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Lo que Colombia exporta y el mundo añora: la magia del campo aquí se desperdicia

Madame Papita
17 de octubre de 2025 - 05:00 a. m.
“En el campo, la magia no se inventa: germina y se cuela entre los cafetales”: Madame Papita
“En el campo, la magia no se inventa: germina y se cuela entre los cafetales”: Madame Papita
Foto: Cristian Garavito
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Hay días en que basta oler una mazorca asada o ver el humo que sale de una olla con sancocho para entender que Colombia no solo es un país, sino un hechizo que se cocina lentamente. En el campo, la magia no se inventa: germina y se cuela entre los cafetales, se esconde en las matas de plátano y aparece, cada mañana, en la voz de quienes despiertan antes del sol para cultivar lo que el resto del mundo llama “producto de exportación” y nosotros, a veces, ni miramos dos veces.

Mientras afuera los mercados gourmet celebran el cacao fino de aroma, las frutas exóticas o el café de origen, aquí todavía se desperdician los mangos que caen maduros al suelo, las guayabas que perfuman los caminos y las yucas que podrían alimentar a pueblos enteros. Ese es nuestro realismo mágico: una tierra bendecida, que produce en abundancia y donde el milagro de la vida ocurre sin aspavientos, pero que también enfrenta la paradoja de no saber valorarse.

Las comunidades campesinas, indígenas y afrodescendientes son las verdaderas narradoras de este realismo. En sus manos cada semilla es memoria, cada receta es resistencia, cada cosecha es una historia que se repite para no olvidarse. Ellas sostienen el alma de un país que exporta frutas, flores y café, pero también esperanza. Porque detrás de cada caja que sale rumbo a Europa o Estados Unidos hay una familia que sueña con mejores oportunidades, aunque a veces ni ellas puedan probar el resultado de su esfuerzo.

Para los colombianos que viven en el exterior, el sabor se convierte en nostalgia. Lo que aquí se desperdicia allá se convierte en tesoro: un bocadillo veleño, un queso costeño, una panela artesanal o una arepa que se vende en una esquina de Queens, de Madrid o de Londres. En esos lugares donde el invierno acaba las ganas de salir, hay compatriotas que se reúnen en torno a una olla, intentando reconstruir con los sabores la geografía emocional que dejaron atrás.

Mientras tanto, en los aeropuertos del país, las maletas viajan llenas de encargos: guayabas, dulces, cafés, achiras, tamales envueltos con amor y plástico. Esos gestos pequeños son una manera de decir “te llevo en mi memoria”, una comunión que ni el tiempo ni la distancia pueden borrar. Y, sin embargo, en los mismos campos donde nacen esos productos, muchos agricultores siguen esperando que su trabajo valga lo que merece.

Quizás el realismo mágico del campo colombiano sea precisamente ese contraste entre lo que somos y lo que no terminamos de creer que somos. Un país capaz de alimentar al mundo, pero que aún debe aprender a alimentarse con respeto. Donde el paisaje no solo se pinta con flores de exportación, sino con las manos callosas que las siembran.

Hoy, más que nunca, necesitamos mirar hacia dentro y entender que cada plátano, cada grano de café, cada panela, es una historia viva. Que no todo se mide en toneladas exportadas, sino en la dignidad de quien trabaja la tierra y en la memoria gustativa de quienes, desde lejos, cierran los ojos para recordar cómo sabe su país.

Porque mientras los colombianos en el extranjero compran a precio de oro lo que aquí se deja perder, nosotros seguimos sin entender que el verdadero oro está en los suelos fértiles, en las manos que los trabajan y en la infinita capacidad de un pueblo que convierte la cotidianidad en milagro. Ahí está nuestro realismo mágico: en el campo que florece sin pedir permiso y en los sabores que, aun desde lejos, siguen diciéndonos quiénes somos.

Último hervor: Por esta vez, la periodista que habita en Madame Papita toma el mango de este hervor, para recordarles que proteger el derecho a la información es defender uno de los pilares esenciales de cualquier democracia. Sin medios independientes no hay ciudadanía informada, y sin información veraz no hay libertad real. Hoy, y tal vez como nunca antes, es necesario garantizar la autonomía de la prensa, respetar su labor crítica y evitar cualquier intento de manipularla o acallarla con artimañas políticas o “ases bajo la manga” que vulneren la Constitución. Cuidar el derecho a la información no es un lujo ni un favor del poder: es una obligación democrática que asegura el equilibrio, la transparencia y la confianza en las instituciones.

@madamepapita

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Hernando Villate París(61673)19 de octubre de 2025 - 07:52 p. m.
Excelenteee.. farbulloso. Gracias. Creo que ese desdén por lo propio, ese desinterés en lo autóctono es consecuencia de décadas de transculturización en donde lo extranjero se adoraba y lo propio se desdeñaba, donde lo foráneo era símbolo de estatus y lo criollo avergonzaba. Totalmente absurdo? Cierto. No solo la razón pudo cambiar esa tendencia, también el goce de quienes vivimos para comer (no comemos -cualquier cosa- para vivir).
holguer lopez(25313)17 de octubre de 2025 - 11:38 p. m.
Luminante. Me alegra leer estos artículos, muchas gracias
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La verdad por encima del ruido.
Gines de Pasamonte(86371)17 de octubre de 2025 - 05:25 p. m.
Mucha sabiduría, mucha sindéresis rezuma la savia de su columna, Madame. Cierto, “en el campo, la magia no se inventa: germina y se cuela entre los cafetales, se esconde en las matas de plátano y aparece, cada mañana, en la voz de quienes despiertan antes del sol para cultivar lo que el resto del mundo llama “producto de exportación”. Trajo a mi memoria el sublime canto al campo del vate antioqueño: Gregorio Gutiérrez González: “Memoria del cultivo del maíz en Antioquia”, el campo hecho poesía.
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