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Cuando arrancan las fiestas

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Madame Papita
05 de diciembre de 2025 - 05:00 a. m.
“Las fiestas no saben de afanes: saben de tiempos compartidos, de manos que se cruzan sobre la mesa”: Madame Papita.
“Las fiestas no saben de afanes: saben de tiempos compartidos, de manos que se cruzan sobre la mesa”: Madame Papita.
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Las fiestas navideñas no empiezan con el calendario o con un aviso oficial. Arrancan antes, en algo casi imperceptible: el primer aroma a canela que llega desde la cocina, la aparición tímida de una natilla en una vitrina, el “¿y este año dónde nos reunimos?” que alguien suelta sin darse cuenta. Estas fiestas inician cuando el cuerpo empieza a pedir lento y el alma empieza a pedir juntos. Y así, casi sin notarlo, todo va cambiando de ritmo.

Hay un momento exacto, que nadie sabe ubicar, en el que el año deja de correr y empieza a recordar. De repente miramos fotos, hacemos balances, reconocemos ausencias y celebramos permanencias. Y ahí entra la comida como un idioma universal, que no pide traducción, porque sirve para más que simplemente alimentar: uno recuerda, honra, perdona, celebra y se reconcilia alrededor de una mesa. Comer se vuelve un acto de memoria, pero también de esperanza.

Este inicio también despierta la memoria. Cada familia tiene su ritual: el que prende las luces del árbol, el que hace la primera compra grande del mes, el que saca las recetas heredadas en hojas manchadas de salpicaduras. Hay quienes empiezan con buñuelos, otros con tamales, con asados, con sopas largas cocinadas sin prisa. Las fiestas no saben de afanes, saben de tiempos compartidos, de manos que se cruzan sobre la mesa y de platos que pasan de uno al otro.

Y aunque el mundo esté convulsionado, aunque las noticias pesen y el bolsillo apriete, las fiestas siguen llegando como una tregua silenciosa. No solucionan todo, pero por unas noches permiten creer que es posible sentarnos juntos, sin armaduras. Las fiestas nos recuerdan que no estamos hechos solo para resistir, sino también para celebrar que seguimos aquí, a pesar de todo.

En estas fechas las cocinas vuelven a ser el centro. Ahí se cuentan los chismes, se lloran despedidas, se tejen planes nuevos. Se equivocan recetas y se improvisa con lo que hay. Las fiestas no siempre son abundancia perfecta: son, especialmente, creatividad, generosidad y ganas de compartir. Muchas de las mejores comidas que he probado no tenían lujos, tenían historias, errores felices y segundas oportunidades.

Empiezan también las fiestas para quienes producen, siembran, hornean, cultivan, empacan, sueñan. Para los emprendedores, que llevan meses preparándose; los cocineros, que multiplican turnos; los agricultores, que por fin ven recompensada su paciencia. Las fiestas no se prenden solas: detrás hay manos cansadas, madrugadas, hornos encendidos y una fe profunda en que alguien va a agradecer ese esfuerzo.

El inicio de la temporada invita a mirar distinto, a bajar el ritmo, aunque sea un poco. A volver a los abrazos largos, a los platos compartidos, a las conversaciones sin reloj. A entender que no todo se arregla, pero mucho se alivian con pan sobre la mesa y alguien dispuesto a partirlo.

Y si lo que necesitamos es un espacio para compartir, celebrar y terminar de hablar de lo que dejó 2024, en Bogotá los espera @cavabombon, lugar donde la cocina mezcla herencias gastronómicas de Asia, España con lo local. Cuenta con una amplia gama de vinos que, para tranquilidad de todos, son importadores directos.

Allí, una fría celebración obligada puede convertirse en una larga noche de risas, buena comida y más de un brindis para recordar. ¿Que comer es difícil porque hay muchas opciones? Sí. ¿Que no hemos probado plato malo? También. Indispensable compartir la paella, darle un mordisco a la hamburguesa de rib-eye y ojo: pidan la remolacha. Yo, que le huyo, repetí.

Hoy, cuando siento que las fiestas empiezan, no pienso primero en regalos. Pienso en mesas: en quiénes se van a sentar, a quiénes voy a extrañar, las nuevas historias que nacerán. Pienso en la responsabilidad que tenemos de apoyar al que produce cerca, al que cocina con el alma, al que no se rinde. Porque nuestras decisiones también alimentan economías, territorios y sueños.

No todo es alegría perfecta, claro. Las fiestas también traen nostalgias, sillas vacías, duelos recientes. Pero incluso ahí la comida cumple otra misión: la de acompañar el silencio, la de decir “estás aquí, no estás solo”, la de sostener los momentos difíciles con un bocado.

Al final, eso es lo que celebramos cuando arrancan las fiestas: que seguimos teniendo motivos para juntarnos, para cocinar, para brindar y para creer. Aunque el año haya sido duro. Aunque el cansancio pese. Aunque no todo esté resuelto. Las fiestas comienzan cuando elegimos volver a la mesa. Y mientras haya mesa, habrá esperanza.

Último hervor. En la primera semana de celebraciones bordeamos los 100 quemados en varias ciudades. Aún no entendemos que también hay especialistas en pólvora, y que estamos obligados a ser cuidadosos. Frente a los borrachos estrellados, nada justifica una familia que llora ese último trago, más cuando todo se hubiera evitado con un “no más”. Señores: nuestras fiestas, nuestras responsabilidades.

@madamepapita

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