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                                                                                                                              El marxismo cultural

                                                                                                                              Para entender a los grupos más sectarios que están en contra de cualquier negociación y acuerdo de paz, es fundamental entender la narrativa del “marxismo cultural”. Se trata de una narrativa ultra conservadora que fagocita cualquier situación y que permite, en el momento actual del país, interpretar cosas tan disímiles como el proceso de paz, las cartillas de identidad de género, el reclamo de tierras, el reconocimiento de la diversidad cultural, la defensa del agua, o casi cualquier otra cosa que implique la defensa de derechos, como una estrategia bien orquestada y coherente para destruir las tradiciones y las instituciones sociales.
                                                                                                                              El principio de partida es muy simple: el marxismo o el comunismo (para el caso es la misma cosa) ha sido refutado en su base económica, pero su base cultural viene triunfando desde hace mucho tiempo y hay que detenerlo. En términos de qué hacer para acabar con el conflicto armado y qué hacer con las guerrillas, esa narrativa tiene una respuesta, típica de una cruzada: denme los comunistas en forma de cadaver y entonces los toleraré.
                                                                                                                              Lo peligroso es que bajo esa forma de pensamiento, comunista no solo es aquel que tiene una filiación con el partido comunista sino cualquier buen liberal que hable de derechos. ¿Por qué? Porque se supone que la estrategia del “comunismo” ha sido crear un nuevo público más amplio que el del proletariado para incluir mujeres que tienen que ser defendidas del machismo,  indígenas y negros que deben ser protegidos de agresiones racistas y la desposesión, homosexuales que tienen que ser protegidos de los homófobos, libre pensadores que tienen que ser defendidos de los cristianos, jóvenes vulnerables criminalizados que tienen que ser protegidos de la policía corrupta, campesinos o indígenas que tienen que ser defendidos de los terratenientes y las empresas extractivas. Lo que se desprende de esa perspectiva es que las demandas de todos estos grupos son el producto de una manipulación y en consecuencia no son legítimas. En síntesis, esas demandas son el resultado de una conspiración.
                                                                                                                              Pero al mismo tiempo, los que creen en la existencia de un marxismo cultural les gusta que les llamen racistas, misóginos, homofóbicos, elitistas, ecocidas, genocidas o corruptos porque interpretan que el uso de esos calificativos hacen parte de otro elemento de la estrategia del comunismo para luchar contra el orden social: la corrección política a través del lenguaje. Usar esos términos, se supone, es una comprobación de lo hábiles que han sido los comunistas para introducir términos obligatorios y políticamente correctos para socavar las tradiciones.
                                                                                                                              La narrativa del marxismo cultural es un sistema de interpretación histórica porque ve la mano del comunismo en todo proceso de reformas liberales, como es el caso del proceso de paz con las FARC. Pero esa narrativa complotista requiere generalización y personificación. Generalización porque requiere crear un chivo expiatorio como el comunismo encarnado en múltiples acciones y actores. Personificación porque necesita que constantemente haya un personaje o varios que encarnen el complot. Por eso no sorprende que bajo la narrativa del marxismo cultural, Juan Manuel Santos sea considerado poco menos que un miembro orgánico de las FARC.
                                                                                                                              Pero el relato del marxismo cultural no quedaría completa sin un salvador, alguien con lucidez excepcional, alguien con una inteligencia superior, que es capaz no solo de interpretar las causas del mal absoluto sino que sabe mostrarle al pueblo que está siendo víctima de un gran complot. Su supuesto heroísmo se desprende de insistir en denunciar la confabulación a pesar de que la victoria del mal sea inminente. De ahí, que la rabia y el fanatismo sea uno de los rasgos más notorios de los adeptos a esta narrativa.
                                                                                                                              El sectarismo, la estupidez y la rabia no se pueden prohibir, pero en una coyuntura como la actual no se puede dar licencia a que los imaginarios conspiracionistas, las manipulaciones y los miedos de los beneficiarios del orden actual de guerra bloqueen el acuerdo de paz y las negociaciones. ¿Además de acercarse a los sectores más opuestos al acuerdo de paz existe alguna estrategia para desactivar esta narrativa que no pocas veces ha sido la justificación de las cruzadas paramilitares?

