El fin de año no llega de golpe, no aparece únicamente cuando el calendario cambia de número o cuando alguien prende una vela a medianoche. El cierre real es más silencioso, con nervios y muchos balances mentales. Se va sintiendo en el cuerpo, en la memoria, en esa necesidad casi física de hacer pausa: una inhalación profunda para poder mirar hacia atrás sin juicio, pero con honestidad. Diciembre no es solo un mes: es un acto de fe.
Cerrar ciclos no significa olvidar lo vivido. Significa reconocerlo y brindar por haberlo vivido. Agradecer lo que salió bien, perdonar lo que dolió y aceptar lo que no fue. Cada año nos pide una cosa distinta: a veces resistencia, a veces paciencia, a veces valentía. Este, para muchos, fue un año de trabajo profundo, silencioso, de esos que no siempre se celebran en público, pero que se sienten en privado como mil años en uno. Y eso también cuenta, y mucho.
Recibir un nuevo año con tranquilidad no es ingenuidad: es una decisión. Es pararse frente al futuro con la certeza de que el esfuerzo constante, la disciplina invisible y las horas que nadie vio también construyen ese 2026. No todo florece de inmediato, pero todo lo que se cuida con intención encuentra su momento. El nuevo año no viene a prometer milagros: viene a recordarnos que estamos listos para empezar a construirlos.
En Colombia, cerrar el año también es un acto cultural. Es memoria heredada, ritual compartido, esa mezcla deliciosa entre fe, humor y tradición que nos reconoce como país, porque colombiano que se respete, necesita de sus abuelos y sus historias. De sus palabras repetidas, de sus recetas exactas y de sus supersticiones amorosas. Ellos nos enseñaron que la vida se conjura, que la esperanza se pone en acción y que la risa también protege.
Por eso, nunca olvidemos los calzones amarillos. No por la tela ni por el color, sino por lo que representan: el permiso de creer, de jugar, de pedir abundancia sin vergüenza. Saquen la maleta con algo de plata dentro, que aunque no haya tiquete aún, viajar también es un estado mental, una promesa al cuerpo de que el mundo sigue siendo ancho y generoso. Y, claro, comamos las 12 uvas con calma, una por una, formulando deseos que no sean solo pedidos, sino compromisos con nosotros mismos.
El cierre de año también nos recuerda la importancia de sentarnos a la mesa. De volver al origen. De llamar a quien hace falta, de abrazar más lento, de entender que no todos viven estas fechas igual. Algunos celebran, otros resisten, otros simplemente sobreviven. Y todas esas formas son válidas. Lo importante es no soltarnos del todo, chequearnos, acompañarnos sin invadir, sostener sin exigir.
Este es un buen momento para agradecer lo que permanece. Los vínculos que siguen. Las ideas que maduraron. Los silencios que enseñaron. A veces, el verdadero avance no se mide en logros visibles, sino en la paz con la que hoy podemos cerrar los ojos.
El año se va, sí, pero no se lleva lo aprendido, lo comido o lo caminado. Eso se queda con nosotros, listo para tomar una nueva forma. Que el nuevo ciclo nos encuentre más seguros, más tranquilos y más conscientes de todo lo que ya somos capaces de sostener. Y que, entre rituales, risas y memoria, sigamos creyendo —como nos enseñaron los abuelos— que la vida siempre escucha cuando se le habla con el corazón.
¡Feliz año nuevo! Sin propuestas de superhéroes, sin miedo al éxito; y que lo que viene nos encuentre preparados.
Último hervor: La verdad, siento tristeza y desazón de tener que usar el último hervor del año para este tema, pero es que la indignación me pudo. No tiene sentido ni presentación que el Gobierno pretenda clavar (y disculpen la palabra pero no se me ocurre otra) a los colombianos con una andanada de impuestos y deudas a futuro, cuando todos estamos en modo celebración. Más grave aún: cuando todas las voces pensantes les señalan el error y el exabrupto. No nos merecíamos este aguinaldo del Gobierno. Esperemos que todo esto nos haga despertar, como sociedad, para convertirnos en veedores sociales de estas determinaciones, que tanto nos afecta. Y que quienes tengan la última palabra, por favor, sensatez ante esto.
Sea esta la oportunidad de invitarlos a seguir acompañándome en este espacio, que es de todos, en 2026.