A veces el plato más doloroso no es el que falta, sino el que se bota. Vivimos en un mundo donde cada día se desperdician más de mil millones de comidas, mientras millones de personas se acuestan sin probar bocado. Y no, no es una metáfora. Un informe reciente de Naciones Unidas reveló que el 20 % de los alimentos del mundo acaban en la basura. En un planeta donde el hambre persiste, ese dato no solo indigna, sino que también duele.
En Colombia, la situación no es muy diferente. El DNP ha calculado que cerca del 40 % de lo que se produce se pierde o desperdicia antes siquiera de llegar al plato. En los hogares, en los supermercados, en los restaurantes y hasta en los campos. Razones hay muchas: incumplimiento de estándares de “belleza” del mercado, porque compramos sin medida, o porque cocinamos de más, sin pensar en el después. ¿Quién no ha tirado arroz guardado, frutas marchitas o pan duro con la misma facilidad con la que se olvida que eso, en otra mesa, sería un festín?
Pero no se trata solo de comida. Detrás de cada tomate que se pudre hay agua, tierra, manos que sembraron, cosecharon, transportaron. Y, sobre todo, hay un sistema que necesita repensarse en la búsqueda de una producción más justa y equilibrada. La lucha contra el desperdicio de alimentos no puede recaer solo en la conciencia del consumidor: requiere gobiernos que legislen con firmeza, industrias que optimicen sus cadenas de producción y distribución reconociendo el valor real de producción, y una ciudadanía que entienda que comprar menos también puede ser un acto de generosidad.
Hay ejemplos que ya son un éxito y garantizan, de alguna forma, el uso de eso que otros tiran por falta de belleza. Corabastos dona cerca de 12.000 toneladas de alimentos al año al Banco de Alimentos. Comida que antes terminaba en el basurero, hoy alimenta a más de 36 millones de personas al año. Y si eso no demuestra que con voluntad, trabajo y articulación se puede hacer la diferencia, entonces no sé qué lo hará. Los bancos de alimentos se convierten no solo en un entorno seguro para las comunidades más necesitadas, sino que permite el trabajo articulado entre las empresas que deciden luchar contra el hambre y el desperdicio.
Comprar con conciencia es el primer paso. Planear menús semanales, revisar la nevera antes de salir al mercado, dar prioridad a lo que está por vencerse, congelar porciones, aprender a reutilizar sobras, y activar el “cartel de las cocas”, pues es válido hasta compartir almuerzos con los compañeros de escritorio que están cortos de plata: lo que hay son opciones. ¡No es complicado! Es cuestión de hábito, de empatía, porque cuando uno piensa que su despensa también puede ser la salvación de alguien más, cambia el lente con el que cocina y come.
Ayudar no siempre implica donar dinero. A veces es compartir una comida caliente con quien la necesita, evitar que el alimento se desperdicie, incluso participar en iniciativas comunitarias como mercados, ferias o comedores. Cocinar con medida, dar con intención y consumir con gratitud también son formas de solidaridad. El mundo se está desgastando a velocidades estrepitosas, y ser conscientes de lo que consumimos hace la diferencia en tiempos turbulentos como los que estamos viendo.
Hablamos tanto de crisis climática, inseguridad alimentaria y polarización, que tal vez sea este por fin, un punto de encuentro. Cuidar lo que comemos, valorar cada bocado y entender que detrás del desperdicio hay un sistema injusto, que podemos cambiar desde nuestra cocina. Porque sí, el cambio empieza en casa, pero también exige responsabilidad colectiva.
Así que hoy les propongo algo sencillo pero poderoso: cocinemos solo lo que vamos a comer. Compremos solo lo que necesitamos. Donemos lo que no vamos a usar. Y, en especial, no olvidemos que detrás de cada alimento que salvamos hay una historia que merece ser contada y compartida.
@madamepapita
Último hervor: Llegaron las vacaciones y, con las noticias que vemos de la situación del mundo, no nos queda sino disfrutar de esos pequeños espacios donde salirnos de la realidad es una dicha. Todas las imágenes que con estupor vimos durante la semana, que nos hacen pensar en lo que podría ser una guerra nuclear, lo dejan a uno listo para correr. Pero hablemos de otra forma de correr. De antemano reconozco que no se mucho del mundo del automovilismo, pero desde que vi el tráiler de #F1Pelicula quede antojada, y ahora que tuve la oportunidad de verla completa, les aseguro que se vive una experiencia sensorial única. Totalmente recomendada, y, eso sí, espero que este hervor no lo dejen pasar tan rápido como los F1 que se ven en pantalla.