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La Cocina de Pepina no es un restaurante cualquiera: fue el resultado de la visión de una mujer costeña, María Josefina Yances Guerra, conocida por todos como Pepina, que supo transformar la cocina en una forma de resistencia cultural y en un espacio de alegría compartida. Para ella, la mesa nunca fue un lugar para simplemente servirse un plato, sino el escenario perfecto para juntar a los amigos, reír, conversar y mantener vivo el espíritu de comunidad que tanto caracteriza al Caribe colombiano.
Detrás de cada preparación que surgía de sus fogones, ubicados en el corazón de Getsemaní, en Cartagena, había dos intenciones claras: preservar la memoria de un territorio, y honrar con dignidad los sabores que habían acompañado a generaciones enteras.
Pepina era de esas mujeres echadas para adelante, que no se conformaba con repetir recetas de memoria, sino que las estudiaba, las enriquecía y las ponía en diálogo con el presente. Tenía la capacidad de convertir un mote de queso en una experiencia casi ceremonial, y de hacer una posta cartagenera guisada con paciencia y dulzor, que contaba mejor que nadie la historia de una ciudad que ha sabido sobrevivir entre murallas, colonias y mareas de turistas. Su cocina era un gesto de terquedad, una forma de decirle al mundo que lo propio vale tanto como lo ajeno y que la tradición, lejos de ser algo inmóvil, se mantiene viva cada vez que se comparte con alegría.
Desde su rincón en Getsemaní, La Cocina de Pepina se convirtió en refugio y punto de encuentro. Allí no hay espectáculo ni pretensión, sino la certeza de que la cultura se preserva con cucharones, con recetas heredadas y con la voluntad de resistir frente a la homogeneización que tantas veces amenaza con borrar lo local. El restaurante nació pequeño, y así sigue, pero su impacto es grande, porque Pepina entendió que cocinar era un acto de memoria y, también, de amor.
Como toda historia de legado, llegó un momento en que la fuerza de Pepina ya no alcanzaba para sostener sola el proyecto. Y ahí apareció la familia: dos sobrinos que entendieron que lo que ella había construido no podía quedarse en el recuerdo. Christian y Mateo, con la misma terquedad y cariño que caracterizó a su tía, asumieron la tarea de mantener abierto el restaurante, y de paso demostrar que la tradición también puede heredarse con orgullo.
Para ellos no se trataba solo de seguir sirviendo platos, sino de sostener la esencia de un lugar que ya era parte del patrimonio gastronómico de Cartagena. Junto a un equipo fiel, hicieron posible que La Cocina de Pepina no se apagara, incluso en tiempos en los que el sector gastronómico enfrentó crisis, cierres, reinvenciones forzadas y hasta una pandemia. La perseverancia de los hermanos recuerda, a su manera, lo que significa la cultura costeña: resistencia, alegría y tenacidad. En un país donde muchos restaurantes se convierten en moda pasajera, mantener viva la esencia de un proyecto que rescata recetas, ingredientes y memorias tiene un valor incalculable.
La cruzada cultural que lideró Pepina, y que ahora continúa su familia, es una de esas historias que deberían contarse más seguido al hablar de gastronomía colombiana, porque detrás de cada carimañola, de cada ajisito relleno, está la afirmación de que el Caribe no se olvida, que su cocina es tan rica como su música, y que en sus sabores se esconde una manera de mirar la vida con optimismo.
El legado de Pepina no se mide únicamente en los años de servicio de su restaurante, ni en las reseñas de turistas agradecidos. Su mayor aporte fue demostrar que la cocina puede ser un vehículo de identidad y que una mujer con determinación puede cambiar el destino de un barrio, de una ciudad y de una tradición entera. Ella cocinaba para celebrar la vida y para mantener siempre un motivo contento, como dicen en la costa. Esa filosofía, tan sencilla como poderosa, sigue viva en cada plato que se sirve en La Cocina de Pepina, recordándonos que comer es también un acto de memoria y de resistencia.
Les dejó una invitación de los sobrinos: cuando estén en Cartagena pasen La Cocina de Pepina, prueben algo delicioso de la carta, como el imperdible “Buchedepavo”, y ¡tómense una foto con el cartel o los artículos! Les juro que no se van a arrepentir.
Último hervor: Sin palabras: ¿“Lero, lero” en medio de una tormenta diplomática como la que vive el país? ¿Ventilar las peleas de cocina por chats oficiales? La plaza parece más seria. Nos estamos olvidando de quienes producen, cosechan, venden y exportan. Por favor, abrir nuevos mercados no es chasquear dedos, así que tratemos de mantener la altura.