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Iberneth@gmail.com

                                                                                                                              Para entender a los grupos más sectarios que están en contra de cualquier negociación y acuerdo de paz, es fundamental entender la narrativa del “marxismo cultural”. Se trata de una narrativa ultra conservadora que fagocita cualquier situación y que permite, en el momento actual del país, interpretar cosas tan disímiles como el proceso de paz, las cartillas de identidad de género, el reclamo de tierras, el reconocimiento de la diversidad cultural, la defensa del agua, o casi cualquier otra cosa que implique la defensa de derechos, como una estrategia bien orquestada y coherente para destruir las tradiciones y las instituciones sociales.
                                                                                                                              El principio de partida es muy simple: el marxismo o el comunismo (para el caso es la misma cosa) ha sido refutado en su base económica, pero su base cultural viene triunfando desde hace mucho tiempo y hay que detenerlo. En términos de qué hacer para acabar con el conflicto armado y qué hacer con las guerrillas, esa narrativa tiene una respuesta, típica de una cruzada: denme los comunistas en forma de cadaver y entonces los toleraré.
                                                                                                                              Lo peligroso es que bajo esa forma de pensamiento, comunista no solo es aquel que tiene una filiación con el partido comunista sino cualquier buen liberal que hable de derechos. ¿Por qué? Porque se supone que la estrategia del “comunismo” ha sido crear un nuevo público más amplio que el del proletariado para incluir mujeres que tienen que ser defendidas del machismo,  indígenas y negros que deben ser protegidos de agresiones racistas y la desposesión, homosexuales que tienen que ser protegidos de los homófobos, libre pensadores que tienen que ser defendidos de los cristianos, jóvenes vulnerables criminalizados que tienen que ser protegidos de la policía corrupta, campesinos o indígenas que tienen que ser defendidos de los terratenientes y las empresas extractivas. Lo que se desprende de esa perspectiva es que las demandas de todos estos grupos son el producto de una manipulación y en consecuencia no son legítimas. En síntesis, esas demandas son el resultado de una conspiración.
                                                                                                                              Pero al mismo tiempo, los que creen en la existencia de un marxismo cultural les gusta que les llamen racistas, misóginos, homofóbicos, elitistas, ecocidas, genocidas o corruptos porque interpretan que el uso de esos calificativos hacen parte de otro elemento de la estrategia del comunismo para luchar contra el orden social: la corrección política a través del lenguaje. Usar esos términos, se supone, es una comprobación de lo hábiles que han sido los comunistas para introducir términos obligatorios y políticamente correctos para socavar las tradiciones.
                                                                                                                              La narrativa del marxismo cultural es un sistema de interpretación histórica porque ve la mano del comunismo en todo proceso de reformas liberales, como es el caso del proceso de paz con las FARC. Pero esa narrativa complotista requiere generalización y personificación. Generalización porque requiere crear un chivo expiatorio como el comunismo encarnado en múltiples acciones y actores. Personificación porque necesita que constantemente haya un personaje o varios que encarnen el complot. Por eso no sorprende que bajo la narrativa del marxismo cultural, Juan Manuel Santos sea considerado poco menos que un miembro orgánico de las FARC.
                                                                                                                              Pero el relato del marxismo cultural no quedaría completa sin un salvador, alguien con lucidez excepcional, alguien con una inteligencia superior, que es capaz no solo de interpretar las causas del mal absoluto sino que sabe mostrarle al pueblo que está siendo víctima de un gran complot. Su supuesto heroísmo se desprende de insistir en denunciar la confabulación a pesar de que la victoria del mal sea inminente. De ahí, que la rabia y el fanatismo sea uno de los rasgos más notorios de los adeptos a esta narrativa.
                                                                                                                              El sectarismo, la estupidez y la rabia no se pueden prohibir, pero en una coyuntura como la actual no se puede dar licencia a que los imaginarios conspiracionistas, las manipulaciones y los miedos de los beneficiarios del orden actual de guerra bloqueen el acuerdo de paz y las negociaciones. ¿Además de acercarse a los sectores más opuestos al acuerdo de paz existe alguna estrategia para desactivar esta narrativa que no pocas veces ha sido la justificación de las cruzadas paramilitares?

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Iberneth@gmail.com

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