La República en el posacuerdo

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Luis I. Sandoval M.
25 de julio de 2017 - 02:00 a. m.
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A los 207 años de la independencia de España, Colombia es una república cansada, descohesionada y sin horizonte compartido de futuro. Se agotó la enésima guerra interna y la paz que llega no produce ningún entusiasmo. Esta vez no alcanzó la fuerza del acuerdo para desatar un proceso constituyente inmediato. La mundialización omnímoda atenaza y desvirtúa el Estado nación, muy probable que hoy seamos más dependientes que antes del 20 de julio de 1810.

El país maltrecho que tenemos se debe a la política mezquina que practicamos. Política sin proyecto colectivo interiorizado, hecha a la medida de la conservación de los privilegios de unas pocas familias, dedicada al saqueo permanente del presupuesto y demás bienes públicos,  entreguista frente a los poderes imperiales económicos y políticos, con inmensa capacidad de manipulación y abuso del poder, que sin rubor trafica con la adhesión ciudadana, que complacida se deja avasallar por mafias de todo tipo, que de manera imperturbable practica el egoísmo de clase y desecha toda forma de solidaridad con las mayorías excluidas.

Ese cuadro deprimente solo es atribuible a las élites tradicionales que siguen mandando en la era republicana con todo el sentido aristocrático y el contexto de escandalosas desigualdades que signó la Colonia hispánica. En estos 200 largos años de historia todas las posibilidades del pueblo (los de abajo, clases subordinadas) para tomar las riendas se han truncado por la cooptación, la exclusión, el asesinato, la represión o el exterminio sin contemplaciones.

La realidad imperante es inaceptable, la realidad deseable parece inalcanzable. Esto es justamente lo que tiene que cambiar con el fin de la guerra y el comienzo de la paz. Colombia no es mejor porque le hayan faltado recursos para serlo. Seguimos siendo la caricatura de país que somos porque no sabemos aprovechar razonablemente la enorme riqueza humana y natural que nos tocó en suerte. No vivimos en la pobreza porque seamos pobres sino porque no tenemos medios institucionales para distribuir la riqueza.

Esta columna hace la crítica pero también la propuesta. En todo momento ha estado orientada a lograr el marchitamiento de la guerra y el florecimiento de una nueva realidad política. La construcción de esa nueva realidad es posible. Lo inalcanzable se puede volver alcanzable si un conjunto de fuerzas sociales y políticas identificadas con la transformación se coaligan, caminan juntas, acumulan poder real, no se dejan ni seducir ni amedrentar por el poder establecido, sobre todo, si aprenden a sumar, abandonan el estéril campo de la división y dispersión, dirimen con sentido común sus rivalidades y aspiraciones, y se entusiasman con una realidad intencional que las mueva y proyecte a objetivos de claro interés social y  nacional. Frente a un ellos decadente puede surgir un nosotros transformador.   

Oportuno visualizar cosas así este 20 de julio de 2017 porque es el momento preciso para que el posacuerdo de paz se convierta en la oportunidad de instaurar la segunda república: más ética, más democrática, más social, más autodeterminada. Colombia se merece un nuevo rumbo. Existen innumerables fuerzas luchadoras con amplia capacidad política, moral y técnica para protagonizar el cambio.

Pero las fuerzas alternativas dispersas no logran nada, coaligadas tienen posibilidad de ser Gobierno para cumplir los acuerdos de paz, devolver la transparencia al oficio de administrar y gobernar, combatir la pobreza y profundizar la equidad, modernizar las instituciones y relacionar dignamente al país con el mundo.

Al momento en que se acaba la insurgencia armada, se necesita un amplio movimiento democrático de insurgencia civil que suscite confianza y recupere la esperanza. Es posible. Está en camino.           

lucho_sando@yahoo.es

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