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Hay quienes creen que un viaje empieza cuando uno cruza el umbral del aeropuerto. Yo, en cambio, pienso que comienza mucho antes: cuando la mente se abre a la posibilidad de descubrir algo nuevo, incluso si eso ocurre a pocos kilómetros de casa. Colombia, por fortuna, es un destino que no exige pasaporte para sorprendernos. Basta con mirar alrededor para entender que tenemos un país vibrante, diverso y lleno de rincones que siguen creciendo con una fuerza silenciosa: nuestros hoteles, hostales y posadas.
Durante años, el sector hotelero colombiano ha reflejado fielmente lo que somos: creativos, resilientes y muy hospitalarios. Lo que antes se concebía como un simple lugar para dormir, hoy es un universo completo de experiencias, desde hoteles boutique en casas coloniales restauradas, hasta complejos rodeados de naturaleza o cadenas urbanas que reinventan sus espacios para el bienestar, la gastronomía y el descanso. Colombia tiene hotelería para todos los bolsillos y todo tipo de viajeros: los curiosos, los que buscan desconexión, las familias, los amantes de la buena mesa o quienes necesitan un respiro sin salir de su ciudad.
Un hotel no es solo una habitación bien hecha y unas sábanas que huelen delicioso. Son spas que abrazan al cuerpo con la promesa de devolverle la calma; piscinas donde los niños y los recuerdos gritan de alegría; terrazas donde la brisa del Caribe, los vientos fríos de la región andina o el aroma a café recién colado nos recuerdan que estamos vivos. También, como no, son restaurantes que cuentan historias a través de sabores locales, reinterpretaciones creativas y productos que llevan la firma de nuestros productores. Hay clases de cocina que nos conectan con técnicas y tradiciones, caminatas ecológicas que nos devuelven a la tierra, rituales de bienestar, noches temáticas, fogatas, cocteles, atardeceres, música en vivo y pequeños detalles que convierten un día común en un recuerdo extraordinario.
Lo más hermoso es que Colombia lo tiene todo al alcance de la mano. No hace falta viajar al otro lado del mundo para descansar bien, comer delicioso o reconectar con uno mismo. Basta con darse el permiso de vivir el país desde sus hoteles, que cada día elevan más sus estándares y compiten con destinos internacionales sin perder su esencia local.
En ciudades como Bogotá, Medellín, Cartagena o Cali, los hoteles se han convertido en escenarios de experiencias completas: brunchs de fin de semana, talleres de coctelería, cenas con chefs invitados, temporadas gastronómicas y tratamientos de spa que merecen aplausos. En el Eje Cafetero, la hotelería logró unir paisaje cultural, bienestar y alta cocina. En los Llanos, la experiencia se funde con el horizonte y los ríos. En la Costa, cada temporada es un festival de colores y sabores. En el Pacífico, el turismo de naturaleza nos recuerda la riqueza profunda que tenemos y tantas veces pasamos por alto.
Si algo he aprendido en mis viajes es que un buen hotel no solo ofrece alojamiento: ofrece calma, pertenencia, identidad y emociones. Es un puente entre quien llega y el territorio que lo recibe.
Y eso se hace con maestría en nuestro país. Por eso, la invitación para la temporada, sin dudarlo, es aprovechar que los mejores planes están en nuestros hoteles y en el turismo local, tan diverso como uno quiera imaginarlo. No importa si no pueden viajar lejos o si prefieren quedarse en su propia ciudad: dense el gusto de vivir una experiencia distinta, como ese spa que el cuerpo lleva meses pidiendo, un desayuno largo y sin afanes, una cena donde brillen los sabores locales, un curso de cocina para la familia, una caminata guiada, una noche romántica o un día de piscina que sabe a vacaciones, así no se haya tomado un vuelo.
Colombia es un destino en sí mismo. Y nuestros hoteles, sus planes y sus restaurantes son la invitación perfecta a viajar hacia adentro, a reencontrarse con los sabores, el descanso y la belleza que tenemos tan cerca que a veces se nos olvida. Así que esta temporada permitan que su próximo viaje empiece aquí mismo: en casa.
Último hervor. Ya huele a buñuelo y a natilla, y mucha gente ya carga un gesto de incertidumbre: ¿nos endeudamos o somos más precavidos este año? Yo misma siento ese temor, viendo lo desacelerado que está el sector. Estas fiestas, las decisiones de compra deben ir más allá de la emoción del momento. Necesitamos concentrarnos en nuestros emprendedores, en nuestros productores y en todo lo que diga “hecho en Colombia”. Es mi petición anual al Niño Dios: fortalecer nuestras cadenas e impulsar los negocios que no pueden competir con gigantes de Asia, con el contrabando ni contra las importaciones que hoy se benefician del valor del dólar. Pensemos antes de comprar, e invirtamos en Colombia.
