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Hablar de química remite a dos escenarios posibles: la temida química orgánica de bachillerato, o esa otra que sentimos cuando alguien nos mueve el piso y resulta difícil de explicar. En el colegio, como buena nerda, amaba la orgánica, y al estudiar cocina, entendí las cosas mucho más fáciles que los eternos enlaces de carbono. Era sencillo: calor, masas, punto de trabajo del azúcar o del chocolate, madurar la carne o levar el pan. Entonces empecé a adorar la química.
En tiempos en los que cualquiera habla de alimentos, pero pocos entienden realmente qué ocurre con ellos, Alegría Serna decidió hacer algo distinto: convertir el conocimiento científico en un acto de placer, curiosidad y pertenencia. Desde su proyecto Cuina Lab —en valenciano, “laboratorio de cocina”—, esta ingeniera biológica paisa de 29 años, formada entre Medellín y España, ha logrado tender un puente entre el laboratorio y la mesa, entre las moléculas y los recuerdos, entre la ciencia y el sabor.
Su cuenta de Instagram, @cuina_lab, es una pequeña revolución silenciosa, donde no hay recetas en el sentido tradicional, sino cápsulas de aprendizaje que mezclan rigor, humor y diseño. A través de colores, texturas y datos curiosos, Alegría explica cómo se comportan los alimentos, por qué ciertas técnicas funcionan, o qué hay detrás de palabras rimbombantes como fermentación, proteínas alternativas o sostenibilidad alimentaria. Todo con la dulzura y precisión de quien entiende que aprender también puede ser un acto de amor.
En un mundo saturado de mitos nutricionales, dietas milagrosas y miedos al gluten o al azúcar, Cuina Lab se levanta como un espacio donde la ciencia no asusta, sino que acompaña. Alegría lo define como “un laboratorio de comunicación científica a través del arte”, y quizás ahí radica su magia: en hacernos sentir que comprender lo que comemos no es un privilegio de expertos, sino un derecho de todos.
Su formación en biotecnología y alimentos le dio herramientas para entender los procesos invisibles que determinan nuestra relación con la comida. Pero su talento comunicativo le permitió algo más valioso: traducir ese lenguaje técnico al idioma cotidiano de quienes cocinamos, comemos y sentimos. Al final se trata de saber qué estamos poniendo en el cuerpo y en el alma.
Alegría habla del sentido de pertenencia que genera conocer lo que comemos. En un proyecto sobre el cacao, explicó cómo detrás de una tableta hay una red de moléculas, pero también de manos campesinas, clima, historia y biodiversidad. Esa mirada integral, donde la investigación se cruza con la emoción, recuerda que la ciencia no pelea con la sensibilidad, sino que la amplifica.
Cuina Lab nació como un espacio de supervivencia, como una manera de unir curiosidad y propósito. Ahora es un proyecto de vida que dialoga con artistas, cocineros, científicos y educadores. Desde allí, Alegría demuestra que la interdisciplinariedad no es una moda, sino una necesidad: que la cocina es también un laboratorio y que los alimentos son organismos vivos que cuentan historias, si sabemos escucharlas.
Su forma de enseñar rompe las jerarquías del conocimiento: no dicta cátedra, invita a explorar. No impone verdades, plantea preguntas: ¿Qué hace el calor en una proteína? ¿Por qué nos atrae el color de ciertos vegetales? ¿Qué cambia cuando fermentamos? Cada publicación es una ventana para mirar con curiosidad infantil lo que dábamos por sentado. (Recomiendo el contenido sobre la guayaba: soy de esa generación).
Aprender, parece decirnos Alegría, es la mejor forma de reconciliarnos con la comida: dejar de tenerle miedo, entender su naturaleza y reconocer que en cada plato hay una lección de química, historia y humanidad. Por eso su trabajo inspira: porque reivindica el conocimiento como un tesoro cotidiano, capaz de transformar lo que pensamos sobre la cocina y, con ello, sobre nosotros mismos. Es innovar con propósito, como dice ella.
En Cuina Lab nos recuerdan que la verdadera modernidad no está en las modas gastronómicas, sino en volver a mirar con asombro la ciencia que habita en una cerveza o en un pan que fermenta, en una fruta que madura o en una salsa que emulsionamos con paciencia. En tiempos de ruido, Alegría Serna ofrece algo más valioso que una receta: una brújula. Un recordatorio de que la curiosidad es el ingrediente más poderoso de todos y que, en la cocina y en la vida, saber es un acto de libertad.
Último hervor: Hay semanas donde uno cree que todo está en el punto máximo. El titular es “los liberaron y los volvieron a secuestrar”. No hay palabras para definir esa frase, como periodista me cuesta entenderla, no puedo pensar en sus familias y compañeros. Hoy estamos en un punto más alto que una pequeña crisis, de nuevo en medio de un incruento conflicto que se alimenta de la población, las autoridades y hasta los animales.
