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Cámaras versus fogones

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Madame Papita
19 de septiembre de 2025 - 05:03 a. m.
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En los últimos años, los concursos de cocina se multiplicaron como hongos después de la lluvia. Televisión, plataformas, patrocinios y hasta escenarios en vivo han convertido la gastronomía en un espectáculo de luces, lágrimas y frases enredadas que prometen transformar vidas en minutos. A nadie le puede parecer malo que la cocina tenga esa visibilidad, que despierte vocación, o que un país entero descubra el poder de un plato bien hecho. Pero preocupa el relato distorsionado que se ha instalado: que la vida en una cocina funciona como un reality de edición rápida, donde las hornillas producen milagros en segundos, y los comensales pueden desarmar cada preparación a su antojo, como si el trabajo detrás no tuviera peso.

La cocina profesional no es ese universo perfecto que muestran las cámaras. Es disciplina, es una historia entre cuchillos, fogones y relojes, que rara vez da espacio para la improvisación dramática. Quien haya pasado por un servicio de viernes en la noche sabe que la tensión es real, sin aplausos ni de discursos inspiradores, sino con órdenes que se hablan fuerte, ollas que hierven sin parar, y un cansancio que solo entienden los cuerpos que llevan horas de pie. Convertir ese esfuerzo en espectáculo puede ser entretenido, pero también engañoso.

Los concursos también han servido para abrir la puerta al lucro, a través de patrocinios y marcas que encuentran en esos programas un escenario perfecto para vender ollas, cuchillos, electrodomésticos y hasta ideas de éxito instantáneo. Esto no es un problema, al fin y al cabo, necesitamos que la industria crezca. El problema es que la narrativa que se construye termina reduciendo la cocina a un espectáculo aspiracional, como si la profesión se resumiera en un trofeo, o en salir sonriente en una publicidad.

La realidad, sin embargo, está en los restaurantes que cada día abren sus puertas para ofrecer un servicio impecable, con equipos trabajan en sincronía para que cada plato llegue en las mejores condiciones. No hay aplausos ni cámaras que registren los gestos que sostienen el oficio, y que rara vez encuentran espacio en los escenarios televisivos.

No se trata de negar el encanto que los concursos despiertan. Muchos cocineros han encontrado allí su primera motivación, o una ventana de reconocimiento. Hay historias inspiradoras de quienes comenzaron ahí y se abrieron camino. Pero no podemos olvidar que detrás de cada plato servido en la vida real, hay horas de mise en place, de compras antes del amanecer, de proveedores que cumplen o incumplen, de cuentas por pagar y de un cansancio físico que ningún reality muestra en su dimensión real. Es fácil enamorarse de la cocina cuando se ve en pantalla: lo difícil es sostener ese amor al calor de una jornada laboral que puede sobrepasar las ocho horas, sin reflectores, comerciales o discursos motivacionales.

Por eso, más que seguir alimentando un ideal irreal, enfoquémonos en celebrar lo que sucede en las cocinas de verdad. Reconocer el trabajo de equipos, de cocineros anónimos que rara vez son aplaudidos, de lavaplatos que sostienen el ritmo invisible, de meseros que hacen que el comensal se sienta bienvenido, de bartenders que aguantan largas conversaciones sin perder la sonrisa. Allí está la cocina real, en el servicio que no se detiene, y que tampoco necesita una cámara para validarse y sentirse orgulloso.

Los concursos seguirán existiendo y emocionando. No está mal. Pero debemos recordar que la gastronomía no se construye en sets de grabación, sino en los fogones. Que los equipos humanos son el verdadero corazón de un restaurante, y que cada servicio terminado, con sus aciertos y tropiezos, vale más que cualquier trofeo.

Último hervor: Ha sido una semana que nos sacude como colombianos. El desproporcionado fallo de la JEP y la descertificación, después de casi treinta años de trabajo, nos dejaron desconcertados. A algunos les alegró, a otros los polarizó más, y muchos estamos simplemente descompuestos. Resulta incomprensible que la primera condena de la JEP termine pareciendo un premio. En un país roto, herido y acostumbrado a contar a sus muertos por decenas durante décadas de conflicto armado con dicha organización.

¿Qué podíamos esperar de la JEP cuando a diario escuchamos de las víctimas que fueron ignoradas, que sus testimonios se manosearon y que lo único que pasó fue el calendario? No hay discurso que justifique este fracaso. Ni el “no había presupuesto”, ni el “faltaba personal”, ni ningún otro pretexto. El tribunal lo tuvo todo para iniciar un verdadero proceso de restauración, pero lo único que nos dejó fue un mal sabor y una fe cada vez más frágil en lo que venga. En cuanto a la descertificación y sus demonios, la lección es clara: no basta con ser, también hay que parecer. A partir de ahora, el trabajo nos costará el doble.

@MadamePapita

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DIEGO ARMANDO CRUZ CORTES(25270)21 de septiembre de 2025 - 05:35 a. m.
Por el contrario considero que los Reality Shows han impulsado en muchas personas el deseo de ser profesionales de la cocina. En mi caso he tomado ideas y recetas para aplicarlas en comidas familiares, imagino que los chefs o estudiantes de gastronomía tienen estos programas como fuente de aprendizaje. Es TV, es cierto, mucho marketing pero más lo positivo, no todo es Máster Chef, por ej. en Netflix existen unos programas y realities de calidad impresionante.
Iliana(21165)19 de septiembre de 2025 - 04:30 p. m.
Con lo de cocina, me parecía bien escucharlo. Al opinar de victimas y victimarios me parece que escuchó, hizo seguimientos pero no puso atención como entre justicia, victima y sometidos a justicia se negoció. No parecido a lo que pasa con fiscalía, a lo que está en corazón de muchas personas que no importa verdad, reparación, no repetición como caminos hacia paz. Lo que usted creo que es,: castigo con cárcel, cero diálogo.
Alicia(96078)19 de septiembre de 2025 - 01:06 p. m.
Le va mejor en sus comentarios sobre la cocina. Pero en lo otro creo que no. No es fácil la tarea de la JEP, abordar esa inmensidad de crímenes atroces ocurridos durante cerca de 50 años requirió miles y miles de horas de trabajo, de escucha a un sinnúmero de víctimas, victimarios y otros actores del conflicto. Hay que recordar que la JEP se debe mover dentro del marco acordado en el proceso de paz y asi lo ha hecho. Yo le agradezco a la JEP y sus magistrados que dieron voz a las víctimas.
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