He sentido mucho que el Maestro hubiera partido cuando yo estaba lejos, hubiera estado a su lado todas las horas, con muchos amigos y amigas, como estuve con él en los postreros días y momentos de María Cristina hace casi dos años.
Ahora queda la tarea, inmensa, que no es para una página, un minuto, una persona, de leer su vida y su obra, analizar sus impactos, ubicar su biografía en la historia, de responder la pregunta: qué significa Orlando Fals Borda en el trasegar de esta sociedad atormentada. Mi primera respuesta es breve y directa: más que huellas de pasado, Orlando Fals nos deja huellas de futuro. Así percibo su obra, su compromiso, su visión...
“Vale la pena concebir el futuro con cierto optimismo, no obstante que Colombia es uno de los países más descompuestos y conflictivos... Me retiro con esperanzas renovadas en las nuevas generaciones”, dijo el 9 de diciembre de 2006 cuando le fue otorgado el Doctorado Honoris Causa por la Universidad Nacional de Colombia, su universidad, junto a otro coloso de la sociología mundial del siglo veinte, Alain Touraine.
Oí hablar de Orlando Fals en el primer lustro de los sesenta cuando, siendo estudiante de filosofía, jugaba fútbol en el campus de la U. Nacional. Comencé a leerlo en los setenta, pero sólo lo conocí e inicié conversaciones e intercambios con él en los ochenta a través del cura René García. Se interesó en el trabajo del ISMAC, facilitó su desarrollo y aceptó hacer el prólogo a mi libro “Sindicalismo y Democracia”, editado por Ismac-Fescol, que recogía y proyectaba el proceso de la naciente CUT.
La Convergencia de entonces, la iniciativa Nueva Colombia, el accionar constituyente luego, la AD-M19, el Frente Social y Político y finalmente el Polo Democrático fueron escenarios sucesivos donde él puso su interés, su entusiasmo, su visión, su esperanza, su seriedad burlona y festiva a la luz de lo que llamaba las terceras fuerzas. Compartimos en estos espacios, excepto el de la AD, y como sabíamos de nuestros pasos anteriores en el esfuerzo por contribuir al surgimiento de una real opción alternativa en el país, mutuamente nos motejábamos, a la par con otros, como “los reincidentes”.
A Camilo lo conocí en el campus de la universidad y lo escuché cuando después del fútbol entrábamos a su oficina de Capellán y él orientaba la conversación al tema que al momento le preocupaba: la situación del campesinado. Con Orlando en muchas ocasiones hablamos de movimientos: el sindical, el cooperativo, el de juntas comunales, el cívico, el de regiones, por supuesto el campesino, y siempre el sentido de la conversación era lo necesario para empoderar, cualificar, ampliar, desentrañar las posibilidades de futuro. Fals siempre estaba pensando que algo mejor era posible si se utilizaba el método adecuado, si se producía una relación justa entre teoría y praxis, si el conocimiento riguroso de la realidad se ligaba al compromiso real con la gente.
La obra de Fals, el científico social, es inseparable de la obra de Fals, el militante del cambio social. Esto habrá que dilucidarlo, pero allí quizá esté la clave de su optimismo, que no era un optimismo ingenuo y fatuo, sino un optimismo ilustrado y trágico, similar al de Gerardo Molina, optimismo como plan de acción que no espera nada como regalo fácil de la inercia sino que la realización de posibilidades inéditas supone la lucha y el pensamiento crítico apoyado en categorías rigurosas de las ciencias sociales. Fals como nadie es un paradigma de que la primera condición para transformar la realidad es contar con un pensamiento transformador. Qué importante sería hoy asumir este presupuesto con todas sus implicaciones.
Fals no murió añorando el pasado, murió soñando en un futuro mejor para el pueblo colombiano. Sus huellas no son de pasado, son de futuro. Lo ha notado John Berger (2001): “Las huellas no son sólo lo que queda cuando algo /alguien/ ha desaparecido, sino que también pueden ser las marcas de un proyecto, de algo que va a revelarse”. El nombre, la obra, la memoria de Fals son sinónimo de esperanza. También porque en él se hace realidad la observación de Eduardo Galeano en Cartagena, en el memorable Encuentro de 1996: “No somos lo que somos, sino lo que hacemos para cambiar lo que somos”.
Boston