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Que no se repita

Madame Papita

15 de agosto de 2025 - 12:00 a. m.

El guerrero dice que estas lágrimas son la risa del mañana que me espera. El guerrero cabalgando entre las nubes me ha enseñado que estos prismas terrenales no son nada comparado con mi pueblo que desde sus entrañas, se libera

"El guerrero", Yuri Buenaventura

La vida, como la historia, es cíclica. Las estaciones se repiten, las modas vuelven, los sabores de infancia regresan para abrazarnos y hacernos fuertes. Tristemente, la violencia también parece encontrar siempre el camino de regreso, cada vez más oscuro y más doloroso de lo que recordamos. Hoy, en Colombia, siento que estamos caminando peligrosamente cerca de un precipicio que ya conocemos: el de la violencia descarnada que marcó los años 90. Y la que viví de pequeña y luego escuché en las historias de mi abuela, que por décadas vivió acompañada de muerte y dolor de patria.

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Recuerdo, como muchos, los días en que el miedo dictaba la rutina: salidas programadas antes del anochecer, llamadas para confirmar que todos habían llegado bien, noticieros cargados de cifras y tragedias (motivo que me llevó a ser periodista) y unas pocas caminatas por la calle o los centros comerciales con la sensación de que, en cualquier momento, habría que salir corriendo. Aquella época nos enseñó que la violencia no distingue edades, estratos ni ideologías. Nos enseñó que la vida cambia en un instante, y que las heridas colectivas tardan generaciones en cerrar.

No podemos normalizar la rabia como forma de diálogo ni el irrespeto como herramienta para imponer razones. El desacuerdo no es una amenaza: es un puente para encontrar puntos en común. La diferencia es, en realidad, la base de cualquier democracia sana. Sin embargo, hoy la veo convertida en excusa para insultar, dividir y justificar agresiones, ya sea en las calles o detrás de las pantallas.

Es momento de recuperar la cordura, de detenernos antes de cruzar esa línea invisible que separa el debate de la confrontación, la protesta del odio y la firmeza del fanatismo. Tenemos una responsabilidad personal y colectiva de no empujar más este péndulo hacia la barbarie. Dejar de construir bodegas de odio y de cultivar rencores en lugar de razones. Es momento de plantar desde la diferencia, para poder volver a florecer.

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No olvidemos que la violencia no empieza con balas, sino con palabras que deshumanizan, con el desprecio hacia el otro, con la tolerancia selectiva que solo acepta lo que nos acomoda. Empieza cuando dejamos de escuchar y preferimos gritar, golpear y justificar el odio.

La historia de Colombia está marcada por resiliencia y creatividad, por manos que siembran, cocinan, enseñan y construyen comunidad. Ese es el ciclo que deberíamos alimentar, ese que nos recuerda que la paz no se firma una sola vez: se cocina a fuego lento, todos los días, con paciencia y respeto. Si no queremos volver a vivir la oscuridad de los noventa, o las historias que nos contaron las abuelas, debemos aprender de ella. La memoria no es un museo para visitar en aniversarios: es un espejo incómodo que nos advierte cuándo estamos repitiendo los mismos errores. Escuchémoslo antes de que sea demasiado tarde.

Por eso hoy, más que nunca, necesitamos que cada ciudadano sea un guardián de la palabra y del respeto, de esas semillas que permitirán romper el ciclo de la violencia. Que elijamos construir en vez de destruir en la mesa familiar, en el trabajo, en las redes y en la calle. Defender la vida no es tarea exclusiva de las leyes o de los líderes: es una acción cotidiana, silenciosa y valiente, que se ejerce cuando decidimos escuchar antes de juzgar, ayudar antes de señalar y unir antes de dividir. Si queremos un país distinto, debemos empezar por ser ciudadanos distintos.

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Han sido décadas de muertos, de familias destruidas, de personas desaparecidas. De dolores que no pasan. Esto no tiene connotaciones ni discriminaciones como nos han querido vender en discursos de odio: son líderes sociales, policías, militares, políticos y gente del común como nosotros. Tiene nombre de colombianos, de seres humanos que, como todos, tuvieron sueños, esperanza y confianza en que Colombia podía ser un mejor país. Seguir unidos a pesar del horror no puede ser la regla: debemos ser capaces de cambiar la historia.

Último hervor. Este puente festivo denle una oportunidad a #Cundipapa, una iniciativa de la gobernación de Cundinamarca que nos permitirá ayudar al sector de la papa, que atraviesa una de las peores crisis en años. Los peajes que rodean Bogotá serán espacios de venta directa para asociaciones campesinas. Aprovechen y compren papa, coman papa y construyamos redes directas para que esta situación no se repita cada año. Papatón, Ñametón, o cualquier maratón es válida, pero no puede convertirse en la regla del mercado.

@madamepapita

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