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El precio de ser diferente

Madame Papita
10 de octubre de 2025 - 05:00 a. m.
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En la cocina, como en cualquier oficio que se toma en serio, decidir no seguir la corriente implica enfrentar miradas extrañas, explicaciones interminables y una lucha constante por sostener un ideal que no siempre cabe en los márgenes del mercado o las modas. Esto se debe a que ser diferente tiene un precio, a veces alto e incomprendido, sobre todo cuando se trata de trabajar con coherencia y corazón.

Ser diferente no es una pose: es una decisión consciente. Es elegir ingredientes que quizás cuesten más, pero respetan la tierra. Es pagarle a un proveedor justo porque su trabajo lo vale, aunque signifique un menor margen de ganancia. Es negarse a usar atajos, conservantes o discursos vacíos para complacer a quien solo ve números. Y sí, ese precio puede ser alto, pero el valor que se gana es incalculable.

En la gastronomía, como en la vida, la coherencia también alimenta. La diferencia no debería verse como un obstáculo, sino como una forma legítima de construir futuro. Sin embargo, muchas veces se confunde lo distinto con lo pretencioso, lo artesanal con lo improvisado o lo caro con lo abusivo. Error: la diferencia en la comida, en la producción o en los servicios no hace que una propuesta sea mala, simplemente habla de otras prioridades, otras rutas y, sobre todo, de una mirada más leal al corazón.

Ser leal al corazón implica entender que detrás de cada plato hay un sistema que necesita ser respetado. Campesinos, productores, cocineros, meseros y repartidores forman parte de una cadena que, si se dignifica, fortalece no solo la experiencia gastronómica, sino a toda la sociedad. Pero para lograrlo se necesita un cambio profundo: dejar de ver la cocina como entretenimiento y entenderla como lo que es: un trabajo serio que merece atención, reconocimiento y condiciones justas.

En un mundo que celebra la inmediatez, ser diferente exige paciencia. Exige sostener la calma cuando otros se desesperan, mantener la calidad cuando el mercado pide volumen, y seguir creyendo en el oficio, así los números parezcan hablar más alto que las convicciones. No es fácil explicar por qué un producto artesanal cuesta más, o por qué un restaurante decide no abrir todos los días. Pero quienes entienden el fondo saben que esas decisiones nacen del respeto: al producto, al proceso y a las personas.

El respeto por la cocina no se mide en reconocimientos y pagos a opinadores, sino en la capacidad de construir relaciones duraderas entre quienes siembran, cocinan y consumen. Un comensal informado puede reconocer el valor que hay detrás de una preparación que no se hizo al apuro, que se pensó con cuidado, que no busca impresionar sino alimentar bien. Ese es el tipo de cultura que necesitamos: una que entienda que comer distinto no es un lujo, sino una forma de cuidar la vida.

Porque al final, el verdadero lujo está en la conciencia, en saber de dónde viene lo que comemos, en valorar las manos que lo preparan y entender que detrás de cada plato hay decisiones que impactan el territorio, la economía y la dignidad de muchas personas. La diferencia no se impone: se construye con respeto, con propósito y con la tranquilidad de saber que no todo tiene que ser para todos.

El precio de ser diferente seguirá siendo alto. Pero quienes lo asumen saben que lo hacen no por vanidad, sino por respeto al oficio, al tiempo, al sabor y al alma de quienes, desde su cocina, siguen siendo leales a lo que verdaderamente importa. Ser diferente, en estos tiempos de ruido y velocidad, es un acto de fe. Y quizás, también, la forma más sincera de recordar que la comida, cuando se hace con amor, conocimiento y coherencia, sigue siendo la manera más humana que tenemos de hablar con el mundo.

Último hervor: Cuando era pequeña existía un reconocimiento y respeto natural hacia los adultos, los cargos, y ni qué decir de las autoridades. Hoy me siento viviendo dentro de La historia sin fin. Claro, no con un perro, sino con ocho. Cada día se siente más miedo en las calles: la gente defiende su sistema masivo de transporte y sus trabajos, cierra temprano los negocios, despacha empleados y se pregunta si mañana podrá seguir igual. Nos debatimos entre correr o escondernos.

Eso es lo que vemos y oímos en los medios, en WhatsApp, en las redes. Esto, señores, no es drama televisivo: es nuestra realidad. Una realidad que se repite, que cansa, que nos tiene viviendo en modo supervivencia. Nos quedan 10 meses en este trote. Pregunto: ¿aguantará la economía? ¿Cederá la inflación? ¿Será posible generar empleos? Preguntas hartas, sí, pero necesarias, cuando todo parece reducirse a caminar en fila, como borregos, esperando que alguien más nos diga hacia dónde ir.

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Felipe(dw15k)10 de octubre de 2025 - 02:11 p. m.
Excelente. Gracias.
juanmi31(37703)10 de octubre de 2025 - 12:55 p. m.
Todo lo que dice madame tiene su acertijo. Pero dese cuenta que hoy en día los restaurantes abusan, cuando pueden, de los altos precios de una tostada de plátano ó de un simple besteak, con lo cual lo único y positivo que consiguen es perder clientes, aún no han aprendido el slogan de calidad total: UN CLIENTE QUE SE VA NO VUELVE. Por eso vemos cuantos de estos chuzos cierran después de la primera quincena, porque al perro no lo castran 2 veces.
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