en una estrategia de mayorías y de sujeto plural para triunfar y transformar. Lo que merece énfasis es que el ejercicio electivo se asume como parte y prolongación de la movilización y no al contrario. Estamos acercándonos a la posibilidad de una democracia de masas, menos representativa y más directa, hay que gobernar con movilización sostenida, con participación incidente, con poder dual, no se puede reducir la política al voto y la representación. Democracia radical y civilismo.
Esta comprensión no es plena y firme aún en los sectores alternativos. Las elecciones que vienen tienen que inspirarse en la gran conmoción que acaba de tener lugar en los meses anteriores y que aún subsiste y que tendrá nuevas expresiones contundentes. El momento constituyente sociológico, esplendoroso y doloroso vivido, es preciso que se traduzca en voluntad constituyente formal en el momento electoral próximo. La coyuntura de movilización es la agitación del magma popular que está llamada a modificar la corteza de la política en las jornadas electorales de 2022.
No hay sujeto sin proyecto y siempre es preciso tratar de que el proyecto no sea una república en el aire. El proyecto de este momento y de este poder constituyente que se anuncia es el de un verdadero estado social de derecho, o república social, que solo muy parcialmente se refleja en la Constitución de 1991. Esta carta constitucional, su plataforma de derechos, está llamada, en el marco de la turbulenta transición en curso, a facilitar avances sustantivos del Estado social de derecho, pero el proyecto alternativo, en futuro cercano, tendrá que abordar la tarea de un proceso asambleario constituyente u otra vía de tomar decisiones fundantes.
En otras palabras, el pueblo vuelve a la escena política para ejercer soberanía y ello solo es real si se decide materializar el poder constituyente. Esa la misión de un eventual gobierno alternativo: facilitar, crear condiciones favorables al proceso constituyente (proyecto y sujeto). El movimiento amplio y plural que se conforme tiene que prepararse para mucho más que ser gobierno, incluso para direccionar la historia sin ser gobierno.
