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Cocinar para resistir

Madame Papita

16 de mayo de 2025 - 12:00 a. m.
Foto: Plaza de Mercado de Paloquemao / Valentina Santiago

En Colombia, cocinar siempre ha sido mucho más que preparar alimentos. Es un acto de amor, de memoria, de consuelo. Y últimamente, también se ha convertido en un acto de resistencia, porque cuando el país se sacude, cuando la economía aprieta, cuando las noticias no dan tregua, lo primero que se protege es la olla.

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Sí, proteger la olla. Ese símbolo doméstico que en nuestras casas representa mucho más que comida caliente: representa familia, tranquilidad, unión, esperanza, resiliencia; porque en medio de las crisis, y vaya que hemos tenido varias, siempre hay fogones encendidos en el país. Son fogones que no solo alimentan estómagos, también almas.

Pienso en las madres comunitarias que cocinan para 40 niños con lo que antes apenas alcanzaba para 10. En las mujeres de los barrios populares que organizan “ollas solidarias”, donde cada uno pone lo que tiene: un puñado de arroz, una papa, una libra de lentejas, un huesito con o sin carne; y con eso hacen magia. Cocina de supervivencia, sí, pero también de abundancia emocional, de creatividad ancestral, de solidaridad que no se agota.

Resistir desde la cocina es negarse a que el hambre se vuelva paisaje, plantarse ante la injusticia con cucharón en mano y decir con firmeza: aquí seguimos. Es inventar recetas con lo poco que hay, sin perder la dignidad ni el sabor. Es usar el fogón como trinchera. Y las cocineras colombianas sí que saben de eso. Lo llevan en la sangre, en las manos, en la memoria.

He estado en veredas donde se cocina con leña bajo techos de zinc, y la comida sabe al tiempo que tomó prepararla, porque no hay prisa. Se pela, se ralla, se remoja, se revuelve. El maíz se desgrana con paciencia, la yuca se lava con cariño, y nada, absolutamente nada, se desperdicia. Las cáscaras hacen caldos, los tallos se convierten en guarniciones, el ají se guarda como herencia. El maíz no se tira: se fermenta, se transforma, se hace chicha. Allí cocinar no es rutina: es resistencia activa y ritual sagrado.

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Está, también, el otro lado, el de los restaurantes que, en vez de cerrar, decidieron abrir sus puertas para quienes no podían pagar, entendiendo que alimentar va más allá de servir platos bonitos. Algunos chefs han dejado la alta cocina para volver al campo, sembrar sus ingredientes, reencontrarse con las raíces, y enseñar a otros a hacer lo mismo. Porque resistir también es volver al origen, a la tierra, a la mata de plátano que aguanta todo y la gallina que da sabor al caldo y al alma.

Ahora que la comida se encarece y la mesa parece vaciarse, resistir es volver a lo básico, redescubriendo el valor de una arepa con mantequilla, de un sudado bien hecho, de una sopita que cura todo. Es entender que en cada plato hay una historia, una intención, una forma de cuidar, pues no es lo mismo servir comida que alimentar. Y que cuando alguien cocina para ti, lo está diciendo todo sin palabras.

A mí me han alimentado mujeres que no tienen nada, pero lo dan todo. Me han enseñado que cocinar es una forma de no soltarse, sin importar lo que pase afuera: mientras haya fuego, hay hogar. Y que resistir, con hambre o sin ella, es un arte cocinado a fuego lento.

Cocinar para resistir es una forma de decir que no nos rendimos. Que aún con lo mínimo, somos capaces de compartir, de cuidarnos, de no perder la sazón que nos hace colombianos. De demostrar que, si bien el país está herido, el fogón sigue vivo. Y mientras eso ocurra, siempre habrá esperanza servida en un plato humeante, porque en Colombia, resistimos como sabemos: cocinando. En cada cucharada, reafirmamos que aquí seguimos. Que seguimos siendo. Y que seguimos sabiendo a nosotros mismos.

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@madamepapita

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Último hervor: Imposible no hablar de Frisby y el uso no autorizado de su marca e imagen en España. Aquí defendemos lo local, y más en este caso, pues no solo es una de las marcas más queridas del país, sino que están envueltos en una disputa legal por algo que podría calificarse como simple viveza. No analizaremos el enredijo judicial; mejor resaltar lo único positivo que surgió en esto tan maluco: el apoyo masivo de empresas de todos los sectores al restaurante. A una iniciativa que pareció iniciar uno de sus competidores, se fueron sumando cientos de compañías de todos los tamaños, para defender lo mismo: que las copias no son válidas, que con lo original nadie se mete. Si no saben a qué me refiero, pasen por las redes y busquen el hashtag #estamosconustedes. No hay post malo. Y así parezca que llegamos tarde por el día de publicación, todo nuestro “a-pollo” a uno de nuestros sabores favoritos.

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